Domingo, 4 de noviembre de 2012 | Hoy
EL MUNDO › LAS ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS DESPUES DEL HURACAN
La Frankenstorm trastornó un proceso electoral de difícil pronóstico. Si fuera por la economía y el empleo, Obama debería perder por paliza, pero ninguna encuesta lo anuncia. El huracán barrió con algunos árboles que tapaban el bosque y mostró lo que se discute: menos servicios sociales para los que no tienen casi nada o menos impuestos para los que tienen casi todo. En cambio, no se discuten los asesinatos extrajudiciales con los drones ni las escuchas telefónicas sin orden de un juez.
Por Horacio Verbitsky
Desde Nueva York y Washington
La irrupción de Frankenstorm (por Frankenstein y storm, tormenta) terminó de trastornar un proceso electoral que ya era de difícil pronóstico. El sistema por el cual se definirá si Barack Obama seguirá otros cuatro años en la Casa Blanca o dejará su lugar a Mitt Romney es un monstruo con costuras no menos visibles que el fenómeno sin precedentes bautizado Sandy, aunque el acarreo de arena no forma parte de su tortuosa personalidad. La votación indirecta, por electores en un colegio que sigue las mismas proporciones por estado que los representantes en el Congreso, permite que el candidato más votado a escala nacional no acceda a la presidencia, cosa que ya ocurrió cuatro veces en la historia. (La Argentina modificó ese sistema en 1994. Esto reforzó el peso de la provincia de Buenos Aires, que recibía sólo el 27 por ciento de los electores y ahora ejerce todo el poder de su padrón, que pasa del 38 por ciento del total. En cambio, la incidencia de los diez distritos más pequeños decreció del 23 al 3,6 por ciento, aunque de ellos hayan surgido cuatro de los presidentes del último cuarto de siglo. Una reforma federal de la Constitución debería considerar el regreso al viejo sistema. El Colegio Electoral atenúa el impacto demográfico; la elección directa lo potencia, aunque no parece que la reforma haya beneficiado a algún partido, en un sistema con una hegemonía nítida.) Es presumible que en Estados Unidos el esquema argentino favorecería a los demócratas, cuya fortaleza reside en los grandes estados de ambas costas, y no a los republicanos, que son inconmovibles en los estados centrales, con menor densidad poblacional y predominio de las tradiciones conservadoras.
Los candidatos sostuvieron tres debates. El primero puso en carrera a Romney, quien eligió como compañero de fórmula a una estrella del ultraderechista Tea Party, el diputado Paul Ryan. Esto le permitió apartarse de los extremos caricaturescos de conservadurismo a los que apeló para dejar atrás a sus contendientes por la candidatura republicana, Rick Santorum, Newt Gingritch y Ron Paul, una colección de desaforados intolerantes, al gusto de Fox News (o, traducido, radio Diez). Después de cuatro años en los que decepcionó casi todos los fervores que había encendido, Obama llegó al primer debate cargado con una dosis de realismo que debía bastarle para minimizar al primer mormón con aspiraciones presidenciales. Pero ocurrió todo lo contrario. Lejos de las posiciones estridentes de las primarias, el financista y ex gobernador de Massachusetts se mostró como un moderado centrista, lo cual desconcertó a Obama, quien debió improvisar ante la movilidad del oponente. Esto no se repitió en los dos debates siguientes, que trajeron sendas victorias a Obama, pero lo que Romney consiguió en el primero era irreversible: había dejado de ser un personaje marginal e inviable. La política exterior no es lo que diferencia a Obama y Romney, como quedó claro en el debate que le dedicaron. El presidente dijo que su rival hablaba más fuerte para disimular que decía lo mismo que él y se burló cuando Romney denunció que la US Navy tenía menos naves hoy que hace ocho décadas. También hay menos bayonetas y caballos en el Ejército, y además hoy tenemos unos barcos que van por debajo del agua y otros en los que aterrizan aviones, le respondió el