Viernes, 13 de septiembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › A PARTIR DEL GOLPE DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973 ALBERGO A 826 REFUGIADOS POLITICOS
Tras atravesar un frondoso jardín por un camino empedrado se accede a la entrada de la casona ubicada en Vicuña Mackenna número 41. Allí se puede ver una placa recordatoria que colocó Néstor Kirchner en noviembre de 2007.
Por Mercedes López San Miguel
Desde Santiago
En una casona de dos pisos ubicada en la calle Vicuña Mackenna número 41 funcionaba la embajada de Argentina en Santiago, hoy la residencia del embajador. La edificación de estilo colonial y pisos dameros en los pasillos del interior albergó a partir del 11 de septiembre de 1973 a 826 refugiados políticos, en su mayoría chilenos, pero también había argentinos, brasileños, mexicanos, bolivianos y uruguayos, según la lista elaborada por el entonces secretario de la sede diplomática, Félix Córdoba Moyano.
Tras atravesar un frondoso jardín por un camino empedrado se accede a la entrada de la casona. Allí se puede ver una placa recordatoria que colocó Néstor Kirchner en noviembre de 2007: “En este predio se asilaron durante varios meses centenares de ciudadanos chilenos y de otros países que fueron víctimas de persecución política a partir del golpe de Estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende. Conmemoramos aquellas jornadas reivindicando el compromiso de los pueblos chileno y argentino por la defensa de los valores de la solidaridad, la democracia, la libertad y el respeto por los derechos humanos”. Se queda mirando la placa por un instante Andrés Van Gelderen, quien después de 40 años vuelve a este lugar de visita, esta vez como turista. Cuando tenía 14 años acompañó a su padre, el cónsul Gustavo Van Gelderen, en su estadía en Santiago. “Me acuerdo de que mi padre me trajo aquí, había muchos asilados, de varias nacionalidades, y tuvieron que hacerle reformas a la casa para que pudieran vivir de forma digna. También me acuerdo que hubo que traer médicos para que asistieran a las mujeres embarazadas en los partos.”
La embajada fue rodeada por los agentes de seguridad de Pinochet. El señor que hoy peina canas tiene grabado un momento de suma tensión en la sede diplomática, cuando una persona que pretendía asilarse se subió a un árbol y fue baleado por los carabineros. “La gente trepaba a los árboles para poder saltar y entrar a la embajada. Yo estaba en el patio de atrás cuando un hombre quiso saltar y terminaron matándolo.”
Un caso resonante para la prensa de la época fue el del ciudadano chileno Sergio Leiva Molina, quien fue asesinado por disparos de un policía el 3 de enero de 1974 en el interior de la sede diplomática, lo que originó una protesta formal del gobierno de Perón por “grave atentado a la inmunidad diplomática y a los principios de derecho de asilo”. A Leiva lo engañó la policía, haciéndose pasar por alguien del otro lado del muro que le pedía que lo ayudara a entrar.
Van Gelderen afirma que su padre se ocupó de tramitar los salvoconductos para que todos pudieran salir del país. “Fue un proceso largo, hubo gente durante dos años, recién en el ’75 no quedó nadie.” Uno de los nombres más conocidos de los que recurrieron al asilo en la embajada fue el de Ariel Dorfman, quien estuvo desde septiembre hasta los primeros días de diciembre de 1973, cuando pudo viajar a la Argentina. Cuenta el escritor en el libro Entre sueños y traidores que no bien aterrizó en el aeropuerto de Buenos Aires, “la policía porteña se encargó de resquebrajar la fantasía de que iba a poder permanecer en el país natal argentino el tiempo que me diera la gana. Las fuerzas de seguridad me interrogaron durante horas, soltándome, al fin, con la advertencia de que ‘será mejor, hijo de puta, que te portes bien’”.
La Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dippba), cuyo archivo gestiona desde el 2000 la Comisión Provincial de la Memoria, produjo una nutrida documentación sobre el impacto del golpe de Estado chileno en Argentina. Entre esos materiales, destacan los legajos que revelan la situación de cientos de militantes chilenos y de otras nacionalidades que el mismo 11 de septiembre y posteriormente acudieron a la embajada de Argentina en Santiago. Magdalena Lanteri, directora del Programa de Gestión y Preservación de Archivos, explica la importancia de este material. “Los documentos de la Dippba nos presentan dos lógicas o dinámicas: por un lado la lógica de la inteligencia policial, burocrática y represiva, y por el otro, la lógica de los actores sociales a los que la policía vigiló, recuperada en los legajos.” Lanteri agrega que la experiencia en la sede diplomática arroja luz sobre otros aspectos. “En los documentos de inteligencia policial se relata la preocupación del Estado argentino respecto del arribo de esos asilados en nuestro país que habilitó que cada una de esas personas fuera ‘fichada’ por la Policía Federal en su ingreso (con el detalle de sus antecedentes ideológicos y la evaluación del nivel de peligrosidad que representaba).”
Uno de los hombres que trabajaban en la sede diplomática en esos años de plomo, y que hoy tiene 69 años, prefiere no dar su nombre pero cuenta que él se encargaba de salir a comprar y un día una pareja le pidió que los ayudara a entrar a la embajada. “Recuerdo a un matrimonio argentino, él estudiaba medicina en la Universidad Católica y ella estaba embarazada de unos ocho meses. Yo hacía las compras en una carretilla de jardinero y ellos me pararon en la esquina para ver si podían entrar conmigo, porque había carabineros por todos lados. Me dejaron entre la espada y la pared. ¿Qué hago, pensé? Si me pescaban no me soltaban más, porque significaba traición a la patria. Para ellos (los carabineros) era una guerra. Me siguieron igual. Yo sentía nervios. Y no sé si fue el destino pero cuando pasé la carretilla pudieron entrar conmigo.” Se necesitó de personas solidarias como este hombre de mirada franca para que muchos perseguidos pudieran sobrevivir.
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