Martes, 9 de julio de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Alfredo Serrano Mancilla *
Cada vez está más diáfano el deseo de los Estados Unidos y de los mandamases de la Unión Europea (UE): una América latina dividida en dos, desgajada en –al menos– dos grandes mitades, para que así deje de ser el bloque monolítico que venía conformándose en el nuevo mundo policéntrico. Esta es la pretensión, también, de buena parte de la oligarquía financiera, del poder hegemónico mediático, del capital transnacional y de los grandes caciques nacionales: una región dividida en dos mitades que disipe cualquier posibilidad de ir mostrando al planeta que sí se puede construir un nuevo mundo post-neoliberal, en paz, sin guerras, con redistribución, con mejoras sociales.
Es por ello que, en los últimos meses, se han acelerado los múltiples movimientos de ajedrez en el actual juego de tronos que supone el curso geopolítico en América latina; la tensión está servida entre procesos reformistas, revolucionarios y contrarrevolucionarios. Han sido muchos los intentos fallidos del poder hegemónico mundial para destronar a las propuestas progresistas: golpes a la democracia en Venezuela (2002), Bolivia (2008) y Ecuador (2010). Sin embargo, otros sí que fueron exitosos: Honduras (2009) y Paraguay (2012). Desde el rechazo al ALCA (2005), EE.UU. a la cabeza (con la UE a su lado) no descansa hasta lograr, en una primera instancia, una América latina dividida y partida en dos, con un bloque afín, para luego poder “colonizar” al resto, logrando así el deseo de antaño: un patio trasero que vaya desde México hasta Ushuaia.
Primero fue el ALBA. Después, Unasur. Luego, un Mercosur cada vez más fuerte. Y por último, la progresiva sustitución de la OEA por la Celac.
Todo esto no gustó a los que siempre ganaron –con trampas si era necesario– en el viejo juego Tácticas y Estrategias de Guerra (TEG, para los niños). La primera apuesta fracasó: Chávez ganó abrumadoramente el 7 de octubre de 2012 frente a Capriles. No obstante, la muerte de Chávez suponía el pistoletazo de salida para aquellos ávidos de volver a domesticar a la región, subordinándola al estilo de las décadas de oro del neoliberalismo. Una supuesta “mano invisible” se ha empecinado en poner en práctica la frase de Julio César: “Divide y vencerás”.
En la pasada elección en Venezuela (abril 2013), Maduro ganó, pero por poco; Capriles perdió sin aceptar la derrota con un único objetivo: desestabilizar para preparar el próximo asalto. El caso ecuatoriano por ahora es diferente, aunque en cualquier momento podría haber otra ofensiva. La pasada y aplastante victoria de Correa (febrero 2013) era tan previsible que desde afuera los opositores externos apenas se desgastaron en esta batalla interna. Otro asunto es Paraguay, en el que, en las elecciones de abril de 2013, el golpe de Estado sí tuvo su efecto deseado: un hombre millonario, del Partido Colorado, volvía a ser el más votado. De esta forma, este país se sumaba a la causa de ir generando otro bloque, contrarrevolucionario, más cercano a los EE.UU. y a la UE. Tanto es así que Paraguay será próximamente parte de la cada vez más poderosa Alianza Pacífico (AP). Esta Alianza es justamente la punta de lanza para asentar las bases del nuevo mapa geoeconómico codiciado por los intereses de los grandes capitales. Frente al Mercosur, la respuesta es la AP. Con ello, Unasur dejaría de tener una línea política única de accionar. En este sentido, por ejemplo, véase Colombia, que descaradamente ya ha roto el pacto de no agresión que tenía con el eje más progresista de la región, entrometiéndose en la política interna venezolana y mostrando su interés por la OTAN. No sólo eso, sino que Colombia es el gran impulsor de esta AP, como así lo demostró en la última cumbre en Cali, donde acudieron nuevos socios: Costa Rica, con claro interés de tener aliados en Centroamérica y a España como amigo cercano en el seno de la UE.
La Alianza del Pacífico sigue construyéndose aceleradamente con un fuerte carácter rupturista con el resto de América latina. Económicamente continúa con sus Tratados de Libre Comercio con EE.UU. y UE (por ahora todos sus miembros ya lo tienen). Y políticamente, como se ha podido ver en el último suceso de violación del derecho internacional por parte de varios países de la UE, impidiendo el paso del presidente boliviano Evo Morales por su espacio aéreo por el caso Snowden, ningún país de la AP ha estado presente en la reciente reunión en Cochabamba. Unasur resultaba así ser ineficaz para reunir a todo su consejo político en pleno. Sólo los países del Mercosur (sin Paraguay) acudían a esta ineludible cita. ¿Querrán los EE.UU. que Unasur deje de ser el que era para que sea de nuevo la OEA el lugar donde se resuelvan estos conflictos, como se hacía a la vieja usanza? Parece que sí.
La región sigue estando muy viva; la disputa está servida. Ojalá lo sucedido con Evo Morales ponga de nuevo al eje progresista en alerta y en acción para retornar con vigor a la construcción del espacio de integración supranacional, porque el otro bloque (la AP) está corriendo sin descanso en el mismo propósito pero, en cambio, para satisfacer los deseos de los de siempre, que nada tiene que ver con los intereses de los pueblos de América latina.
* Doctor en Economía, coordinador para América Latina Fundación CEPS.
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