Martes, 28 de julio de 2015 | Hoy
EL MUNDO › LOS TRAFICANTES DE PERSONAS GANAN CINCUENTA MIL DóLARES POR SEMANA
El éxodo es gestionado y explotado por milicias, bandas criminales y funcionarios corruptos en una cadena que se extiende desde el Africa subsahariana hacia Europa. El peligro no desalienta a las personas que escapan de sus países de origen.
Por Kim Sengupta *
Para ser un joven de 23 años de un pasado de pobreza, a Zouhar parece haberle ido bien. Compró tierras, una casa para su familia, y un coche nuevo para él. Esto, sin embargo, es un modesto reflejo de sus ganancias, que son de no menos de 200 mil dólares por mes. Zouhar es un traficante de seres humanos, que aprovecha el único comercio que todavía está floreciendo mientras Libia sigue fracturándose. Unas 95 mil personas cruzaron el Mediterráneo en lo que va del año y más de 2 mil murieron al intentar hacerlo. Pero el peligro no desalentó a los miles que se dirigen a los principales puntos de embarque para Europa. Zouhar tiene su sede de operación de contrabando en el puerto de Zuwara; más lejos en la costa, en Garibouli, Hamza de 38 años, también está haciendo dinero en serio: algo más de 160 mil dólares al mes, una cifra que se espera que aumente aún más ahora que encontró una fuente de barcos más baratos para su carga humana.
El éxodo multinacional, multicultural y multirreligioso es gestionado y explotado por las milicias, bandas criminales y funcionarios corruptos en una cadena que se extiende desde el Africa subsahariana hacia Europa. Viajando por ciudades libias, uno se encuentra con hombres, mujeres y niños de Siria, Túnez, Palestina, Eritrea, Etiopía, Somalia, Sudán, Níger, Nigeria, Gambia, Somalia y Chad. Tomaron miles de rutas para llegar a la costa, con el sueño común de una vida en el rico y estable Occidente.
El viaje a través del Sahara está lleno de peligros –de robos, violaciones, secuestros y asesinatos–. Al llegar a Libia, los viajeros corren el riesgo de ser arrestados por el gobierno con sede en Trípoli, uno de los dos que luchan por el control del país, y terminen en los centros de detenciones. Pero decenas de miles lo logran en la última etapa de su viaje.
Las redes de trata en los dos puntos principales de partida, los puertos de Zuwara y Garibouli, son muy diferentes en la forma en que manejan el negocio, las personas que transportan, los barcos que utilizan y el dinero que cobran. En Zuwara la clientela está conformada en gran parte por sirios, con un menor número de tunecinos y marroquíes. Muchos viajan en grupos familiares; tienden a ser relativamente acomodados, capaces de pagar los honorarios de entre 1500 y 2000 dólares por persona. Algunos pagan más para garantizar que el número de pasajeros se mantenga bajo.
Las barcas, que miden entre seis y siete metros de largo, se compran a los pescadores locales; cada una se usa para llevar entre 250 y 300 pasajeros. “Estos son buenos, barcos de madera, y siempre nos aseguramos de que tengan dos motores en caso de que uno se rompa”, insistió Zouhar. “Nosotros no somos personas que sólo tomamos el dinero y luego nos olvidamos de los pasajeros. Le damos a cada pasajero un chaleco salvavidas, comida y agua. Tenemos una tasa de éxito del 90 por ciento de nuestra entrega.”
Además de ser lucrativo, es una empresa relativamente libre de riesgo para Zouhar y sus compañeros contrabandistas. Ninguno se sube a bordo de los barcos; éstos son tripulados por los pasajeros que reciben un entrenamiento rudimentario, o contrabandistas de la misma nacionalidad que los pasajeros. Un segundo barco, más rápido, sigue de cerca al barco, y cuando los migrantes se acercan a aguas territoriales italianas, llama a los guardacostas italianos. Un final prolijo, explica Zouhar con satisfacción, a un viaje exitoso.
“Nuestro trabajo termina ahí: dejamos a nuestros pasajeros en buenas condiciones”, dijo. “Sabemos que los gobiernos europeos no enviarán a los sirios de regreso a la guerra en su país. Terminan dando asilo. Así que hemos cumplido nuestro contrato y nos aseguramos de que llegarán a Europa”, dijo.
Zouhar bajó los gastos efectuados para cada viaje: alrededor de 25 mil dólares para el pesquero; pagos a intermediarios de 150 por pasajero; 700 para un teléfono vía satélite y el GPS, normalmente comprado a un proveedor confiable en la ciudad de Sabratha; 600 para combustible; y alrededor de 500 para los chalecos salvavidas, comida y agua.
Como traficante hace un embarque de migrantes a la semana, ganando más o menos 185 mil dólares. Esto se reduce a 150 mil después de descontar los costos y, después de dividir con sus dos socios, Zouhar embolsa 50 mil dólares a la semana, lo que le permite disfrutar de compras como un nuevo elegante Chevrolet verde por 25 mil.
El traficar transformó la vida de Zouhar y sus amigos. Hace tres años hacían envíos de cantidades modestas, vendiendo combustible robado de las estaciones de servicio. “Después de eso comenzamos a contrabandearlo a Malta”, dijo. “Después comenzó a venir gente para que los cruzáramos y nos dimos cuenta de que sería igual de fácil. ¡Y ahora mira!”.
Zouhar y sus colegas insistieron en que no están preocupados por la amenaza de una acción militar de la Unión Europea para luchar contra la trata de personas. “¿Quieren destruir los barcos? Estamos dispuestos a perderlos a los italianos junto con los pasajeros”, dijo. “Si ellos bombardean nuestro barco completo, o si atacan Zuwara, terminarán matando a una gran cantidad de sirios. ¿Cómo se va a ver eso?”.
Tampoco existía mucho peligro de ser arrestados, en tanto los traficantes mantengan el actual modus operandi. “Seguimos trabajando con los sirios, nos pagan, nadie se ahoga, llegan a Europa”, dijo. “Las cosas son diferentes cuando se está traficando con negros; se trata de un tipo diferente de operación. Usted no verá muchos negros aquí en Zuwara; los puestos de control detienen a un gran número que entra.”
Los subsaharianos tienden a dirigirse más a lo largo de la costa, a Garibouli. Se podía ver a alguno de ellos trabajando en la ciudad, como asistentes de la estación de gasolina o limpiadores de la calle, o vendiendo baratijas por el borde de la ruta, para recaudar fondos para su paso a través del Mediterráneo según Hamza, el contrabandista.
La mayoría de los hombres insistieron en que simplemente estaban tratando de hacer dinero para enviar a sus familias de vuelta a casa. Uno de los pocos que admitieron que quería estar en un barco, Ali Mohammed Sharkarke, 27, de Somalia, describe un arduo viaje a través de cuatro países durante el cual fue despojado de cada posesión por la pandilla de contrabando a la que ya había pagado 2000 para que lo trajeran a Libia.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyambéhere
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