EL MUNDO
Un Blair flojo vs. otro fuerte
La magnitud del triunfo de Tony Blair es el único enigma en las elecciones británicas de hoy, donde el premier es el claro favorito.
Por Marcelo Justo
Gran Bretaña va hoy a las urnas y el gran enigma es cómo saldrá parado el primer ministro Tony Blair. Las encuestas no dudan en concederle la victoria al líder laborista, pero son mucho más cautas a la hora de predecir el tipo de mayoría parlamentaria que obtendrá. Un triunfo ajustado y será patente el voto castigo a un líder de credibilidad en descenso. Una victoria contundente y Blair podrá soñar con dejar atrás el “factor Irak”. A la búsqueda de esa tercera victoria consecutiva, record en la historia laborista, Blair apostó ayer a su carta más fuerte. “La solidez de nuestra economía es un factor central de estas elecciones. Y la gran pregunta es qué partido, el Laborista o el Conservador, es el que mejor puede manejar la economía”, dijo en el cierre de campaña.
Con 50 trimestres consecutivos de crecimiento económico, con bajo desempleo y baja inflación, los laboristas deberían tener la elección servida. Las encuestas de los últimos 12 años les dan una constante ventaja sobre los conservadores y los liberal-demócratas, y aun las mediciones de intención de voto efectuadas después de la invasión de Irak son constantemente favorables al partido que lidera Tony Blair. La campaña electoral no ha sido una excepción. Los sondeos que se dieron a conocer ayer ponían al laborismo a la cabeza con un 41 por ciento de los votos, los conservadores con un 27 y los liberal-demócratas con un 23. Sin embargo, a pesar de las encuestas y la falta de brillo de la oposición, la campaña del oficialismo se ha caracterizado por el miedo. Miedo al impacto del factor Irak, al abstencionismo, al voto castigo, al sistema electoral británico que por sus peculiaridades puede deparar sorpresas de último momento. Un poster de estos últimos días de campaña sintetiza el mensaje laborista. “Si usted quiere un gobierno conservador puede hacer tres cosas: votar a los conservadores, votar a los liberal-demócratas o no votar”. El abstencionismo es una preocupación dominante. En las elecciones de 2001 –que Blair ganó con una mayoría aplastante– sólo el 59 por ciento de los electores se dignó a votar. Los laboristas creen que este abstencionismo favorece a los conservadores y han concentrado buena parte de su campaña en incentivar a la gente a votar. El fantasma que los desvela es la elección que perdió Harold Wilson en 1970. Hasta el día previo a los comicios, las encuestas le daban a Wilson una cómoda ventaja respecto al conservador Edward Heath. Su derrota fue traumática para el laborismo. El voto castigo cumplió un importante papel: Wilson se había negado a condenar la guerra contra Vietnam.
Los conservadores han intentado explotar la pérdida de credibilidad de Blair. El líder tory, Michael Howard, ha machacado sobre ese punto: “Si Blair mintió sobre Irak, ¿es posible creerle sobre cualquier otro asunto?”. Lamentablemente para los conservadores, Howard tiene el mismo problema que Blair, pero aún peor: el electorado no le cree. Ni siquiera en el tema de Irak sale mucho mejor parado. En la campaña afirmó que hubiera invadido a Irak aun sabiendo que Sadam Hussein no tenía armas de destrucción masiva. En cuanto al tercer partido, los liberal-demócratas también han aprovechado el factor Irak, pero desde una posición más convincente porque siempre se opusieron a la guerra.
Así las cosas, las sorpresas pueden llegar de la mano del particular sistema electoral británico. Contrariamente a lo que se piensa, los británicos no eligen directamente al primer ministro. Eligen a los diputados que representarán en el Parlamento a los 646 distritos electorales en que está dividido el reino y que representan cada uno aunos 65.000 votantes. El líder del partido que gana más escaños parlamentarios se convierte en el primer ministro. El mismo Tony Blair tiene que ganar en su distrito para poder aspirar al máximo cargo, aunque su victoria se da por descontada por tratarse de una zona mayoritariamente laborista. Es un sistema que favorece el bipartidismo y los gobiernos fuertes. Gracias a este sistema, en los últimos 25 años, conservadores y laboristas han gobernado con mayoría absoluta en el Parlamento, a pesar de ganar menos del 50 por ciento de los votos. En 1992 los liberal-demócratas obtuvieron un 22 por ciento de los sufragios y sólo un 6 por ciento de representación parlamentaria. En casos extremos es posible que un partido obtenga un porcentaje mayor de votos que otro, pero menos escaños en el Parlamento y que, por lo tanto, pierda las elecciones, a pesar de haberlas ganado.
Suena surrealista pero sucedió. En 1951, los laboristas ganaron el 48,8 por ciento de los votos frente a los conservadores que obtuvieron el 48 por ciento. Lamentablemente para ellos, los conservadores les habían ganado en más distritos electorales, en muchos por sólo decenas de votos de diferencia. Los tories eligieron primer ministro: el veterano, héroe de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill.