EL MUNDO › PUERTO PRINCIPE ES UNA CIUDAD SITIADA Y LOS INSURRECTOS PLANEAN RENDIRLA POR HAMBRE

El lento descenso a los infiernos en la capital

El poder de Jean Bertrand Aristide ya tambalea en la propia capital de Haití.
Aquí, dos conocedores del país cuentan y explican lo que está sucediendo.

Por Phil Davison *
Desde Puerto Príncipe

Pensé que había pisado sobre una pila de basura cubierta de cartón. Un fotógrafo colega me señaló que era el cuerpo de un hombre joven, atravesado de balas y cubierto de fruta podrida. No había estado muerto mucho tiempo y probablemente siga allí en la costanera esta mañana.
Cientos de haitianos pisotearon el cuerpo mientras saqueaban todo lo que podían del puerto de esta ciudad sin ley. Los más ambiciosos se llevaron autos remolcados, algunos utilizando vehículos y otros sencillamente con las manos. La pobreza de esta nación es tal que muchos huyeron simplemente con cajones de botellas de gaseosas vacías.
El fotógrafo no sacó fotos. Cuando regresé a nuestro vehículo, estaba mirando el cañón de una pistola muy grande y vieja en las pequeñas manos de un varón adolescente. La pistola estaba amartillada. “Nada de fotos. Fotos no. Se van ahora, váyanse”, gritó en el idioma local, francés créole. Así lo hicimos.
Los saqueadores serán señalados como seguidores del presidente haitiano Jean Bertrand Aristide, y en realidad lo son. Pero literalmente estaban muertos de hambre y simplemente se estaban llevando lo que podían, mientras la ciudad colapsaba en una anarquía total. Aparentemente, el joven fue baleado por seguidores armados de Aristide, los llamados chimeres, o fantasmas, que intentaban detener los saqueos.
Los llamados rebeldes anti-Aristide están rodeando la capital haitiana. El secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, se ha habituado a llamarlos “la resistencia” al elegido presidente Aristide, el hombre que él y su administración han apoyado por mucho tiempo. En realidad, simplemente son haitianos hambrientos, liderados y armados por ex oficiales de las fuerzas armadas haitianas que estuvieron bajo el mando de Jean Claude “Baby Doc” Duvalier.
Cuando cubrí otras historias en este país hace algunos años –el surgimiento dramático y popular al poder de Aristide, el golpe militar que lo derrocó y la intervención norteamericana que lo restituyó–, estos líderes eran conocidos como la FRAPH. Era la sigla, en francés, de Frente Revolucionario para el Avance del Pueblo Haitiano. Pero no es casualidad que la sigla se pronuncie exactamente como frappe, la palabra francesa para “golpe” o “pegar”. La palabra asustaba a los haitianos aterrorizados de la misma forma que los antecesores del grupo, los temidos Tontons Macoutes de la dictadura de 30 años de la familia Duvalier. “La resistencia” es una de las expresiones más desafortunadas utilizadas por Colin Powell.
Algunos de los otros cuerpos que vimos ayer eran aún más horrendos. Uno de los cuerpos estaba sobre la autopista que une la ciudad vieja con los suburbios más pudientes, donde vive la elite de los mulatos o de raza mixta. Le habían cortado los genitales, lo cual solía ser marca de fábrica de la acción de los Tontons Macoutes.
Todo está cerrado aquí. Hay poca gente que se anima a salir. Nadie está seguro de cuándo aparecerán los llamados rebeldes. Su líder, Guy Philippe, un ex oficial del ejército y jefe de la policía, se echó atrás el viernes en su amenaza de tomar la capital este fin de semana, ocupar el palacio presidencial y arrestar a Aristide. Ahora dice que quiere bloquear la ciudad y frenar la llegada de alimentos. “Lo que queremos es desesperación”, informó.
Para la gente de esta ciudad, que en comparación hace que las ciudades más pobres de Africa parezcan lindas, esto sonaba como el escenario que aparentemente prefiere George Bush. El presidente norteamericano estaba contemplando ayer la posibilidad de enviar 2200 marines para asegurar la seguridad de los diplomáticos y ciudadanos norteamericanos. Ha dejado en claro que no quiere que sus hombres participen en la crisis de esta pobre nación. Ya tiene suficientes preocupaciones, dicen sus asesores, con Irak y Afganistán.
Su política resultó brutalmente clara ayer cuando los guardacostas norteamericanos, utilizando guantes de látex, rápidamente desembarcaron a unos cientos de haitianos que habían recogido de barcos precarios que intentaban llegar a Florida. “Deportaremos a los refugiados que intenten llegar a nuestras costas”, advirtió Bush la semana pasada. No dijo “excepto si son cubanos”; hace tiempo que la política norteamericana es dar asilo a cualquiera que huya del régimen de Fidel Castro.
Era difícil movilizarse ayer por la ciudad. Hombres armados manejaban a toda velocidad, apuntando sus rifles y tirando al aire. Los seguidores de Aristide nos detuvieron prácticamente en cada esquina de la parte vieja de la ciudad, gritándonos y apuntándonos con sus rifles. Si uno no conociera Haití, estaría aterrorizado. Pero generalmente terminaban levantando sus barricadas para dejarnos pasar, riéndose y deseándonos el bien. “Por lo menos no son franceses”, nos dijeron. Están enojados por el repentino abandono de Aristide por el gobierno de Francia.
Puerto Príncipe ahora parece estar totalmente aislada. Llegamos al aeropuerto internacional ayer y lo encontramos totalmente abandonado, excepto por algunos guardias de seguridad. Un grupo de turistas suecos estaba pensando en la posibilidad de manejar hasta la frontera de la República Dominicana, pero se les advirtió que los caminos eran peligrosos y que probablemente estarían bloqueados.
Los rebeldes, que comenzaron su campaña en Gonaives y se expandieron hacia el norte, han tomado grandes áreas del sur y se dice que están acampando a menos de 20 kilómetros de la capital. En realidad, muchos probablemente ya estén aquí. No es una confrontación clásica. Parece improbable que los rebeldes tomen por asalto la capital, sino que prefieran infiltrarse gradualmente y aparecer si el presidente Aristide es forzado a renunciar o huye.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Ximena Federman.

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Seguidores de Jean Bertrand Aristide en el techo de un colectivo conocido como “Tap Tap”.
Hombres armados manejaban ayer a toda velocidad por la ciudad, apuntando sus rifles y tirando al aire.
 
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