EL MUNDO › MORIR EN MADRID
CRONICA DE LA INDIGNACION. EL MIEDO, LAS MARCHAS Y LA RESISTENCIA

Un día de furia española

Ayer fue un día único en la historia de España. Un día de mentiras, movilizaciones, reclamos de verdad, increpaciones a las fuerzas policiales, un día con miedo y sin respuestas en lo que se suponía la jornada de reflexión previa a las elecciones de hoy. En estas páginas, todo el testimonio del vértigo de ayer.

Página/12 en España
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

El viernes fue el día después de la masacre, el sábado es el día antes de las elecciones. El jueves se eligieron a los muertos que no tuvieron opción alguna a la hora de las bombas y el domingo son los vivos quienes eligen a los que gobernarán a España durante los próximos cuatro años. Esas son y han sido las fechas; y ahora las fechas son tan importantes porque las fechas son algo cierto, claro, verificable. El resto son señales de humo: teorías e hipótesis que van de lo razonable (lo que no acaba de asegurar nada; porque quién sabe si la lógica de Sherlock Holmes es útil y funciona a la hora de explicar ciertos horrores) o rumores delirantes (que, por momentos, se las arreglan para sonar más sólidos y atendibles que las escasas explicaciones ofrecidas hasta el momento por los funcionarios del Partido Popular). Un amigo te informa con voz top-secret que “desde el atentado del 11 de septiembre al World Trade Center han pasado exactamente 911 días. ¿Te das cuenta? 9-11. Septiembre 11. Esto dice tanto como una firma, ¿no?” Y uno no tiene ganas de ponerse a hacer cuentas y no sabe si su amigo es un genio o un alucinado. Y hay miedo. Y se sabe: puede precisarse con exactitud el instante en que el miedo empieza, pero es imposible predecir cuándo se va a acabar. El miedo tiene fecha de elaboración pero no tiene fecha de vencimiento. Y lo peor de todo: ese miedo ni siquiera tiene nombre y, por lo tanto, puede ser cualquiera en cualquier parte.
Así, el sábado por la mañana, la gente mira debajo de los asientos al subir al subte; mira de reojo a ese tipo que entra a un bar con una mochila, y –lo más triste y lo más grave de todo, esto acaba de empezar– mira con recelo a cualquiera con aire musulmán. Y se consumen dosis gigantes de diarios y noticieros pensando que tal vez de este modo se revele la clave que resuelva el misterio. Y cuando se pasa demasiado tiempo teniendo miedo, entendiendo por qué pero no por quién, no demora en surgir la furia, en perderse la paciencia. Durante las marchas del viernes por la noche la única consigna universalmente gritada fue un constante “¿Quiénes son? ¿Quiénes son?” Y lo cierto es que las autoridades no han sabido todavía responder a esta pregunta. Las dos posibilidades –que el gobierno esté ralentando la investigación para no aclarar nada hasta que pasen las elecciones, o que, sencillamente, no sabe lo que pasó– no conforman a nadie. Ambos escenarios no conforman a nadie, parece.
Ya durante las concentraciones del viernes fueron varios los políticos del Partido Popular que tuvieron que dejar las calles en busca del refugio de estacionamientos. La gente no paraba de gritarles, de empujarlos, de pedirles explicaciones mientras la noticia de que había muerto un bebé (víctima 199) crispaba todavía más los ánimos.
El mediodía del sábado es gris y la gente está todavía más irritable. La mujer que me vende el diario todos los días me pregunta “si es posible nacionalizarse argentina”, porque ella está “avergonzada de la imagen que está dando el gobierno español al mundo”. El panadero –tal vez influenciado por la reciente lectura de El Código Da Vinci– me dice que esto es culpa de que “el Partido Popular esté infectado de miembros de la secta Legionarios de Cristo” y que “esos se creen iluminados y elegidos y que siempre tienen la razón y nosotros, claro, somos unos gilipollas que no entendemos nada y por eso se la pasan retándonos y no nos dicen nada”. Por su parte, los grupos más radicales de la derecha racista acusan a Aznar de oportunista a la hora de andar repartiendo residencias y nacionalidades a las víctimas y a familiares extranjeros en situación irregular, cuando lo que habría que hacer sería mandarlos de vuelta a sus países y a sus trenes. Todos se han olvidado de que esta es la “jornada de reflexión” de rigor –y de que mañana también hay elecciones en Rusia– para pensar y decidir a quién se le va a dar el voto al día siguiente. Ya no se escucha eso de las elecciones como “fiesta de la democracia”. De fiesta nada, pero, de algún modo, ahora son elecciones mucho más trascendentes de lo que jamás habrían sido, y el fantasma del “voto castigo” es cada vez más creíble para unos y asusta cada vez más a otros. Hasta el miércoles pasado, las encuestas dedicaban un 40% del electorado a repartir entre indecisos y abstinentes. Ahora, seguro, ese número ya no existe y ha sido suplantado por personas decididas y que se preocupan casi a última hora por saber a dónde queda la urna que les toca. Una pintada fresca en una pared antigua de Barcelona lo dice todo con apenas cinco palabras: Franquista el que no vote.
