Domingo, 15 de enero de 2012 | Hoy
EL MUNDO › COMO FUE EL RESURGIMIENTO DEL PRI A PARTIR DE LOS ESTRAGOS CAUSADO POR LA NARCOVIOLENCIA
Las elecciones de julio tienen casi su propia dinámica: la democracia contra el imperio del narco. Después de dos mandatos consecutivos, el católico y centroderechista PAN se presenta a los comicios con una imagen degradada.
Por Eduardo Febbro
Desde Ciudad de México D. F.
El próximo presidente de México tendrá que ser un mago, o un héroe, o un hombre con mucha suerte. México entró en el año electoral con una avalancha de malos índices económicos, reformas políticas postergadas, bloqueo institucional, la crisis que golpea a su gran vecino norteamericano y un tendal de más de 50 mil muertos que dejó la guerra contra el narcotráfico desatada por el actual presidente Felipe Calderón hace seis años. Calderón concluye su mandato con las elecciones del próximo mes de julio sin haber cerrado el volcán que destapó con la narcofensiva. Las elecciones de julio tienen casi su propia dinámica: la democracia contra el imperio del narco. Las cifras, oficiales o no, hielan la sangre de un país amable e hiperactivo: un muerto cada media hora, lo que da 48 por día y un total que avecina las 12.000 ejecuciones a lo largo de 2011. La narcoviolencia es una condena diaria que flota sobre la cabeza de México. Los carteles de la droga que ya controlan la mitad del país tendrán un papel decisivo en las elecciones presidenciales del próximo 1º de julio, sea porque se apoyarán en las amenazas o las intimidaciones, sea porque comprarán a los candidatos, sea porque los partidos pactarán en secreto con ellos. La democracia mexicana enfrenta un reto doble: no sólo dar bienestar y trabajo, sino seguridad.
Después de dos mandatos consecutivos, el católico y centroderechista Partido Acción Nacional (PAN) se presenta a las elecciones con una imagen degradada. El panista Vicente Fox dirigió el país entre el 2000 y el 2006 y Felipe Calderón entre el 2006 y el 2012. Ambos mandatos quebraron la hegemonía que el Partido Revolucionario Institucional, el PRI, había mantenido durante más de 70 años. México amaneció en el año 2000 en plena alternancia pero aquella “revolución democrática” conducida por el PAN dejó un hondo descontento. El sistema se aprovechó de la alternancia para convertir lo que los mexicanos llamaban “una República imperial”, es decir, el presidencialismo, en un país con índices de violencia y corrupción superiores a los de antaño. La gran mayoría de los analistas locales coincide en sus visiones históricas. Cuando el PRI dejó el poder y las instituciones democráticas dejaron de ser un simple decorado, en vez de reforzarse el sistema democrático se quebrantó en beneficio del poder local de los gobernadores de los 32 estados de que consta el país. Los narcos se metieron en ese intersticio y dislocaron al país sembrando un reguero de muerte y corrupción cuyos niveles superan la guerra de Vietnam, la represión de las dictaduras de los años ’70 y ’80 y el mismo conflicto colombiano. El viaje de los últimos 12 años fue de la ilusión al desencanto y a la extrema violencia.
El sociólogo Emilio Alvarez Icaza Longoria, ex presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y actual integrante del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad del poeta Javier Sicilia, reconoce que la situación actual se fue plasmando en un contexto muy poco esperado. “Después del 2000 y con las transformaciones a que dio lugar la derrota del PRI, los gobernadores locales empezaron a tener una dinámica de pequeños virreyes. Así se pasó de la presidencia imperial a los gobernadores virreyes. Esa dislocación del sistema político, asociado a fenómenos internacionales donde México dejó de ser un lugar de tránsito de la droga para convertirse en un productor, explica el panorama actual. Este fenómeno es clave porque generó una pelea por los mercados y una disputa territorial. Ello llevó a los carteles a negociar con los gobernadores y a penetrar los organismos de seguridad.” El presidente que salga electo en julio hereda ese tributo, más una economía estancada, reformas esenciales –fiscal y laboral– que duermen en el cajón, corrupción y porcentajes de pobreza elevadísimos. El 60 por ciento de la población trabaja en el sector de la economía informal. El PAN aún no designó a su candidato. Recién se sabrá en febrero a quién apoyará el presidente Calderón. Los sondeos ubican hoy a Josefina Vázquez Mota, ex ministra de Educación, en la línea sucesora. Pero el PAN se enfrenta al desasosiego del electorado, al retorno del PRI al primer plano y a la fuerza vigente de la izquierda, el PRD, Partido de la Revolución Democrática, y su candidato Manuel López Obrador.
