Viernes, 10 de octubre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Eric Nepomuceno
Marina Silva disputó la presidencia en dos ocasiones, 2010 y ahora, el pasado domingo. Y repitió la misma trayectoria: surge como un tsunami, pero llega a la costa como vaciada marea. Es verdad que las dos veces obtuvo una votación muy significativa: unos 20 millones de votos. Pero es igualmente verdad que, tanto ahora como hace cuatro años, declinó a lo largo de la campaña.
Derrotada en 2010, de salida dijo que no optaría por José Serra ni por Dilma Rou-sseff, y se mantuvo neutral hasta el fin. Ahora, cambió. Dijo que tomaría partido, insinuando claramente que por Aécio Neves. Desde el lunes se espera por una definición a favor del candidato neoliberal. Y, desde el lunes, ella permanece muda.
Prometió pronunciarse el martes, y nada. Luego dijo que sería el miércoles, y postergó su anuncio para ayer. Y ayer, por fin, se supo: no hablará mientras Aécio Neves no se comprometa, públicamente, con algunas condiciones que están en una carta que fue entregada a su comité coordinador de campaña.
¿Y cuáles son esas condiciones? Silencio de Marina, revelaciones de algunos de sus allegados.
Curiosamente, son exigencias de fuerte compromiso social, que ella no llegó a defender de manera tan firme durante la primera vuelta electoral. Al menos una de esas exigencias –que se mantenga la mayoridad penal y jurídica en 18 años– se enfrenta con la propuesta de Neves, que es bajarla a 16 años. Y otras, como reforma agraria, asegurar 10 por ciento del PIB para la salud y otro 10 por ciento para educación, acelerar la demarcación de territorios indígenas, el mantenimiento de derechos laborales, conforman una lista de compromisos que pasan a años luz del credo neoliberal defendido arduamente por el candidato. Y la lista sigue, con destaque para un punto: si se elige ahora, Neves debe comprometerse públicamente a no presentarse a la reelección en 2018. Esta ha sido una de las principales fuentes de irritación entre los asesores directos del candidato.
Pero hay más: mientras trata de poner alto precio a su apoyo personal, Marina Silva avisa que no participará de ningún acto público de campaña ni aparecerá en la propaganda de radio y televisión. Los partidos de la coalición que respaldó su frustrada candidatura optaron claramente por Aécio, que también recibió el apoyo del Partido Verde y del autotitulado Pastor Everaldo, que se destacó por defender posiciones ultraconservadoras en su breve y bizarra participación en la primera vuelta.
De los partidos de la coalición de Marina, uno, y solamente uno, el Partido Socialista Brasileño (PSB), puede tener peso. Pero, como se dividió en el respaldo al neoliberal, resulta muy difícil saber hasta qué punto ese apoyo será realmente eficaz.
Otras dudas: ¿hasta qué punto el respaldo personal de Marina, en caso que Aécio Neves acepte doblegarse a sus exigencias rigurosas, significa una verdadera transferencia de votos? ¿De los electores de Marina, cuántos serán fieles a sus directrices a la hora de votar en la segunda vuelta?
Ayer por la tarde era palpable, entre varios interlocutores de Aécio, una clara irritación no sólo por la indefinición de Marina, sino también por el tono autoritario y prepotente de sus exigencias.
Mientras tanto, empiezan a delinearse, de manera más clara, las estrategias de cada adversario. En el comando de campaña de Dilma, la determinación es primero consolidar la ventaja en el norte y el nordeste, luego tratar de ampliarla. Y luego se concentrarán los esfuerzos en el sur, especialmente en San Pablo, donde la candidatura de la actual presidenta naufragó: la ventaja de su adversario es de poco más de cuatro millones de votos. Aécio, mientras tanto, trata de ampliar su alianza, buscando el respaldo de pequeños partidos.
Al margen de todo eso, el principal núcleo de oposición ya se recompuso y está actuando a pleno vapor: los grandes conglomerados de comunicación dispararon ayer los primeros petardos de grueso calibre contra Dilma. El escándalo de corrupción en Petrobras crecerá de manera exponencial en las próximas semanas. El objetivo es darle al corazón del PT y su principal aliado, el PMDB. Por más que analistas políticos y sociólogos reiteren que esa clase de denuncia tiene poco efecto en la mayoría del electorado, más preocupada en mantener su empleo y los muchos beneficios alcanzados a lo largo de esos 12 años de gobierno del PT, se sabe, con seguridad, que entre la clase media y las parcelas de mayor renta referir la palabra corrupción a las administraciones del PT –Lula primero, Dilma ahora– es un arma formidable.
Como pocas veces en la historia reciente, Brasil está dividido en dos. No por coincidencia, son dos los proyectos de país. De aquí al domingo 26 uno de esos proyectos logrará imponerse sobre el otro.
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