EL MUNDO › OPINION
El verdadero Eje del Mal
Por Fernando Cibeira
El triple ataque de ayer de Al Qaida en Al Khobar tiene la virtud de resituar la atención en el lugar donde todo empezó: Arabia Saudita. Fue, en efecto, Arabia Saudita el lugar de donde salió Osama bin Laden; es en Arabia Saudita donde consigue parte de su dinero, proveniente de facciones disidentes de la Casa Real; Arabia Saudita es el principal proveedor petrolero de Occidente y es, por lo tanto, el canal gracias al cual la voracidad petrolera de Estados Unidos y el resto de las economías occidentales financia al terrorismo que se vuelve contra ellos y libra una pelea sin cuartel para expulsarlos de Medio Oriente. Esa dependencia del petróleo es el verdadero Eje del Mal.
Este, en efecto, no es un ataque contra la ocupación estadounidense de Irak, sino que se integra en un patrón de actividades y programas de largo plazo que antecede con mucho la ocupación estadounidense de Irak. Hay que remontarse por lo menos hasta el primer ataque (fallido) contra el World Trade Center en Nueva York en 1993 para situar una línea de operaciones ofensivas que continuó con la voladura de las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania en 1998, el atentado contra el destructor estadounidense “USS Cole” en el Golfo de Adén un año después y finalmente la voladura –esta vez exitosa– de las Torres Gemelas y la destrucción de parte del Pentágono el 11-S. Para los intereses occidentales amenazados por este terrorismo, en la práctica, la invasión de Irak no ha sido más que una distracción (y en el peor de los casos, y si se consideran las evidencias de penetración de Al Qaida en Irak, un espectacular disparo por la culata).
De algún modo es lícito comparar las acciones de ayer con la decapitación filmada de un contratista civil estadounidense en Irak este mes, también reivindicada por Al Qaida. La organización dijo en su momento que se trataba de una retribución por las fotografías de los maltratos a prisioneros iraquíes por soldados estadounidenses en la tristemente célebre prisión de Abu Ghraib. Esa oportunidad no la iban a dejar pasar, pero, leído de otro modo, el video del degüello corría el riesgo de atenuar el escándalo político en Washington por las fotografías, restar presión sobre el presidente George W. Bush y dar una nueva luz verde para su reelección. Eso no se ha verificado del todo, pero la respuesta al aparente enigma es que Al Qaida no tiene como su objetivo meramente la derrota de Bush en noviembre sino la salida de todas las compañías y ejércitos occidentales de su propia región, y la destrucción de Israel. El objetivo de mínima es el objetivo de máxima, y no hay treguas ni acuerdos parciales. La serie de ataques intermitentes contra blancos extranjeros dentro de Arabia Saudita puede leerse, en este sentido: como un intento de golpe de Estado en cámara lenta dentro de la gigantesca Casa Real de 6000 príncipes, muchos de los cuales simpatizan con Bin Laden y financian abiertamente organizaciones de caridad que son en realidad meras fachadas de fuentes de recaudación de fondos para la organización del hijo pródigo.
Poco después de la invasión de Irak, el Pentágono ordenó la salida de Arabia Saudita de la mayor parte de las tropas norteamericanas desplegadas en el reino. En ese momento, parecía que Irak era un mejor y más seguro destino para lo que se postulaba como un “portaaviones del desierto” que aseguraría con hasta cinco bases permanentes la hegemonía militar estadounidense en Medio Oriente y daría a Arabia Saudita, Irán y Siria el amenazante obsequio de tener fronteras con una semicolonia militar norteamericana. La evidencia de involucramiento de la Casa Real saudita en el financiamiento de Al Qaida, incluyendo donaciones a las falsas organizaciones de caridad por la esposa del propio embajador saudita en Washington, parecía aconsejar esta movida. Pero en este año han cambiado muchas cosas: las tropas norteamericanas parecen encerradas en Irak en un callejón donde la única salida puede ser la fuga, tarde o temprano, y la semicolonia militar norteamericana no amenaza a nadie, dado que es incluso incapaz de mantener el control dentro de sus propias fronteras. En estesentido, el redoble de las actividades terroristas por Al Qaida contra blancos extranjeros en Arabia Saudita tiene lógica: con el ejército norteamericano fuera del reino y en una situación de jaque permanente dentro de Irak, se trata del momento de pasar nuevamente a la ofensiva.
Donald Rumsfeld (foto), secretario norteamericano de Defensa, sonó ayer singularmente precavido al advertir en la ceremonia de graduación de los cadetes en la academia militar de West Point que “la guerra contra el terrorismo está más cerca de su comienzo que de su final”. La duda es si el caos de la política norteamericana en Irak no la ha retrocedido al casillero anterior al comienzo.