Martes, 20 de agosto de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
Estaban cocinados. Fue la primera impresión que se me ocurrió –y demasiado precisa– cuando vi los restos de nueve de los 38 prisioneros que murieron a manos de la policía egipcia el domingo por la noche. En el camino del desierto, cerca de la prisión de Abu Zaabal, esos hombres –capturados en la plaza Ramsés, el sábado después de que la policía y el ejército de El Cairo irrumpieran en la mezquita de Al Fatah– supuestamente trataron de volcar el furgón de la prisión que los llevaba a la cárcel. La policía de seguridad estatal disparó una granada de gas lacrimógeno dentro del vehículo y todos murieron.
Y, habiendo visto esos horribles cadáveres en la maloliente morgue de El Cairo, debo decir que esos pobres hombres, no acusados de ningún crimen, sin procesar, víctimas del glorioso “estado de emergencia” con el que Egipto está bendecido ahora, murieron de manera terrible. Hay momentos en que la mera descripción no puede balancear el horror de los muertos. Pero a no ser que la historia los olvide o los trate con menos compasión de la que merecen, debemos, me temo, confrontar la realidad. Los cuerpos estaban horrorosamente hinchados y habían sido quemados de la cabeza a los pies. Un hombre tenía una laceración en la garganta, causada quizá por un cuchillo o una bala. Un colega vio otros cinco cadáveres en un estado similar, pero con agujeros de bala en sus gargantas. Afuera de la morgue, los matones contratados por el Ministerio del Interior egipcio trataron de asustar a los periodistas para que se fueran.
Un hombre de mediana edad, cuyo amigo perdió a su hijo por disparos de la policía el miércoles, apareció en medio de familiares que gritaban, algunos de los cuales estaban vomitando en el piso, y me llevó a ver a un imán sunnita, inmaculado con su turbante blanco y rojo, quien gentilmente me indicó que pasara a través de dos puertas de hierro al cuarto de la muerte. Uno de los que trabajaban en la morgue, Mohamed Doma, miraba los cadáveres con incredulidad. También lo hacía el imán. Y también yo. Después de caminar frente a nueve de esas penosas criaturas –hijos de Egipto–, pude ver más cadáveres en otro corredor. Todos, de acuerdo con el personal médico, habían sido traídos de la prisión de Abu Zaabal.
La prisión, que fui a ver ayer, está ubicada al lado de un canal del Nilo. Sus paredes son altas y sus portones están unidos a pilares neofaraónicos. De acuerdo con la policía, los 38 prisioneros sacudieron el camión cuando era parte del convoy de la policía que llegaba a la institución. Cuando se vio obligado a detenerse, los prisioneros –ésta es la historia de la policía, que al parecer ha matado a más de mil conciudadanos en estos últimos días– agarraron a uno de los policías y, en un exitoso intento de rescatarlo, sus colegas uniformados dispararon una granada de gas lacrimógeno dentro del camión que estaba atestado de prisioneros.
Tantas historias de las “fuerzas de seguridad” –como las historias de los Hermanos Musulmanes– han resultado inciertas en las últimas semanas. Otra historia, de la nueva obediente prensa egipcia, informa que los “terroristas” detuvieron el convoy y trataron de liberar a los prisioneros. Como todos los prisioneros murieron, quizá no sepamos nunca cómo o por qué fueron masacrados. No es necesario decir que los muertos se habían convertido en “terroristas” anoche –¿por qué, si no, tratarían de liberarlos “terroristas”, si realmente lo hicieron?– y una vez que los egipcios hubieran absorbido la noticia de la igualmente horrible masacre de hombres de la seguridad egipcia en el Sinaí, esto ahora se convirtió en la masacre de Abu Zaabal, para ser recordada junto con la masacre de Rabaa, la masacre de Nahda, la masacre de la plaza Ramsés y todas las otras masacres que probablemente sucedan.
Después de estas escenas fantasmagóricas, las estadísticas del Centro de Investigaciones económicas y sociales de Egipto harán una lectura solemne. Se dice que 1295 egipcios fueron asesinados entre la mañana del miércoles y el viernes, 1063 el miércoles solamente (incluyendo a 983 civiles, 52 del personal de seguridad y 28 cuerpos hallados debajo de la plataforma de la mezquita Rabaa). Trece policías y tres civiles murieron en un ataque a la comisaría en Kerdasa, 24 civiles en Alejandría, seis en Sharqeya, seis en Damietta, 13 en Suez, 45 en Fayoum, 21 en Bani Suef, 68 en Minya. Esta es una tragedia nacional, no sólo de El Cairo. Pero supongo que los cadáveres en la morgue los representan a todos.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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