A primera hora de la tarde comparecen el vocero Eduardo Zaplana y el ministro del Interior Angel Aceves –dos de los “sectarios” directamente acusados por mi panadero– y no dicen gran cosa. El primero se limita a recitar cifras de asistencia record a la marcha “convocada por el gobierno”. Cuando se le pregunta por las agresiones verbales recibidas por sus compañeros de partido responde –haciendo uso de una aplicación un tanto surrealista de las matemáticas– que “si se las comparan con los más de once millones de manifestantes” fueron muy pocas las personas que pidieron explicaciones. El segundo dice algo así como que la responsable es ETA hasta que se pruebe lo contrario y –cuando se lo enfrenta al hecho de que tanto periódicos como agencias de inteligencia de todo el mundo se inclinan por Al-Qaida– se limita a decir que agradece la ayuda, pero que él sólo atiende a lo que dicen los investigadores españoles. La cuestión es que –ya se lee en la edición on-line de El País– el Centro Nacional de Inteligencia le ha comunicado al ministro que “los atentados fueron con toda seguridad de corte radical-islámico”.
En algún momento, los muertos alcanzan el terrible número redondo de 200; se anuncia una amenaza de bomba en el aeropuerto de Berlín; un policía mató a un allegado a ETA durante una discusión sobre el 11-M; la televisión transmite funerales y pone micrófonos junto a bocas que se han quedado sin voz de tanto llorar; se vuelve a emitir el mensaje del rey (hay que decirlo: hay algo realmente real en este rey; sus palabras son las más sensatas que se han oído desde que se perdió toda sensatez), y los máximos representantes de la comunidad árabe en España rechazan las sospechas sobre Al-Qaida y condenan el atentado.
De golpe, 6 de la tarde, cerca de 5000 personas se concentran espontáneamente, por el boca a boca de teléfonos móviles e internet, frente a la madrileña sede central del Partido Popular pidiendo explicaciones y con pancartas donde sólo se lee la palabra PAZ. Con la garganta –el PP no demora en condenar la “ruptura del luto” y denuncia el acto como “manipulación electoral”– se dicen otras cosas: “Vuestras son las guerras, nuestros son los muertos”, “Mentirosos”, “Antes de votar, queremos la verdad” y “Ya lo saben en Europa”. Hace frío pero no se siente: la gente está muy pero muy caliente. CNN España transmite en directo desde allí; Televisión Española opta por entrevistar familiares a la salida de hospitales y tanatorios.
Y a las 20 se sabe lo que, de algún modo, ya se sabía: los canales de noticias internacionales anuncian la detención en Madrid de cinco musulmanes. Vuelve a aparecer Acebes y precisa que son tres marroquíes y dos españoles de ascendencia hindú y que están implicados en la venta y falsificación del teléfono móvil y la tarjeta utilizados como detonadores de la mochila que no explotó. Un periodista le pregunta si ETA queda descartada. “No hay que descartar nada”, replica Acebes, pero lo cierto es que entre los detenidos, hasta ahora, no hay ningún vasco. 21.15 y Mariano Rajoy –candidato por el Partido Popular– denuncia ante las cámaras a la manifestación frente a la sede de su partido como “ilegal” y “sin precedentes en la historia democrática del país”, en un día en el que todo tipo de actividad política está prohibida. Asimismo, pide “con toda solemnidad” que se deje de convocar a más marchas de protesta hacia diferentes sedes del PP en toda España. La “pureza del proceso electoral” no está garantizada si no se deja de lado este tipo de actitudes que coaccionan, razona, y agrega que ha presentado un recurso a la Junta Electoral Central para que se reúna y tome las medidas pertinentes. La oposición aparece poco pero pega duro: Alfredo Pérez Rubalcava –vicecoordinador electoral de PSOE– informa que su partido no ha convocado a ninguna de estas manifestaciones y que “por sentido de Estado y respeto a la memoria de las víctimas” supo guardar silencio y no hizo público en su momento su conocimiento de que las investigaciones profundizaban la opción Al-Qaida. Asegura que su partido jamás utilizará el terrorismo como arma para la confrontación política pero, recuerda, “el PP ha dicho cosas que no se ajustaban a la realidad”, y que fue José Luis Rodríguez Zapatero, candidato del PSOE, quien tuvo que llamar por teléfono al ministro del Interior para informarse sobre las detenciones. Tampoco –agrega Rubalcava casi de salida– hará comentario alguno sobre las declaraciones a un diario en las que Rajoy manifestó “tener la convicción moral” de que ETA había sido responsable de los atentados.
A las 22, los autos empiezan a hacer sonar las bocinas en la noche de Barcelona, se encienden velas en el centro de la Plaza Cataluña y, enseguida, hay cacerolas en los balcones y dos mil personas –que acabarán siendo unas cinco mil– gritando frente a la sede local del PP.
Una amiga me dice que desde el jueves pasado está con la sensación de estar viviendo una pesadilla con los ojos abiertos: “Una de esas pesadillas en las que, al pellizcarte el brazo para despertarte, lo único que se consigue es que te duela un poco más de lo que ya te duele y darte cuenta de que no estabas durmiendo”.
Ahora es cerca de la medianoche y es hora de dormir. Pero el minué televisivo continúa y reaparece Zaplana –portavoz del PP– condenando las “insólitas declaraciones” de Rubalcava –portavoz del PSOE– y recordando que toda concentración y pronunciamiento político en público está vetado por la ley electoral. Lo que no alcanza para convencer a los manifestantes frente al edificio del PP, que ahora marchan rumbo a la Puerta del Sol golpeando al grito de “¡Dimisión! ¡Dimisión!”. Va a ser una (otra) noche larga y mañana (hoy) será (es) otro día. Y hay elecciones. Y sería bueno que, también, hubiera más respuestas. Y menos miedo.

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