EL MUNDO › ESCENARIO

Apetitos insaciables

 Por Santiago O’Donnell

El Congreso de Paraguay cree que echó al presidente Lugo en un juicio que duró menos de dos días. Mucho más no se puede decir. Una payasada. Ningún juicio a un presidente puede durar un día y medio desde el momento en que se anuncia. El Congreso de Paraguay cree que puede echar como un perro al presidente de la nación. En este caso, a un cura de pueblo que llegó a la más alta magistratura del país. ¿Y por qué? Los señores dicen que lo echan por incompetente. Porque no pudo frenar la matanza en la finca que supuestamente pertenece a un caudillo colorado, en la franja sojera que limita con Brasil. Dicen que se quedó sin respaldo político. Y dicen que el motivo para hacerlo tan rápido es que Lugo habría convocado a “grupos violentos” que habrían rodeado el Congreso.

Bueno. Lugo no pudo frenar una situación explosiva que se viene gestando desde mucho antes de que él llegara a la presidencia. Tiene su origen en los repartos de tierras tramposos que se hicieron durante la dictadura de Stroessner y los gobiernos colorados que la continuaron. El gran pecado de Lugo es tener diálogo con los sectores sociales desplazados. Ni siquiera se lo puede acusar de ser un representante de ellos, ya que es muy poco lo que su gobierno ha obtenido en materia de mejoras para el sector, y la reforma agraria sigue en promesa. Pero dialoga, contiene, le busca la vuelta. Los cables de la agencia de seguridad de Stratfor que Wikileaks filtró hace unos meses muestran lo delicado de la situación, y cómo el gobierno de Lugo viene trabajando con sus contrapartes brasileños, en silencio, en busca de una solución. Los cables que este diario publicó en exclusiva afirman que para los espías de Stratfor, una especie de CIA en la sombra, y sus contactos militares brasileños, Lugo era el único político paraguayo capaz de controlar la situación y hasta especulaban con una intervención militar brasileña si la situación se salía de cauce. Entonces acusar a Lugo así a la ligera por la muerte de los once campesinos y seis policías esta semana es una ridiculez.

En cuanto a la falta de apoyo político, Lugo tiene a un vicepresidente, el Yoyo Franco, que ambiciona su cargo desde el primer día, y que encabeza un partido político que viene esperando desde hace 60 años gobernar al país. Nunca lo habían apoyado demasiado, ahora directamente lo traicionaron. Lugo no será un gran político. No supo transformar sus votos en una formación política con fuerza legislativa. Activó políticamente a sectores hasta entonces marginados, más acostumbrados a la acción directa que a los mítines políticos, pero esas fuerzas no supieron o no pudieron ganar representatividad electoral. La jugada para desplazarlo es casi infantil. No bien ocurrió la matanza, los Colorados se le vinieron encima con todo tipo de reclamos y amenazas. Frustrado, dolido, cansado, Lugo cometió un error fatal. Les tiró por la cabeza el Ministerio del Interior que tanto reclamaban a sus adversarios Colorados y les dijo listo, arréglense, a ver si con sus políticas corruptas de mano dura consiguen arreglar las cosas. Pero se olvidó de avisar o convencer a sus entonces socios, los liberales. Entonces llegó el chantaje Liberal: o echás al ministro Colorado, con lo cual quedás como una marioneta nuestra, o nos vamos del gobierno. ¿Ah, que no renuncia tu ministro Colorado en 24 horas? Entonces nos vamos del gobierno y encima te hacemos juicio político. Y los Colorados, que terminaban de colocar a su ministro, se dan vuelta y lo dejan a Lugo solo para enfrentar el pelotón de fusilamiento. Había sido cura. Había sido obispo. Se metió en política e hizo un montón de cosas buenas. Llegó a la presidencia con lo justo. Un tipo como él, tan bendecido, seguramente podría construir una fuerza propia prácticamente de la nada. Pero no. El milagro no sucedió.

Con respecto a los tiempos del Congreso, Lugo no convocó a “grupos violentos”. En todo caso, su partido convocó a sus seguidores, como no podía ser de otra manera. El problema no es la convocatoria, sino la falta de legitimidad del Congreso, la institución más desprestigiada del país. Cómo estará de mal que hace un par de semanas ese mismo congreso intentó destituir a la Corte Suprema pero no pudo. Que una institución para nada confiable quiera cargarse a un presidente y encima no respete el derecho a la defensa y al debido proceso, eso es lo que provoca violencia. En todo caso el Congreso paraguayo debería depurarse y ganarse la confianza del pueblo antes de avanzar sobre los otros poderes del Estado.

Pero acá lo que está en juego es algo mucho más mezquino y patético. Los liberales se mueren por gobernar, el vice se muere por gobernar. Ocho meses para ver si pueden ordeñar el Estado a su favor lo suficiente como para frenar la vuelta cantada de los Colorados en las próximas elecciones presidenciales. Después, lo que pasa con los carperos, con los títulos de tierra, con la demorada e imprescindible reforma agraria, lo que pasa con la violencia, con Lugo, con Paraguay, no parece molestar demasiado a estos señores de traje y corbata, gestos payasescos y apetitos insaciables.

¿Y qué hizo Lugo? Se sometió mansamente al juicio político. Se llamó ex presidente aún antes de que asumiera Franco y “pacificó” a sus seguidores. Sus colegas de la Unasur se quedaron con las ganas de ayudar al ex obispo y ahora ex presidente, aunque ni locos piensan reconocer así nomás a su reemplazante. El Yoyo Franco no será invitado a las cumbres, pero el daño ya está hecho.

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