EL PAíS › UN DEBATE SOBRE LOS LIMITES ENTRE LA MEMORIA Y EL DOLOR POR EL MUSEO DE LA ESMA

Cómo se preserva la memoria del horror

El mayor centro de torturas de la dictadura será un museo de la memoria. ¿Cómo hacerlo? ¿Qué debe contener? ¿Dónde está la frontera entre custodiar la memoria de lo que pasó y exhibir el dolor? Página/12 abrió el debate con organismos de derechos humanos y directores de museos de la memoria.

 Por Mariano Blejman

Después de la noticia vino la reflexión: el presidente Néstor Kirchner anunció la creación de un “museo de la memoria” en lo que fuese el centro de tortura urbano en manos del Estado más grande de América latina. Pero, ¿cómo recordar ese tremendo pasado? ¿Quién escribe el guión de esa película llamada ESMA cuando se convierta en museo? ¿Hasta dónde debe avanzar el recuerdo sobre el dolor? ¿Hasta dónde aproximar la memoria en busca de la verdad sin llegar a la descripción morbosa?
Tarde o temprano, la Escuela de Mecánica de la Armada se convertirá en un museo visitado por los argentinos. Lamentablemente, el mundo ha adquirido cierta experiencia en eso de recordar tragedias. Desde hace años, organizaciones dedicadas a la memoria debaten cómo acercarse al dolor y contarlo. Los organismos de derechos humanos –enmarcados de algún modo en Memoria Abierta, la entidad que agrupa a varios organismos y se dedica a conservar la memoria, cuya directora es Patricia Valdez– viene debatiendo sobre cómo debería ser el museo de la ESMA, que tendrá la ardua tarea de contar la historia de este país en uno de sus escenarios más dolorosos. Ellos, junto a directores de otros museos de la memoria, dan su opinión de qué debería pasar en éste.
Magdalena Mieri es especialista en programas de museos y directora de la Latino Virtual Gallery en el Centro Smithsoniano para Iniciativas Latinas. Hizo asesoramientos para museos de Argentina, Perú, México, Uruguay y Bolivia, y aunque evita opinar sobre lo que “debe hacerse” en la ESMA (“Me lo impiden mis emociones generadas por la aprobación de la ley”, dice) explica la función de ciertos museos del mundo que tratan la cuestión de la intolerancia, el abuso, el racismo y la violación de derechos humanos. Hay ejemplos en Alemania, en los campos de concentración de Sachsenhausen o Buchenwald; en el castillo Cape Coast en Ghana, donde estaba la “caza” de africanos negros para ser esclavizados hacia América; la cárcel en la Isla Robben en Sudáfrica testigo del apartheid; el National Civil Rights Museum en el motel Lorraine, donde asesinaron a Martin Luther King en Memphis, Tennessee, entre otros.
“Todos estos lugares, convertidos hoy en museos de sitio, son testigos de atrocidades históricas. Tienen como objetivo principal promover una memoria responsable de la historia”, cuenta Mieri. La memoria responsable implica hacerse cargo.
Aquí, el Museo de la Shoá de la Fundación Memoria del Holocausto funciona como un punto de experiencia a la hora de iluminar pasados. Graciela de Jinich, directora, explica que “se trata de mantener la memoria colectiva, de recordar el hecho histórico no sólo desde la información oficial, sino también desde las vivencias de aquellos que pasaron por esa tragedia: en definitiva se trata de escribir un guión, como una película”.
También Patricia Valdez, de Memoria Abierta, opina que escribir el guión sobre la ESMA es de algún modo escribir el guión mismo de la historia argentina: pues ¿desde dónde se relata la tragedia que terminó en terrorismo de Estado del ‘76 al ‘83? ¿Cuál es el valor simbólico de la ESMA y hasta dónde se estira el recuerdo?
Según explica Mieri, para el Consejo Internacional de Museos “el objetivo es recordar a las víctimas de crímenes estatales, admitidos por la sociedad o ideológicamente motivados. Las instituciones suelen estar ubicadas en los sitios históricos originales o en lugares elegidos por los sobrevivientes de los crímenes, con propósito conmemorativo. Tales establecimientos se proponen suministrar información acerca de ciertos acontecimientos conservando una perspectiva histórica, pero vinculándolos también estrechamente al presente”. Por eso, dice Jinich, “nosotros contamos desde antes de la guerra, desde la post Primera Guerra Mundial, pero también mostramos lo que pasaba en Argentina, mientras se desarrolló el Holocausto”.
Lo cierto es que no hay mirada más poderosa –y a la vez más peligrosa– que los museos realizados en “el lugar de los hechos”. “No sólo evocan sino que son testimonios reales de una historia que afectó a una comunidad”, dice Mieri. La agrupación Memoria Abierta –integrada por siete agrupaciones de Derechos Humanos, entre ellas Abuelas de Plaza de Mayo y el CELS– viene conformando mesas redondas, debates internos y públicos, en la búsqueda del consenso para la escritura del guión. Y además –como todas las organizaciones– viene juntando material histórico que algún día servirá de puntapié para armar la muestra.
Jinich explica su idea sobre “hasta dónde contar” en un museo. “Hay que acercarse a la línea del dolor, pero no tocarla directamente. Si uno cuenta el detalle de la tortura, eso expulsa a los posibles espectadores. Pero si se cuenta con sutileza y altura, da ganas de seguir investigando. De todos modos, como dije, lo más importantes es el testimonio directo de las víctimas.”