presidente. Obama se propone disminuir en diez años el gasto militar del 4,2 al 2,6 por ciento del PIB; Romney se niega a cualquier merma por debajo del 4 por ciento. Ninguno puede ilusionar a los americanos al sur del Río Bravo, pero Romney es más temible, porque tiene negocios en la región, está en relación con algunos de sus gobernantes más reaccionarios y es uno de los inversores en el fondo buitre que anda a la caza de naves argentinas en Africa, pecados de los que Obama es virgen. El voto de la creciente minoría hispana, que ya es el 16 por ciento de la población, se inclina más que nunca a favor de Obama, que sigue prometiendo una ley migratoria decente, pese a las tensiones que enfrentan a los descendientes de africanos y de españoles, como competidores por empleo escaso. Es impactante que los aviones no tripulados conducidos desde Nevada como un videojuego para matar personas a miles de kilómetros en países con los que Estados Unidos no está ni siquiera en guerra, como Yemen, no formen parte de la discusión electoral, mientras la CIA presiona para expandir su uso en el norte de Africa. De los miles de bajas causadas de este modo, incluyendo ancianos y niños, sólo unas pocas docenas han sido identificadas con la difusa calificación de terroristas, según el cálculo publicado hace dos semanas en el sitio libertario antiwar.com. Todas las semanas, Obama en persona recibe la lista de candidatos y autoriza estas ejecuciones extrajudiciales. Pocas cosas me asombraron más en este viaje que la resignación de sectores progresistas y humanistas, que llegan a consolarse con que la intervención del comandante en jefe sea un elemento moderador que evite la discrecionalidad de quienes compiten en este sombrío campo, el Pentágono y la CIA. Esta imperturbabilidad se extiende a cuestiones que afectan a la propia población, como la ley que permite grabar en secreto conversaciones internacionales de ciudadanos estadounidenses sin orden judicial. El lunes 29, mientras llegaba el huracán, la Corte Suprema escuchó los argumentos a favor del director de Inteligencia Nacional James Clapper, y las objeciones de la American Civil Liberties Union y Amnesty, que representan también a periodistas y abogados.
Mientras buscaba la candidatura de su partido, Romney propuso suprimir el organismo federal que se encarga de coordinar la asistencia en casos de desastre y devolver esa función a los estados provinciales o, mejor aún, a las empresas privadas. La agencia fue creada por el demócrata Jimmy Carter, el demócrata Bill Clinton la elevó al rango de ministerio, el republicano W. Bush la degradó a mero tentáculo de la secretaría de seguridad nacional, decisión insensata arrasada por el huracán Katrina, y Obama le devolvió el rol que cumplió en los últimos días, coordinando las actividades de rescate y apoyo. La propuesta de acabar con ella es insostenible, cuando se hace autoevidente que no sólo los más desfavorecidos (ese 47 por ciento que según Romney viven de la ayuda estatal y no pueden esperar nada de él) no podrían superar este tipo de catástrofe sin el sostén del denostado Big Government. Tampoco se las arreglarían solos los pequeños empresarios arruinados por el fenómeno. El soplo furioso del huracán barrió con muchos árboles que tapaban el bosque y mostró lo que se discute en esta elección: el tipo que gobierna quiere extender los servicios sociales para los más pobres y el tipo que aspira a reemplazarlo reduciría los impuestos a los más ricos (como él mismo) con los que se pagan aquellos gastos. Mientras Obama sobreactuaba su rol presidencial y era reemplazado en los actos de campaña por Bill Clinton, Romney lidiaba con los periodistas que le pidieron sin éxito que ratificara o rectificara su propuesta de supresión de la agencia federal de manejos de emergencia. El fenómeno Clinton es impresionante. Hace unos años asistí a un acto en Harlem en el que lo presentaron como “el primer presidente negro de los Estados Unidos”, con más amor del que nunca