Viernes, 6 de diciembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › A LOS 95 AÑOS, FALLECIO EL ICONO DE LA LUCHA ANTIAPARTHEID
El líder sudafricano, Nobel de la Paz, combatió durante décadas contra el régimen segregacionista. Estuvo 27 años preso. Como presidente tuvo el trabajo más duro de desmontar el aparato jurídico heredado de los opresores.
El hombre que simbolizó la lucha contra el apartheid y Premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela, murió anoche a los 95 años en su hogar en Qunu, en Johannesburgo. La noticia la anunció el presidente sudafricano Jacob Zuma dirigiéndose al país por televisión. “Se fue en paz rodeado por su familia. Ahora está descansando. Nuestra nación perdió a su gran hijo. Sudafricanos, Nelson Mandela nos unió y unidos le diremos adiós.” Zuma les envió sus condolencias a su esposa Graça Machel, a su ex mujer Winnie Madikizela-Mandela, a sus hijos, sus nietos, sus bisnietos y a toda la familia. Dijo que Mandela recibiría un funeral de Estado y ordenó que todas las banderas flamearan a medio mástil desde ese momento hasta después del funeral.
Cientos de personas se congregaron anoche frente a la vivienda donde falleció Mandela, para despedir con música, flores y banderas al héroe del antiapartheid. Medios locales e internacionales se reunieron frente al domicilio de Mandela, en el barrio de Qunu de Johannesburgo, tras conocer que allí se había convocado una reunión familiar urgente a última hora de la tarde del miércoles. Horas antes de la comparecencia de Zuma, cuando anunció la muerte de Mandela, dos de las nietas del ex mandatario y una amiga cercana de la familia, Bantu Holomisa, fueron vistas entrando a la casa. Pese a los rumores que desataron estas visitas, uno de sus nietos, Madla Mandela, negaba después que se estuviera produciendo una reunión familiar relacionada con el empeoramiento del estado de su abuelo.
Pero su salud se había resentido este último tiempo. Desde 2011 Mandela había sido hospitalizado recurrentemente por sus problemas respiratorios, causados por la tuberculosis que contrajo en las casi tres décadas que permaneció en prisión. En 2001 había sido operado por cáncer de próstata y 11 años más tarde se le extrajeron piedras de la vesícula. Su paso por el hospital se hacía cada vez más frecuente y su cuerpo más frágil.
Cuando Mandela asumió la presidencia el 10 de mayo en 1994, Sudáfrica terminaba con 46 años de apartheid. Era el fin del régimen de segregación racial que impedía a los sudafricanos negros contar con los mismos derechos y oportunidades que sus compatriotas blancos. En su discurso inaugural ante miles de personas, que fue más una celebración democrática que una solemne toma de posesión, el flamante presidente dejó las cosas en claro: “Nunca más esta hermosa tierra volverá a experimentar la opresión de uno sobre el otro y sufrir la indignidad de ser la escoria del mundo”. El trabajo más duro sería desmontar el aparato jurídico heredado de los opresores y unificar un país dividido por casi medio siglo de discriminación institucionalizada. Desde el Congreso Nacional Africano (CNA), partido que ayudó a consolidar y que le sirvió como plataforma para plasmar su proyecto político, había asegurado durante la campaña electoral que convivir suponía gobernar para todos los sudafricanos, independientemente de su color de piel, origen, creencia, status o procedencia geográfica.
En su autobiografía, El largo camino hacia la libertad, Mandela escribió que el gobierno de las mayorías y la paz interna eran las dos caras de una misma moneda, y que si los sudafricanos blancos no lo entendían entonces jamás habría paz y estabilidad en el país. Los dirigentes del Partido Nacional (PN), artífices del apartheid, finalmente lo comprendieron y el 11 de febrero de 1990, tras 27 años de encierro, liberaron a Mandela. El entonces presidente Frederik de Klerk lo convirtió en un interlocutor legítimo para pactar una transición sin sangre. La proscripción al CNA fue levantada y el PN acordó el paulatino repliegue del régimen segregacionista, en momentos en que los enfrentamientos tribales y la tensión entre blancos y negros amenazaban con desencadenar una guerra civil. Fue entonces cuando Mandela entendió su misión casi providencial. Llamó a todos los sudafricanos a la calma y prometió que en la nueva etapa por comenzar no habría supremacía racial ni de ningún tipo. Su actuación le valió el Premio Nobel de la Paz en 1993, compartido con De Klerk, quien sería su vicepresidente. La elección de su compañero de fórmula era un gesto hacia la minoría blanca que esperaba, equivocadamente, un tiempo de revancha. En cambio, obtuvieron de él una oportunidad para la reconciliación.
“El gobierno esperaba que después de 27 años en la cárcel no estaría apto para ningún tipo de liderazgo, que habría perdido contacto con la realidad. No tardaron en darse cuenta de que la realidad era todo lo contrario”, escribió su biógrafo Anthony Sampson en Mandela: La biografía autorizada. A diferencia de sus rivales políticos, Mandela comprendió que cualquier reivindicación debía darse a través de las instituciones. Desalentó la lucha armada de sus camaradas y de otros grupos antiapartheid y promovió un acuerdo con miras a una democracia pluripartidaria y multirracial. Excepto Margaret Thatcher, que lo consideraba un terrorista y que se negó a participar del boicot internacional contra Sudáfrica en los ’80, tal como lo recordó el columnista de The Guardian Seumas Milne al fallecer la Dama de Hierro, el líder sudafricano gozaba de una simpatía generalizada dentro y fuera de su país. Klaas de Jonge, que luchó junto al CNA en los años ’80, contó a Página/12 que “Mandela fue elegido por el partido para que sea la cara visible de la lucha contra el apartheid, un símbolo que representara la libertad y que reuniera al pueblo contra sus opresores”. En sintonía con las necesidades de una sociedad a punto de explotar, condensó su filosofía política en una declaración coherente con su accionar: “Si querés hacer las paces con tu enemigo, tenés que trabajar con tu enemigo. Entonces él se vuelve tu compañero”.
