Lunes, 15 de junio de 2015 | Hoy
EL MUNDO › AUTOORGANIZACIóN COMO FORMA DE ENFRENTAR LA CRISIS
Desde 2011 el movimiento ciudadano no cesó de tejer redes solidarias que cubren las necesidades básicas que el sistema público dejó al descubierto, efecto de las políticas de ajuste.
Por Flor Ragucci
Página/12 En Grecia
Desde Atenas
Mientras vigila de cerca los movimientos entre Syntagma y Bruselas, el pueblo griego sigue en lo suyo: ayudarse mutuamente a sobrevivir. Para hacer frente a los efectos devastadores de la austeridad impuesta por la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI) y los anteriores gobiernos, la ciudadanía se autoorganizó en múltiples redes solidarias que garantizan lo que el Estado ya no puede: salud, comida, vivienda, educación.
Grecia es el Estado de la Unión Europea (UE) con mayor número de habitantes por debajo del umbral de la pobreza (el 23 por ciento de la población) y su tasa de desempleo, que es del 26 por ciento y roza el 60 por ciento entre los jóvenes, aumentó un 273,7 por ciento desde que en 2010 empezaran a sentirse los efectos del programa de rescate. Los severos recortes en gasto público que el Banco Central Europeo, el FMI y los países miembros de la UE impusieron como condición dejaron en situación de riesgo a un amplio sector de la sociedad que perdió, además del trabajo, su derecho a la asistencia médica y a las pensiones.
Las primeras reacciones masivas en contra de las políticas de austeridad llegaron en verano del 2011 con miles de personas ocupando las principales plazas del país y, desde entonces, el movimiento ciudadano no dejó de expandirse. La emergencia disparó también la solidaridad y, conscientes de las fisuras del actual sistema democrático, personas de todas las edades se encontraron –tras las plazas– en asambleas barriales para configurar una alternativa a la debacle. Cooperativas, clínicas y farmacias sociales, tiendas solidarias, bancos de tiempo (usan monedas alternativas) o campañas antidesahucios (contra los desalojos) comenzaron a hilar allí un resistente tejido social que hoy, cuatro años después, sigue manteniendo en pie a un pueblo que cada vez más procura autoabastecerse.
“Te dan paraguas cuando hay sol y te lo sacan cuando empieza a llover”, se queja Neny, dentista que trabaja como voluntaria en The Athens Community Polyclinic and Pharmacy (ACP&P), una de las 40 clínicas sociales que funcionan actualmente en Grecia. Neny califica de absurdas las medidas que excluyeron a más de tres millones de personas de la seguridad social por haber perdido el empleo y las menciona como factor determinante para la creación de esta red de centros médicos que –abiertos por los propios ciudadanos– ahora intentan suplir la carencia del sistema público.
Cuando nació la primera clínica solidaria, en 2011, el propósito era la atención de inmigrantes indocumentados y refugiados que no disponían de cobertura sanitaria. Pero ya en 2012 la exclusión del sistema de salud pública se convirtió en un fenómeno masivo y los centros comunitarios empezaron a recibir también a cientos de pacientes griegos. Desbordados por la demanda, médicos, enfermeros, dentistas y otros voluntarios pusieron manos a la obra y crearon en menos de tres años una verdadera red de clínicas a lo largo de todo el país, pasando de ser sólo tres en septiembre del 2012 a 40 en la actualidad.
En la región de Atica –con Atenas como capital, la más poblada de Grecia– son 750 los voluntarios que cada día dedican gran parte de su tiempo a colaborar en alguno de los dieciséis centros que allí funcionan. Neny, por ejemplo, tiene 62 años, está retirada y ahora coordina el área de odontología de ACP&P, clínica que se ubica justo detrás del Ayuntamiento de Atenas. “Tenemos todas las especialidades –ginecólogos, otorrinos, psicólogos, cirujanos, etc.– y las que nos faltan las conseguimos gracias a la colaboración de hospitales privados”, cuenta Neny. “Muchos médicos que trabajan allí –también otros profesionales, incluso directivos– nos apoyan y aceptan gratis a pacientes que les mandamos”, relata.