El PRI y el PRD son dos movimientos con sed de venganza. El primero busca recuperar su honor tras 12 años en la oposición, el segundo aspira a cobrarse la derrota de 2006 cuando Felipe Calderón se llevó la presidencia por un margen mínimo y en medio de sospechas de fraude organizado. El PRI avanza con alas nuevas, un candidato joven y carismático, Enrique Peña Nieto, y los sondeos que le otorgan cerca de 20 puntos de ventaja sobre los demás aspirantes a la presidencia. Enrique Peña Nieto es el gobernador del Estado de México, el más poblado de la República, y, según lo admite él mismo, lleva años diseñando su traje presidencial. Su juventud le da al PRI un rostro nuevo y desconectado de las argucias del partido de caciques que fue el PRI. Peña Nieto asegura que el PRI está en condiciones de asumir el reto democrático y que no pactará con el crimen organizado. Es difícil creerle, a él o a cualquier otro candidato. Los narcos tienen una influencia enorme en México y ocupan además un lugar de predilección en el imaginario popular. La célebre actriz Kate del Castillo le envió un tweet al más poderoso de los narcos, Joaquim Guzmán, alias El Chapo, jefe del Cartel de Sinaloa. El tweet de Kate del Castillo decía: “Sr. Chapo, no estaría padre que empezara a traficar con el bien? Con las curas para las enfermedades, con comida para los niños de la calle, con alcohol para los asilos de ancianos que no los dejan pasar sus últimos años haciendo lo que se les pegue la reverenda chingada, con traficar con políticos corruptos y no con mujeres y niños que terminan como esclavos? Con quemar todos esos “puteros” donde la mujer no vale más que una cajetilla de cigarros, sin oferta no hay demanda, anímese don, sería usted el héroe de héroes, trafiquemos con amor, usted sabe cómo”.
Pocas dudas caben de que Peña Nieto para el PRI y Manuel López Obrador para la izquierda del PRD serán quienes disputen la final. Obrador ha sido capaz de sobrellevar la derrota del 2006, cuando perdió por apenas 0.56 por ciento de los votos, y mantenerse vigente como opción, dentro y fuera del PRD. Obrador es un caso inédito. Durante seis años no ocupó ningún cargo público, ni bancada de legislador, ni tampoco fue líder de su partido. Sin embargo, se quedó prendido en buena parte del corazón de la izquierda mexicana. El hombre del PRD supo preocuparse por la gente antes que por las disputas partidarias y también articular su acción a través de un sólido movimiento social como Morena, Movimiento de Regeneración Nacional. El Morena es una suerte de puente entre la sociedad y la acción política cuya existencia es una consecuencia de la acción del mismo Obrador. En 2006, luego de la derrota, el candidato del PRD convocó a multitudinarias manifestaciones en el centro histórico de México, el Zócalo. Allí nacieron las Asambleas y la Convención Nacional Democrática. En el Zócalo, Obrador se autoproclamó “presidente legítimo”. Su gobierno paralelo llegó a contar con cerca de un millón y medio de afiliados. De ahí en más formó el Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo, que se opuso a la reforma petrolera impulsada por Calderón, y luego integró el Movimiento en Defensa de la Economía Popular, con el cual enfrentó el aumento de los impuestos del 2009. Morena desciende directamente de ese magma de movimientos sociales y asociaciones civiles que le dieron a Manuel López Obrador una base profunda, al tiempo que lo mantuvieron políticamente vivo a lo largo de seis años. El PRI o el PRD, dos opciones, dos países con un enemigo común: la narcoviolencia.
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