Martes, 9 de julio de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bruschtein
Hugo Moyano tiene un partido que se llama de la Cultura, la Educación y el Trabajo. El recuerdo del viejo Partido Laborista de Cipriano Reyes y el ejemplo más actual del Partido de los Trabajadores en Brasil inspiraron al dirigente camionero para fundar su partido, lo cual lleva implícita también la equiparación suya con Lula.
Moyano pasó a la oposición como jefe de la CGT, con una gran capacidad de convocatoria y suponiendo que tenía un importante capital político propio. Entre aquel momento y el acto de ayer, Moyano transitó el camino de ripio de la realidad. El famoso partido nunca pasó del sello. Le fue mejor al Momo Venegas con su Partido FE.
El dirigente camionero no pudo encabezar una propuesta política propia ni colectiva, aunque lo intentó, al punto de poner en tensión a algunos de los gremios que lo acompañan en su CGT. No pudo hacerlo alrededor de su figura y ni siquiera aparece como parte de un armado. Lo más que pudo lograr fue colocar a Omar Plaini en la lista de Francisco de Narváez.
En el acto de ayer, Moyano no llamó a votar por De Narváez sino a votar contra el Gobierno. El dirigente camionero se despojó de los últimos ropajes del kirchnerismo que aún le quedaban para decir claramente “el paro es contra Cristina”. La parábola de Moyano parece una ley que se aplica a los dirigentes del kirchnerismo que dan el salto a la oposición. Mantienen cierta convocatoria mezclada durante un tiempo, hasta que pierden el sector kirchnerista de su convocatoria y quedan con su capital real.
Son como aviones en un despegue. Carretean con la carga que consiguen llevarse del oficialismo. Si pueden despegar antes de perder esa carga, tienen la posibilidad de crecer. Si pierden el plus kirchnerista antes de despegar, se quedan de a pie. Es un recorrido del que no se salvó ninguno y que seguramente también deberá caminar Sergio Massa.
Para Moyano, esa carrera ha sido fatal, porque finalmente está peor que cuando estaba con el Gobierno. Tiene menos convocatoria política, menos peso gremial y mucho menos espacio para proyectarse. Conserva blindada la esencia de su capital, que es el poderoso gremio camionero, que no es poco, pero se desangró en una guerra contra la única fuerza política que dentro y fuera del peronismo le dio juego al punto de imponerlo como titular de una CGT unida.
Moyano, que es un negociador experimentado, sacó mucho más con el Gobierno que negociando con sus nuevos aliados, de los que recibe sonrisas de ocasión, de políticos cuya base social lo desprecia y preferiría verlo en las filas del oficialismo. El dirigente camionero es como el socio impresentable de representantes de un peronismo de cuello blanco que evitan las fotos y los actos con el gremialista.
En ese camino, Moyano fue perdiendo convocatoria. El acto de ayer fue, al menos, deslucido, a pesar de que se puso en movimiento todo el aparato del gremio. Pero al mismo tiempo fue perdiendo contenido. El discurso de ayer mostró a un Moyano que se adapta al pensamiento del votante denarvaísta, al universo cacerolero, a la mirada gorila que contrapone los reclamos de sectores de las clases medias al de los sectores más humildes.
El planteo del Impuesto a las Ganancias es discutible, pero legítimo. Tiene muchas formas de abordaje, algunas de ellas muy reaccionarias. Pero las dos CGT y las dos CTA coinciden en replantear el Impuesto a las Ganancias. En el discurso de ayer, Moyano combinó las críticas a este impuesto con otras más duras a las políticas sociales del Gobierno: las políticas de vivienda, los viejos planes Trabajar (a los que llamó “Descansar”) y la entrega de computadoras a los chicos de las escuelas villeras. No importan los argumentos que usó, lo real es que hizo esta combinación clásica en la tradición gorila.
El mensaje que está urdido en esa combinación es que con la plata que les sacan a trabajadores se mantiene a vagos que no trabajan. Ese discurso fue más revelador de su desgaste que la escasa convocatoria.
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