despertó Obama. Su presencia en los actos levantó el tono emocional de la campaña, pero el problema es que su nombre no aparecerá en las boletas de votación. Más importante para el presidente es lo que el huracán produjo en el gobernador republicano de New Jersey Chris Christie y el intendente de Nueva York Michael Bloomberg. New Jersey es el estado vecino a Nueva York, donde Sandy causó una devastación sin precedentes. Más bajo que Obama y con el doble de su circunferencia, el blanco Christie también aspira a la reelección, por lo que, como el presidente, repite que su única preocupación es la gente que sufre y no los comicios de pasado mañana. Por eso archivó su alineamiento activo con Romney y pasó parte de la semana a no más de cincuenta centímetros de Obama, ofreciendo consuelo y prometiendo ayuda. En los peores momentos, Bloomberg dio varias conferencias de prensa por día, con datos y advertencias útiles para los ciudadanos. Es una figura inclasificable en el mapa político estadounidense. Comenzó como periodista en el servicio de finanzas de Reuters, al que luego desplazó con el que lleva su nombre. Fue demócrata, luego republicano y hace cinco años se declaró independiente. Lleva una década al frente de la ciudad y cada cuatro años se especula con una candidatura presidencial que hasta ahora no parece haberle interesado. Pese a tener una de las mayores fortunas del mundo, es partidario de un Estado activo y no como retórica política. Su pronunciamiento a favor de Obama fue uno de los grandes golpes de efecto a pocas horas del cierre de la campaña. No sólo porque ambos coincidieron en el hiperactivismo posterior, sino porque reconoció que Obama es el único de los candidatos con propuestas para atenuar el calentamiento global, por el que se prevé que siga aumentando la intensidad y la frecuencia de calamidades meteorológicas. (Es imposible para un argentino no comparar las respuestas del auténtico ingeniero Bloomberg ante Sandy con las del alcalde porteño, frente a un Serenito de mucha menor gravedad. A Mauricio Macrì no se le ocurrió otra cosa que acusar por el daño de las inundaciones al gobierno nacional, como si administrara una pequeña intendencia que nada puede hacer por si misma. Macrì alardeó con la ayuda siempre prometida y no siempre
entregada a los comerciantes inundados y aventuró que tal apoyo ¡no existía en ningún otro lugar del mundo!)
Romney tuvo que inventar algo que lo mostrara como un hombre sensible. En los estados que pueden ser decisivos, pidió socorros de emergencia para las víctimas del desastre, pese a que se había anunciado que eso no era ni necesario ni conveniente, por los problemas logísticos que creaba. Parecería que La Arenosa dejó mejor parado a Obama, pero dada la mecánica del Colegio Electoral, la definición puede surgir una vez más de los llamados swinging states, es decir aquellos que oscilan entre ambas fórmulas. Esta vez son Florida, Colorado, Iowa, Missouri, Nevada, Virginia, Carolina del Norte, Ohio y Pennsylvania. La clave para la victoria de Obama fue que el entusiasmo suscitado por su candidatura quebró la línea descendente por la que cada vez menos personas ejercían su derecho. La exaltación ha mermado con los años, incluso entre los descendientes de africanos, cuya situación socioeconómica no ha mejorado durante su mandato. El debate acerca de si Obama está en falta con ellos como presidente negro o como líder del partido demócrata, que es el de los más pobres, es teórico y el efecto es el mismo en cualquier hipótesis: esta vez habría menos electores ansiosos por acudir a las urnas en su apoyo. Si a esto se suma el huracán, que golpeó sobre todo en estados de firme arraigo demócrata, la perspectiva no mejora. En todo caso, el actor Michael Moore inició una movilización en Twitter porque una encuesta actualizó lo que siempre se supo: entre quienes no piensan ir a votar, una amplia mayoría jamás apoyaría a Romney, pero tal vez sí a Obama.
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