Permaneció en la prisión de Robben Island durante 17 años. Los últimos diez de encierro los pasó en la cárcel de Pollsmoor. Durante su confinamiento, realizó trabajos forzados, sobrevivió en condiciones indignas y sin ningún tipo de comunicación con el exterior. Su abogado George Bizos lo recordó en uno de los pocos encuentros que el régimen le concedió. “En una visita, lo trajeron a la sala donde nos reuníamos con los presos. Llegó escoltado por dos guardias delante, dos a cada lado y dos detrás. Lo increíble de Mandela es que nunca se comportó como un prisionero. Caminaba con la frente en alto y era él quien marcaba el paso a los escoltas. Cuando llegó me dijo en broma: ‘George, permíteme que te presente a mi guardia de honor’. Al menos uno de los policías no pudo esconder una sonrisa”. A pesar de la proscripción que sufría el CNA, Mandela continuó su lucha a través de su propia figura, que adquiría notoriedad internacional y que congregaba a la mayoría de su pueblo. En 1984, el PN le ofreció dejarlo en libertad si abandonaba la conducción de su partido. Declinó la oferta por considerarla una burla a sus principios políticos y a su dignidad personal. Sabía que faltaba cada vez menos para ver cumplido su sueño de una Sudáfrica libre y democrática. Soportó seis años más en la cárcel.
La proscripción del CNA en 1960 lo obligó a pasar a la clandestinidad y a buscar apoyo entre los movimientos africanistas que luchaban por la independencia en sus respectivos países. Ese mismo año integra el Umkhonto we Sizwe, brazo armado del movimiento político que enfrentaba al PN. El recrudecimiento de la represión frente a las protestas y los levantamientos precipitó la estrategia de sabotaje, boicot y la guerra de guerrillas. Cuando Mandela regresó de una gira por el continente africano, donde se encontró con camaradas de países en procesos de emancipación, fue detenido por el régimen. En 1964 fue condenado a cadena perpetua por conspirar contra el gobierno en el célebre juicio de Rivonia. Asumió su propia defensa y aprovechó la atención que suscitaba el caso para pronunciar sus palabras más recordadas: “He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra. He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Se trata de un ideal que espero vivir y lograr. Pero, si tuviera que ser de otra forma, es un ideal por el cual estoy preparado para morir”.
Mandela nació en 1918 bajo el nombre de Rolihlahla, en un pequeño pueblo llamado Mvezo. Hijo de un jefe tribal de la etnia xhosa, fue el primero de la familia en ir al colegio y en terminar sus estudios. Fue un profesor que lo rebautizó con el nombre de Nelson. Cuando tenía 23 años, había escapado de un matrimonio arreglado con destino a Johannesburgo. Tenía incorporado el sentido de la libertad desde muy chico. En esa ciudad industrial y populosa, donde los efectos del apartheid estaban más a la vista que en cualquier otro rincón del país, conoció el racismo y la explotación del hombre por el hombre en primera persona. En la Universidad de Witwatersrand conoció a Harry Schwarz, a Joe Slovo y a Ruth First, todos ellos activistas blancos antiapartheid, quienes le mostraron que detrás de la segregación racial se escondía un imbricado sistema de exclusión e inequidad. En 1943 se recibió de abogado y se unió al CNA, fundando la Liga Juvenil del partido junto a Walter Sisulu y a Oliver Tambo. La estrategia adoptada fue la resistencia pacífica, inspirada en lo que Gandhi había logrado en la India. Pero el ascenso del PN en 1948 habría de profundizar el estado policíaco. Detenciones arbitrarias, proscripciones partidarias, prohibición para protestar o para circular libremente. La lucha armada se presentó como una posibilidad, quizá la única. La liberación de su pueblo no podía esperar.
En 1998 se casó con Graça Machel, la ex primera dama de Mozambique, luego de divorciarse de Winnie Mandela, una de las figuras más emblemáticas de la lucha contra el apartheid, dos años antes. En 1999 legó la presidencia a su vice y compañero de partido, Thabo Mbeki. El CNA se convirtió en la fuerza política más importante del país, algo en lo que Mandela tuvo mucho que ver. La prestigiosa periodista sudafricana Heidi Holland había dicho antes de morir el año pasado que el CNA ya no era el partido de Mandela. El líder renunció a cualquier cargo electivo y se consagró a la tarea filantrópica, que era otra forma de hacer lo que siempre hizo: buscar soluciones a los problemas de los sudafricanos de a pie. Promovió el deporte, la lucha contra el VIH/sida y la buena vecindad entre los países africanos. En 2004, aquejado por los problemas de salud, oficializó su retiro y pidió que no lo llamaran. El presidente Zuma lo recordó como un ejemplo y como un hombre que ha dado grandes lecciones al mundo. Las más significativas tienen que ver con la libertad, la dignidad humana y la lucha colectiva.
Informe: Patricio Porta.
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