EL MUNDO › CHIRAC RECHAZO EL DEBATE CON LE PEN Y SIGUEN LAS PROTESTAS
Con los antidemocráticos, ni hablar
El ultraderechista francés Jean Marie Le Pen se burló ayer de la negativa del presidente conservador Jacques Chirac a debatir con él en TV. E insistió en la “preferencia nacional” para los franceses.
Por Eduardo Febbro
Con manifestaciones callejeras y una pugna política de cuchillos afilados, la campaña para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales tropezó ayer con el primer –y previsible– escollo entre los dos elegidos para enfrentar el veredicto de las urnas el próximo 5 de mayo, el presidente saliente Jacques Chirac y el patrón de la ultraderecha, Jean Marie Le Pen. Chirac se negó a protagonizar el sacrosanto debate televisivo con su rival erigiéndose así el “garante” de la moral republicana. Según expresó Chirac en su primer mítin con vistas a la consulta final, “tal como no acepté en el pasado una alianza con el Frente Nacional, y ello fuere cual fuere el precio, no aceptaré mañana un debate con su representante”. El candidato-presidente atacó frontalmente a Le Pen alegando que no quiere que “el oscurantismo, el odio y el desdén confisquen esta elección presidencial. No quiero que la nación francesa ceda frente al vértigo del temor. Frente a la intolerancia y el odio, no hay transacciones posibles, ni compromisos, ni debates”.
Aunque pueda parecer un detalle menor, la polémica del truncado debate reviste una serie de significaciones de largo alcance. En primer lugar, el cara a cara ante las cámaras es una institución nacional y a menudo resultó determinante en el resultado de la consulta. En un plano más político, y al haber sido acusado en el pasado de haber pactado en secreto con Le Pen, Chirac se saca de encima una sospecha probada por varias investigaciones. No sin humor, en cuanto estuvo seguro de que pasaría a la segunda vuelta, Le Pen declaró: “Ahora Chirac no tiene más motivos para negar que me encontré con él”. En el telón de fondo de esta acusación se mueven los hilos de una estrategia electoral de largo aliento que busca “legitimar” al candidato Chirac frente al conjunto de la sociedad y no sólo ante la franja conservadora del electorado. La elección presidencial es el primer movimiento, el segundo son las elecciones legislativas. Le Pen sacó inmediatamente su lenguaje florido juzgando que se trataba de una “lamentable evasión”. El candidato de la ultraderecha acusó a Chirac de “tener miedo”, miedo “de la verdad”, “el duelista que se evade queda deshonrado”, reiteró. Acto seguido, el “duelista” sin adversario catódico empezó a destilar algunos de sus hallazgos ideológicos. Le Pen propuso integrar en la Constitución francesa y a través de un referéndum su tan querido concepto de “preferencia nacional”. Este proyecto equivale a dar a los franceses la prioridad ante todo. En todo caso, pese al repudio de la mayor parte del electorado, Le Pen se declaró confiado en que el próximo 5 de mayo habrá una “sorpresa” semejante a la de la primera vuelta. Ironizando acerca del apoyo “global” obtenido por su rival, Le Pen dijo que “por fin la máscara se ha caído. Jacques Chirac se ha convertido en el candidato de la izquierda unida”.
Entronizado como único defensor de los valores republicanos, apoyado por la izquierda, defendido indirectamente por la juventud francesa que colma las calles protestando contra Le Pen, Chirac reunió ayer en Rennes a toda la derecha republicana sin lograr con ello aplacar las diferencias con vistas a un anunciado pero hipotético partido político único de centroderecha destinado a apoyar a Chirac. Todos dicen que sí, pero la mayoría no se compromete por temor a ver las corrientes que representan -centristas, liberales– fagocitadas por la máquina presidencial. La euforia de la armada presidencial contrasta con los ojos caídos de los socialistas y la pesadumbre que invadió a parte de la juventud francesa. Ayer por la noche, durante una manifestación espontánea en la Plaza de la Bastilla, muchos manifestantes caminaban como perdidos llevando carteles que decían: “Tengo vergüenza de ser francés”. El PS analizó nuevamente elmartes una estrategia posible frente a las legislativas. Esta es tanto más dificultosa cuanto que el esquema que abrió la trampa de la derrota, la dispersión de las fuerzas, sigue intacto. El PS formó gobierno con los verdes, los comunistas, los radicales de izquierda y con el Movimiento de los ciudadanos del ex ministro de Defensa e Interior Jean Pierre Chevènement. Cada uno de estos partidos salió el domingo pasado con su propio candidato causando, junto a la abstención, la derrota de Jospin. La búsqueda de una candidatura única se lleva a cabo en un clima de entierro digno de las peores catástrofes humanas. Los socialistas están obligados a sellar una auténtica unión y, en el tiempo que les queda de aquí a junio, removilizar a las llamadas “fuerzas sociales” que fueron hasta no hace mucho sus más fieles votantes. La apuesta pasa incluso por un pacto con la triunfadora “izquierda alternativa”, es decir, los trotskistas que consiguieron un histórico 10%. Estos, por primera vez en la historia, están negociando ahora un pacto entre Lucha Obrera y la Liga Comunista Revolucionaria. Esa eventualidad complicaría todavía más la supervivencia legislativa de los socialistas.
Más allá de los triunfalismos, el análisis detallado del voto muestra hasta qué punto los partidos tradicionales salieron sancionados de las urnas. La derecha clásica perdió casi 4 millones de votos en relación con la consulta de 1995, Lionel Jospin dos millones y medio, la izquierda un millón y medio. La cacofonía de diferencias en el seno de la izquierda le fue fatal a Lionel Jospin, tanto como su primera declaración de principios a la hora de salir a la arena electoral: “Mi proyecto no es socialista”. La presencia perturbadora de Jean Pierre Chevènement también jugó su papel en la hecatombe. Hombre de la izquierda, ministro socialista, Chevènement contribuyó a estrechar las fronteras entre la izquierda y la derecha con su discurso “cazamoscas”.
El país sigue aún como anestesiado, en particular la juventud. Solitario pero revelador, un cartel pegado en la puerta de una universidad parisina decía: “¿Por qué no nos advirtieron que Le Pen podía ganar?”. Nicolas Baverez, historiador y economista, arriesgó un análisis sobre el voto del domingo: “No caben dudas –escribió– que Francia es el hombre enfermo del mundo libre y desarrollado”.