El ejemplo queda claro en el Museo de la Shoá, en Montevideo 919. Las imágenes de la masacre llegan hasta su prolegómeno. No se muestran las cámaras de gas, sino “apenas” su ingreso. Las filas organizadas por los nazis, la última foto antes de subir al tren, la salida de los campos de concentración, las cartas enviadas y, obviamente, los testimonios audiovisuales que en este caso provienen de la Fundación Steven Spielberg dedicada a recuperar testimonios orales de los sobrevivientes a los campos de concentración de los nazis donde murieron 6 millones de judíos.
El problema del museo de la ESMA es que los militares argentinos también desaparecieron todos los documentos que alguna vez tuvieron en su poder. “El lugar de la ESMA tiene una fuerte presencia social: sin duda, habrá que contar geográficamente para comprender dónde estaba ese lugar y qué decía la gente de afuera. Entendemos al museo como un espacio para la reflexión, por eso armamos charlas, tenemos una biblioteca, hacemos debates, proyectamos películas. Porque el recuerdo de la memoria no debe quedarse en la muestra”, dice de Jinich.
En esa misma línea opina Mieri, quien cree que en la museología moderna un concepto fundamental es apelar a las emociones como recurso educativo. Se cree que el visitante aprende estimulado por el despertar de un sentimiento que lo relaciona en el nivel personal con lo que se hace en un museo. “A veces se utiliza la recreación del espacio histórico, o con objetos, música o dramatización. En muchos casos lo que cuenta es la ausencia, el espacio vacío, la arquitectura, los objetos personales íntimos, la vestimenta, los diarios, objetos de uso personales contrapuestos con documentos oficiales, estadísticas y números.” Convive lo académico con el pensamiento popular.
Después de años de trabajo de los organismos de Derechos Humanos, la ESMA está instalada en el inconsciente colectivo como un espacio del terror, para colmo todavía ocupado por sus antiguos dueños a la espera que caduque el “alquiler” de la memoria. En diversas mesas de debate sobre el tema participaron intelectuales como León Rozitchner, la socióloga Elizabeth Jelín, Horacio González, el psicoanalista Moisés Kijak, la historiadora Hilda Sábado y la politóloga Catalina Smulovitz para trabajar en la búsqueda de consenso sobre lo que debería relatarse. El asunto parece estar en cómo lograr que la historia que se visita en esas frías paredes no se convierta en un lugar lejano para los visitantes que no vivieron, o no quisieron vivir, o estaban mirando hacia otro lado.
En el guión de la ESMA muchos preguntan si la historia a contar comienza en el ‘30, el ‘55, el ‘68 o el ‘76. Se debaten en cómo evitar la teoría de los dos demonios o qué se contará del rol del peronismo entre el ‘73 y el ‘75. ¿Cómo se producirá ese traspaso? ¿Cuáles serán las huellas que semantengan intactas? ¿Qué historia quiere contarse? ¿Quiénes son los actores? ¿Hacia quién está dirigido?
Mieri cuenta que ese mismo camino recorrieron el Museo Nacional JaponésAmericano en Los Angeles, sobre la inmigración de la comunidad japonesa; el Museo Memorial Nacional del Holocausto en Washington, creado gracias al presidente Jimmy Carter; el Museo de la Tolerancia en Los Angeles, sobre el racismo; o el Memorial a César Chávez, en Keene, California, un centro de homenaje a los trabajadores migrantes.
El traspaso del centro militar a museo histórico tiene un profundo significado político: es recuperar la historia, destruir la intención de borrar la memoria (cabe recordar la intención de demoler la ESMA del anterior presidente Carlos Menem), sirve para decir “este pasado es nuestro”. Para Mieri sería ingenuo pensar el museo sin motivación política. “Con el museo, la historia no está controlada: se muestra en su lugar, es un bien público, patrimonio de todos.” También cabe preguntarse si aquellos sobrevivientes al terrorismo de Estado están en condiciones de visitar el lugar donde alguna vez fueron torturados.
El documento que los organismos de derechos humanos le entregaron al presidente Néstor Kirchner dice con bastante claridad “qué conceptos de memoria y justicia” deben imponerse, cuenta Patricia Valdez, de Memoria Abierta. “En la ESMA va a converger información de muchos lugares distintos, y lo central será definir un guión consensuado entre todos.” En Memoria Abierta, en la misma línea que los modernos museos de la memoria a nivel internacional, y con la experiencia de haber entrevistado cerca de 300 víctimas de terrorismo de Estado para el proyecto Archivo Oral, sienten respeto del poder de los objetos y se oponen a cualquier clase de guión “impactante” sobre la dictadura militar. La idea será, en línea con la museología moderna, dejar el lugar como está –no reconstruirlo, obvio– y que ese espacio sirva como inspiración para recordar el pasado.
José Semprún dijo alguna vez que había historias dolorosas que sólo se podían explicar con la palabra. El museo deberá contener, entonces, a los sobrevivientes: su palabra los crea y les da protagonismo. Aunque pueda verse allí la bufanda de una sobreviviente tejida con los dedos en El Vesubio, el recuerdo más fuerte de la ESMA será el edificio mismo. Y adentro, la palabra como testigo insobornable.

Compartir: 

Twitter

Hay acuerdo en que la ESMA no debe ser “reconstruida” como centro de torturas: no es necesario ser literal.
 
EL PAíS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.