La ayuda va y viene. En un sistema sanitario público arrasado, donde el gasto farmacéutico se redujo en un 56 por ciento desde 2009 y los impuestos a las medicinas aumentaron un 70 por ciento, los hospitales ya no disponen de material suficiente para los tratamientos y mucha gente tampoco del dinero necesario para comprarlo. Frente a esto, las campañas de recolección de medicamentos llevadas a cabo por la red de farmacias solidarias resultaron tan exitosas que no sólo surten a las clínicas sociales de medicinas, sino que alcanzan también para proporcionar fármacos a los centros estatales. “Nosotros mandamos remedios contra el cáncer a varios hospitales ¡porque nos sobraban!”, exclama Neny, emocionada por la respuesta masiva de la población.
Las clínicas y farmacias solidarias se mantienen gracias a las donaciones privadas –que llegan, incluso, desde el extranjero– y el voluntariado de cientos de profesionales que, una vez acabada su jornada laboral, se acercan a los centros para abordar el flujo constante de personas que allí solicitan asistencia. Se calcula que, sólo en los dieciséis centros de la región de Atica, se reciben al mes dos mil pacientes por clínica, y Eleni, la recepcionista de ACP&P, da fe de ello enseñando un libro de citas que no tiene un solo hueco en decenas de páginas.
“Cada vez hay más demanda de psiquiatras y psicólogos, sobre todo infantiles, porque los niños sufren mucho al no ver futuro para sus padres”, relata Neny. Tanto la dentista como el resto de los colaboradores de la clínica ateniense se muestran verdaderamente sobrecogidos ante el drama humanitario que los rodea pero, al mismo tiempo, no pierden la esperanza de que algo pueda cambiar con Syriza en la presidencia. “El nuevo gobierno declaró que no va a tomar más medidas de austeridad y yo no sé qué va a pasar con las negociaciones pero creo que Tsipras tiene un compromiso honesto”, confiesa Neny. “Debemos apoyarlo y aguantar hasta que pueda recuperarle a la gente sus derechos sociales.”
Para regenerar la economía de un país que en tan sólo cinco años vio cómo la quinta parte de su población se quedaba con sus necesidades básicas al descubierto, la búsqueda de un comercio justo, con precios más bajos para los consumidores y mejores condiciones para los productores, no parece una mala idea. Así lo pensaron –y lo vienen haciendo desde 2012– los 45 grupos de distribución “sin intermediarios” que funcionan en toda Grecia.
Tonia Katerini, arquitecta y desocupada de larga duración (como la mayoría de los arquitectos en este país, según ella misma apunta), forma parte de una tienda que en Exarchia, popular barrio del centro de Atenas, vende más de 300 productos adquiridos a granjeros locales por 25 por ciento más del monto que recibirían de los supermercados y son ofrecidos al público por un precio 25 por ciento menor que el de los grandes negocios. “Conectamos con los productores directamente, sin intermediarios, y creamos cadenas de distribución alternativas –además de que no usamos publicidad ni envases caros–, lo cual nos permite tener precios más bajos que el resto del mercado”, explica Tonia.
Si bien el principal objetivo es que todo el mundo pueda acceder a alimentos básicos de buena calidad, Katerini insiste en que la importancia de esta clase de proyectos radica, sobre todo, en “la creación de un nuevo tipo de sociedad, al fomentar una producción y un consumo responsables”. Ellos mismos se acercan a las granjas para asesorar a los trabajadores en técnicas más cuidadosas con el medio ambiente, a la vez que se encargan de explicar a los vecinos por qué es conveniente apoyar a los productores griegos.
Por otro lado, estas tiendas funcionan como cooperativas que, pese a estar constituidas mayoritariamente por voluntarios, dada su creciente popularidad, empiezan a ver sus frutos también como generadoras de empleo. “Ahora tenemos algo de beneficios y podemos pagar al primer trabajador full time”, cuenta orgullosa Tonia, quien entiende que el comercio sin intermediarios ayuda así a regenerar el tejido productivo del país.
Cada agricultor que participa en estas cooperativas debe donar entre el 2 y el 5 por ciento de sus ventas diarias a gente sin recursos y, de esta forma, no sólo 2169 familias están actualmente llenando su cesta, sino que la autoorganización ciudadana se solventa y da una puntada más en su red también gracias al aporte del comercio solidario.
