EL MUNDO
Los palestinos ya se pelean por el control del Estado que aún no tienen
Frente al plan de retirada unilateral de Israel de Gaza para fin de 2005 ya se percibe una guerra semiabierta entre distintas facciones políticas –como Hamas y la Jihad Islámica– por la futura hegemonía del territorio.
Por Jorge Marirrodriga*
La Franja de Gaza, uno de los lugares con mayor densidad de habitantes del mundo, con una tasa de desempleo superior al 50 por ciento y una población encerrada en una tierra semidesértica junto al Mediterráneo de unos 40 kilómetros de largo por 10 de ancho, será desde finales de 2005 el principal laboratorio donde se decidirá cómo se conformará la sociedad palestina. El anuncio de la retirada total unilateral israelí para esa fecha ha disparado un proceso de lucha por el poder entre las diversas facciones palestinas ya en marcha desde la segunda Intifada en septiembre de 2000.
Lo que comenzó como una disputa entre facciones por controlar sectores tanto del territorio como de la sociedad ha derivado en una guerra semiabierta entre clanes policiales –en la que resultó asesinado, entre otros, Jalil al-Zaben, un destacado periodista y, sobre todo, amigo de Arafat–, en los secuestros de responsables gubernativos y toma de edificios oficiales como los protagonizados por las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa y en la reivindicación abierta por parte de organizaciones como Hamas o Jihad Islámica de un papel activo en el gobierno del territorio. Sus cartas de presentación: una mayor eficacia que la Autoridad Palestina (AP) tanto en la prestación de servicios a los palestinos como en la lucha contra los ocupantes israelíes. A este respecto, en la Franja se considera que los atentados suicidas –denominados “acciones de martirio”– más “eficaces”, es decir, donde muere un mayor número de israelíes, son los perpetrados por Hamas.
El asesinato, el pasado marzo, del líder espiritual de Hamas, el jeque Ahmed Yassin, por parte del ejército israelí, y la repetición del descabezamiento de la organización pocas semanas después con el asesinato de Abdelaziz Rantisi, han dado a Hamas una primacía ante la que Al Fatah, el movimiento liderado por Arafat que controla la AP, sólo ha podido hacer seguidismo.
Casi 40 años de ocupación y cuatro de segunda Intifada, o Intifada de Al-Aqsa, han producido dos fenómenos relacionados entre sí. En primer lugar, los palestinos han dejado de confiar en una administración incapaz de hacer frente a sus múltiples necesidades, que no puede responder de ninguna manera a las medidas adoptadas por Israel –Operación Escudo Defensivo en 2002 en Cisjordania, construcción del muro y Operación Arco Iris en Gaza este año, entre otras– y sobre la que pesan acusaciones de corrupción e ineficacia a todos los niveles. Además, el descontento con la AP no responde sólo a causas económicas. Según la organización Amnistía Internacional (AI), cientos de personas se encuentran encerradas en las cárceles palestinas sin cargo alguno o sin ser sometidas a juicio, entre ellas decenas de sospechosos de colaborar con los israelíes. Sobre éstos se cierne la amenaza de la pena de muerte. AI subraya que en muchos casos los procesos judiciales no reúnen las condiciones reconocidas internacionalmente. A esto hay que añadir la justicia que ejercen las organizaciones armadas, especialmente sobre los sospechosos de colaborar con los israelíes.
La percepción de que la fuerza de la AP se desmorona está en la calle, y a ello responde la toma de posiciones de grupos teóricamente leales a Arafat, como las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, que prefieren ponerse en primera fila en las denuncias contra la corrupción palestina –de la que dicen lucharán con tanto énfasis como contra “el enemigo israelí”– antes de ser arrastrados por el descrédito entre su propia gente. En segundo lugar se está produciendo un relevo generacional, de medios y de objetivos. La vieja guardia palestina, encabezada por Arafat, se está viendo desbordada por una nueva generación de dirigentes que no quiere oír hablar de alto el fuego o negociaciones con Israel. Su objetivo, como proclaman una y otra vez las direcciones de Hamas o Jihad, no es la negociación, sino la destrucción de Israel, y el medio más efectivo y rápido es el terror. Estos nuevos movimientos se sienten respaldados por la población; de hecho, más del 80 por ciento de los habitantes de Cisjordania aprueba los atentados suicidas. Este relevo viene además montado sobre el caballo del islamismo. Mientras los colaboradores de Arafat vienen del campo del marxismo, las direcciones de Hamas o Jihad no quieren saber nada de ideologías, y aquí es donde están ganando la partida, porque mientras Marx ofrece consignas, Mahoma ofrece sanidad, escuelas y ayuda alimentaria gratis o a precios asequibles para la destruida economía familiar de los palestinos.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.