Martes, 8 de febrero de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Mariano Blejman
Cuando Mohammed Bouazizi se prendió fuego en Sidi Bouzid iba a encender algo más que su cuerpo. Su inmolación también demostró hasta qué punto Internet funciona como herramienta política. El primer indicio lo dio The Guardian, cuando demostró que un cable de Wikileaks con fecha de junio de 2009 fue el primer acelerador de la revuelta de Túnez. El cable estadounidenses sobre la corrupción y el nepotismo del gobierno de Ben Ali dio pie para que algunos sitios como Foreign Policy hablara de la “Revolución de Wikileaks”. Obviamente, la calificación es exagerada. Pero YouTube, Facebook y Twitter fueron catalizadores de los acontecimientos que se llevaron cientos de vidas, terminaron con el gobierno de Ben Ali en Túnez y desencadenaron la rebelión de Egipto.
El primer día en Túnez, Twitter contó 30 mil menciones de #sidibouzid. El 24 de diciembre, mientras se festejaba la Navidad, Facebook recibió reportes de tunecinos que decían que sus claves habían sido robadas y sus cuentas borradas. Días después, Facebook detectó que la Agencia de Internet de Túnez estaba robando esas cuentas. También se eliminaron grupos y páginas, incluida la de Sofiene Chourabi, periodista de Al Tariq al Jadid y la del video-periodista Haythem El Mekki. Fue sencillo: todas las conexiones de Túnez pasaban antes por el organismo de control.
Según Jillian York, del Berkman Center For The Internet Society, el rol de Facebook fue más importante que Twitter, ya que –entre otros motivos– mantuvo abierta la carga de videos, mientras otros servicios habían sido censurados. Túnez tenía dos mil sitios bloqueados. Al mismo tiempo, militantes de Anonymous comenzaron a tirar sitios oficiales. El ataque anónimo es un arma poderosa, aunque limitada: Anonymous bajó los sitios de Tunisian Stock Exchange, el Ministerio de la Industria, el Tunisian Government Commerce y Benali.tn, con ataques de denegación distribuida de servicio (ddos, en inglés). Estos ataques, como se sabe, son excesos de demandas a sitios puntuales, que hacen caer los servidores.
Las revueltas cuentan hasta dónde Internet depende de los gobiernos. Pero es claro que la red depende también de las corporaciones estadounidenses, que se mueven entre el deseo de ingresar en nuevos mercado (y, por lo tanto, ceder ante requerimientos de gobiernos autoritarios) o defender el “free speech” que tanto pregonan en sus países centrales. El caso BlackBerry es emblemático: con la excusa del terrorismo, Arabia Saudita, Emiratos Arabes y la India presionaron a BlackBerry para que abra su poderoso sistema de encriptación. BlackBerry usa la estructura de Internet pero sus comunicaciones viajan “cerradas”, haciendo imposible conocer el contenido. Emiratos Arabes suspendió allí en agosto pasado a BlackBerry, pero el servicio volvió a funcionar poco después, aunque no se divulgaron los motivos del reestablecimiento.
Las corporaciones globales de Internet asentadas en Estados Unidos son una novedad jurídica, no sólo porque tengan leyes y tratados que favorecen a ese país (Digital Millenium Copyright Act, Patriot Act): “Lo novedoso es que el derecho privado internacional provee una oportunidad a los usuarios o empresas para interactuar sin tener que desplazarse físicamente, generando un crecimiento exponencial de los problemas que son de larga data”, dice Andrés Piazza, especialista en Derecho de Internet. Salvo que los Estados ejerzan la soberanía o algún juez intervenga de manera convincente, es evidente que la libertad de las redes sociales finalmente se corresponde con los intereses de Estados Unidos y que éstas no reaccionan de la misma manera ante la presión del Departamento de Estado (como con Wikileaks) que a regímenes de Túnez o Egipto.
Como sea, las redes sociales están de fiesta en árabe: “El 25 de enero, los movimientos de los grupos de protesta fueron coordinados en tiempo real a través de Twitter. Todo el mundo sabía dónde estaba caminando todo el mundo y nos podíamos avisar sobre los lugares donde había bloqueos o policías. Fue una navegación en tiempo real a través de la ciudad y ese es el motivo por el cual Internet fue dada de baja”, le dijo el ingeniero Ahmad Gharbeia a Wired. Pronto, Twitter dejó de operar. Se cayó la red de BlackBerry y, finalmente, por primera vez desde la creación de Internet, un país completo se quedó sin red.
El gobierno egipcio presionó a los proveedores de ese país, pero el efecto fue contraproducente: en estos días ocurrieron las mayores movilizaciones contra Mubarak. Twitter y Google salieron a pescar en el río revuelto: apenas supieron del “shut down” desplegaron SayNow para que la gente convierta mensajes telefónicos en tweets. “Estuvimos pensando cómo ayudar a la gente. Durante el fin de semana se nos ocurrió desarrollar el servicio speak-to-tweet”, dijo Ujjwal Singh, cofundador de SayNow. Internet se reestableció el miércoles, y un día después la compañía celular Vodafone denunció que el gobierno egipcio había enviado mensajes masivos a favor de Mubarak sin su consentimiento.
Las redes sociales están en su apogeo: durante las revueltas en Túnez, la cara de Mark Zuckerberg fue ubicada en pancartas del lado del Eje del Bien. En el gobierno entrante, el blogger Slim Amamou, de 33 años, arrestado durante la revuelta, fue convertido en secretario de Estado de Juventud y Deportes. El jueves pasado, mientras las protestas llegaban al Google Earth, el blogger @Sandmonkey era detenido y luego liberado. “Estoy bien. Salí. Fui emboscado y golpeado por la policía. Mi teléfono confiscado, mi auto secuestrado y se llevaron mis cosas #jan25”, avisó por Twitter. Recién ayer fue liberado el ejecutivo de Google para el Medio Oriente Wael Ghonim, detenido por el ejército de ese país. Facebook, Twitter y YouTube (Google) no tienen nada que perder en Egipto y mucho para ganar en capital simbólico: mientras miles de jóvenes ponen el cuerpo en las calles de plaza Tahrir, las redes suman usuarios, recolectan datos y dan la sensación de que pueden cambiar el mundo, siempre y cuando los usuarios se atengan a sus términos y condiciones de uso.
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