Dentro de un aparato estatal prácticamente consumido, la llegada de nuevas fuerzas políticas a veces puede resultar revitalizante. Syriza, al menos, lo intenta desde que en 2012 ocupó un lugar en el Parlamento y, como forma de apoyo hacia las cerca de 200 redes ciudadanas que entonces existían en toda Grecia, decidió que sus diputados donaran un porcentaje del salario para la creación de un fondo solidario.
Así surge Solidarity for All (S4A), una estructura que pretende ser un punto de encuentro para todos los movimientos ciudadanos que trabajan en la reconstrucción social del país, así como una forma de darles visibilidad pública. “En octubre del 2012 hicimos una llamada general en distintas ciudades de Grecia a la gente que formaba parte de las redes solidarias y organizamos grandes encuentros para crear este espacio facilitador de iniciativas, dar documentación, asesoría y empezar a buscar lugares físicos donde reunirnos, con el objetivo de volver esta labor comunitaria más efectiva”, explica Christos Giovannopoulos, miembro de Solidarity for All. “Nosotros no coordinamos ni representamos a ningún colectivo o partido específico –remarca Christos—, esta plataforma es producto de la confluencia de las necesidades de las redes solidarias y la propuesta de Syriza de crear este fondo económico para ayudar a solventarlas.”
Ante las críticas de ciertos sectores, que acusan a S4A de mera base de captación de votos, Giovannopoulos defiende que el propósito de Syriza nunca fue el de crear su propia organización solidaria sino el de “promover la idea de la autoorganización de la sociedad, abierta a todos”. Por eso, los fondos de los que disponen se utilizan sólo para los sueldos de una decena de trabajadores que gestionan la plataforma desde una oficina en el centro de Atenas y para cubrir necesidades puntuales de los diversos colectivos, mientras que el resto se sigue manteniendo con donaciones y voluntariado. “Así, si estos fondos se acaban o se retiran, el movimiento solidario no se verá demasiado afectado y podrá continuar funcionando como antes”, sostiene Christos. “El objetivo es que los grupos permanezcan independientes y no esperen un dinero que venga desde el centro.”
Otra de las funciones de Solidarity for All es la de estar atentos a los nuevos focos de emergencia que siguen surgiendo como consecuencia de la crisis humanitaria disparada por las políticas de austeridad. “Si vemos un problema venir, organizamos asambleas para abordarlo y hacer algo al respecto. Así es como, por ejemplo, nació la campaña en contra de los desahucios y la pérdida de la vivienda por impago de alquileres, para la cual tomamos como modelo lo hecho por las PAH (Plataforma Afectados por la Hipoteca) españolas”, relata Giovannopoulos.
También recuerda muy especialmente cómo lo marcaron, en los años posteriores al 2001, las noticias que le llegaban desde Argentina, e incluso confiesa que el documental de Pino Solanas Memoria del saqueo fue para él determinante en su trayectoria dentro del activismo social. “Mientras veía esas imágenes de la crisis en Argentina ni se me ocurría que acá podría algún día pasar lo mismo”, reflexiona Christos. “Nosotros siempre los tenemos presentes y su país es todo un referente en solidaridad y lucha.”
A largo plazo, la iniciativa de Syriza lo que busca es desarrollar un nuevo paradigma de hacer política y de resolver las necesidades básicas, “conseguir el cambio social, antes que el político”, según declara el portavoz de S4A. “Queremos promover nuevas formas de organización y de participación que luego puedan ser generalizadas al ámbito público y al funcionamiento del Estado”, afirma.
Se trata de un largo camino, en el que la macroestrategia de los 400 colectivos que en la actualidad trabajan con la contribución de S4A está muy clara, pero también las duras limitaciones con las que se topan para llevarla adelante. “Ahora estamos a la espera de cómo seguirán las negociaciones con la Troika. Si ellos cierran el grifo y no tenemos más dinero, posiblemente estas estructuras solidarias se vuelvan aún más organizadas”, augura Christos Giovannopoulos, quien recuerda que el primer eslogan que los lanzó a las plazas –“No dejar a nadie solo ante la crisis”– continúa guiándolos.
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