EL MUNDO
El universo según Citizen Murdoch
Rupert Murdoch es dueño de más de 175 publicaciones en tres continentes. Todas tienen algo en común: su rabiosa prédica a favor de la guerra. Esta nota es un paseo por la galaxia Murdoch.
Por Roy Greenslade
Desde Londres
¡Qué tipo! Hay que admitir que Rupert Murdoch es un astuto magnate que tiene la infalible habilidad de elegir editores de todo el mundo que piensan igual que él. ¿Cómo se explica si no la extraordinaria unidad de pensamiento en su imperio periodístico sobre la necesidad de declarar la guerra a Irak? Luego de una exhaustiva encuesta entre los diarios más influyentes y más vendidos del mundo –propiedad de la News Corporation de Murdoch– está claro que todos cantan la misma canción. Algunos barítonos son solistas belicosos que disfrutan de la pelea. Otros prefieren un rol menos estridente, y hasta sutil, en el coro. Pero ninguno, ya sea fortissimo o pianissimo, se ha atrevido a cantar la melodía antiguerra. La voz de su patrón nunca ha sido cuestionada. Murdoch es presidente y director ejecutivo de News Corporation, propietaria de más de 175 publicaciones en tres continentes. Su compañía publica 40 millones de diarios por semana y domina los mercados de periódicos de Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda. Su tajada en la televisión es aún más grande, pero la radiodiodifusión –incluso menos regulada que en Gran Bretaña– no es tan alevosamente adepta. Son sus diarios los que fijan la agenda.
No siempre se sabe con exactitud qué piensa Murdoch sobre cualquier tema, pero esta vez lo sabemos con certeza, gracias a una entrevista en la revista australiana The Bulletin (que, dicho sea de paso, no es suya). El reportaje, que le hicieron en sus oficinas del Sydney Daily Telegraph, dice que el “magnate de los medios ha respaldado la postura del presidente Bush contra el líder iraquí Saddam Hussein”. Sus citas son precisas. “No podemos echarnos atrás ahora, porque sería entregarle todo Medio Oriente a Saddam... Creo que Bush está actuando correctamente y con mucha moral. Y pienso que va a continuar con todo esto.” Y luego vienen las alabanzas para Tony Blair. “Tony está actuando con una extraordinaria valentía y fortaleza... No es fácil hacerlo en un partido donde la mayoría de la gente tiene un antiamericanismo reflejo y son una especie de pacifistas. Pero él ha demostrado agallas, como lo hizo en Kosovo y ante varios problemas en la vieja Yugoslavia”. Lo más revelador fue cuando Murdoch se refirió al motivo principal para ir a la guerra, cuando usó flagrantemente la palabra “p”. Los políticos de Estados Unidos y Gran Bretaña han negado enérgicamente la importancia del crudo, pero Murdoch no se mostró tan reticente. Piensa que la destitución del líder iraquí podría posibilitar un petróleo más barato. “Para la economía mundial, la cosa más grande que saldrá de todo esto será un barril de petróleo por 20 dólares. Eso es más importante que cualquier reducción impositiva en cualquier país.” Fue aun más lejos en un reportaje la semana anterior con la revista norteamericana Fortune, donde pronosticó un boom económico de posguerra. “Una vez que la guerra en Irak esté detrás nuestro, el mundo entero se beneficiará con petróleo más barato, un estímulo más grande que cualquier otra cosa.”
Esta fue la música del maestro. Pero, ¿qué pasa con las letras de sus editores? Su único diario en Estados Unidos es el New York Post, un tabloide estridente que no vende tanto como sus rivales pero hace suficiente ruido como para ser escuchado a lo largo y a lo ancho del país. Su editor, Col Allen, es australiano, al igual que su columnista más importante, Steve Dunleavy, viejo acólito de Murdoch. Una serie de tapas fervorosas fueron apoyadas adentro con notas entusiastas a favor de Bush. Un ejemplo típico: Ralph Peters, un oficial de inteligencia retirado del Ejército de Estados Unidos, llenó de elogios al “impecable” Colin Powell por hacer un “gran trabajo” al revelar la “fuerte evidencia” que justifica la guerra en Irak. Peters atacó a los “que no hacen nada” y a los “apologistas de Saddam”, como Francia que, según él, “estaba tratando desesperadamente de proteger sus clientes en Bagdad”. Esto fue antes de un ataque de tapa de Dunleavy contra Francia, como miembro del “eje de los alcahuetes”. Los estadounidenses murieron para liberar a Europa de Hitler pero los franceses no van a pelear contra el “Hitler de la actualidad”,Saddam. Una foto de las tumbas de Normandía, en la Segunda Guerra Mundial, llevaba este título: “Sacrificio: murieron por Francia pero Francia ha olvidado”. Dudo que Murdoch haya estado en desacuerdo con la forma o el contenido. Ni que se haya quejado sobre la reciente actitud hacia la guerra que adoptó su tabloide británico de bandera, The Sun. Su editora, Rebekah Wade, ha sido más directa que su predecesor al apoyar a Blair y Bush. El Sun también ha disfrutado golpeando a los viejos enemigos de Gran Bretaña del otro lado del Canal de la Mancha. Son “los tres chiflados”: el francés Jacques Chirac, el alemán Gerhard Schroder y los “salames belgas”. En cambio, con un fervor proamericano que hizo eco en casi todas las publicaciones de Murdoch, el viernes urgió a Blair a “apoyar al amigo en el que una y otra vez podrás confiar: Estados Unidos”.
