ESPECTáCULOS
Gris de ausencia, al estilo rosarino
El director de “Jurassic Park” se libera de casi todos sus lastres de cursilería y moralina y entrega su mejor película en años. La producción rosarina “Ilusión de movimiento” sigue la línea rectora de “El asadito”.
Por Martín Pérez
Una década es el tiempo que germinó la idea de Ilusión de movimiento hasta su efectiva realización. Tres fueron los años transcurridos entre el comienzo de su rodaje y su montaje final, y dos los que pasaron desde que la película estuvo terminada hasta su estreno de hoy. Así es como se suman los quince heroicos años necesarios para concretar este nuevo proyecto realizado por casi el mismo equipo rosarino que se ubicó delante y detrás de cámara en los films del realizador Gustavo Postiglione, de El asadito en adelante.
Claro que Ilusión... es otra cosa. Para empezar, aunque está producida por Postiglione, es la ópera prima de Héctor Molina –actor en El asadito, director de publicidades y cortos, y profesor de cine y TV en Rosario– y su historia está algo más alejada del costumbrismo casi teatral y en tiempo real de aquellos films. Ambientada en 1986, Ilusión... captura el regreso de un padre a su Rosario después de dos años de ausencia, para reencontrarse con su hijo. Rescatado de las manos de sus apropiadores por su abuela materna, la historia del film de Molina es costumbrista recién a la hora de rescatar el día a día de esa memoria recuperada, tanto por el hijo como por el padre. Y por los seres queridos que los rodean.
Con la pretensión de que la “gran” historia aparezca sola ante el espectador de escena en escena, el film de Molina se concentra en las pequeñas historias, en recuperar palabras y objetos perdidos con el paso del tiempo, tanto en ese abismo entre el pasado y presente de sus protagonistas como entre el año en que está ambientado el film y el año de su realización y (ahora) de su estreno. Su trama de reconocimiento deambula entre la casa de su protagonista masculino y el bar de sus amigos, uno de los cuales es algo así como el loco del pueblo, encarnado por Darío Grandinetti.
Entre mates, casetes y los dibujos que Gerardo realiza para vivir, su cotidianidad –interrumpida por ese hijo que intenta meter en su vida– es alrededor de lo que se arma un film que, pese a su obsesión por la palabra termina siendo un tanto sordo, y pese a su sana intención de obviar lo más trillado en materia de narración, termina forzando artificialmente incluso sus pretensiones naturalistas. Rodada en apenas veinte días, Ilusión de movimiento termina siendo un collage de escenas, actuaciones y textos logrados y no tanto, cuya ilusión cinematográfica persigue una historia que no está más ahí, metafórica y literalmente.
Del grotesco costumbrista de los trabajos de Postiglione, Ilusión... conserva las permanentes apariciones de los amigos del protagonista, y su persecución del lenguaje y los recuerdos. Melancólico y triste, el film de Molina hurga allí donde no hay narración lineal, intentando escapar del lugar común narrativo pero sin poder evitar caer en el ídem sentimental. Pero, al mismo tiempo, sin dejar de ser fiel a una concepción cinematográfica alejada de la narrativa tradicional, un heroísmo más detodos los que acompañan la realización de este producto típicamente rosarino e independiente.