¡Cuánta suerte tiene Murdoch! Contrata a 175 editores y, por obra de una extraordinaria coincidencia, todos parecen amar la nación que su jefe ha elegido como propia. Los diarios que posee en su país natal, Australia, están mucho más callados que el New York Post y el Sun. Pero no hace falta un semiólogo para ver que los periodistas estrella quieren quebrar a la terca opinión pública: el 39 por ciento de los australianos se opone a la guerra, incluso si ésta cuenta con el apoyo de la ONU, mientras que el 76 por ciento se opone a la guerra a menos que haya un tremendo apoyo internacional. Pero los editoriales de los cinco diarios más grandes que Murdoch tiene en las principales ciudades australianas –Sydney, Melbourne, Brisbane, Perth y Adelaide– insisten con que Bush está en el camino correcto. Estos diarios muestran su constante apoyo al primer ministro John Howard, un proamericano rabioso que ha enviado tropas a Medio Oriente. Y se burlan del líder opositor Simon Crean, que se opone a la guerra, con lo que el Melbourne Herald Sun llama “oportunismo político”.
También ridiculizan a los que se manifiestan contra la guerra. El diario The Advertiser, de Adelaide, censuró a los organizadores de una protesta porque supuestamente habían defendido la desobediencia civil. El Sunday Times de Perth se la agarró con los sindicatos por amenazar con paros si llega a haber un ataque militar a Irak. Un analista australiano dijo que todos los columnistas de derecha han recibido luz verde para golpear los tambores de guerra y menospreciar a los oponentes. También se dio espacio a colaboradores que están a favor de la guerra. En el Brisbane CourierMail, el devoto Geoff Hines pidió a los cristianos que apoyen una invasión porque “existe la guerra santa y justa”.
En Nueva Zelanda, hay gran hostilidad contra la guerra. El gobierno de la primera ministra Helen Clark trata de mantener una posición neutral. Pero los diarios de Murdoch están ansiosos por empujar a los lectores y a los políticos hacia la guerra. El influyente Wellington Dominion-Post argumentó la semana pasada: “Siempre está la tentación de usar todos los medios para evitar la carnicería de la guerra. Pero también hay un punto en el que la pacificación es poco más que una charada... Los que dudan deben decir cuánto tiempo le darían a Saddam para que siga son sus juegos dilatorios”.
En Londres, los diarios The Times y The Sunday Times no han dejado que ninguno de sus lectores tengan dudas sobre sus sentimientos proguerra, a pesar de la abrumadora oposición popular. Es fascinante cómo los diarios, que saben que el disgusto de los británicos por la guerra se debe –en parte– al antinorteamericanismo, tratan de cambiar su forma de pensar apelando a un prejuicio más viejo: la francofobia. Por ejemplo, la semana pasada, el Times usó sus palabras más fuertes para retar al presidente francés. Se burló de Chirac por oponerse a lo que los franceses supuestamente “describen erróneamente como una fuerza estadounidense inexorable”. Y terminó afirmando que el presidente llevará a Francia a un callejón sin salida y que, por lo tanto, se “aislará de manera poco espléndida en la antesala que ocuparon los perdedores de la historia”. El londinense Sunday Times también se despachó contra los franceses y alemanes, afirmando que adoptar sus actitudes “sería, copiando a los tres monos sabios, como no ver, no oír y no actuar ante un régimen brutal que desafía a la ONU”. Una columnna anterior reveló la verdad sobre la lucha internacional de la prensa de Murdoch para asegurar los corazones y mentes de sus millones de lectores. “Ganar la batalla de las relaciones públicas es casi tan importante como la victoria militar”, dijo el Sunday Times. Esto es lo que los editores han estado haciendo. No hace falta decir que mis intentos por discutir el singular comportamiento de los editores de Murdoch fallaron. Ninguno respondió mis llamados o e-mails.
De todos modos, mis elogios para uno de los diarios más chicos de Murdoch, el Courier Mail de Papúa Nueva Guinea, que tiene una circulación de 28.000 ejemplares. Sus editoriales de las últimas dos semanas han sido sobre asuntos domésticos, pero llegó a publicar un mensaje contra la guerra: “Los inspectores de la ONU todavía no han encontrado ningún arma de destrucción masiva en Irak. ¿Cómo un país civilizado puede atacar a otro sin tener pruebas de mal comportamiento?” Era, por supuesto, la carta de un lector. Pero trajo un poco de aire fresco en medio de los gritos de guerra del resto de la prensa de Murdoch.
Traducción: Milagros Belgrano