EL MUNDO
El relato de argentinos que viven en
una ciudad sumida en el horror
Uno se salvó porque justo ayer fue a trabajar más temprano. Otro cuenta el estupor de la gente. Y otro más hizo de nexo entre argentinos que se buscaban. Historias entre el espanto.
Alejandro Cordi alcanzó a tomarse el tren en Wands Worth rumbo a una entrevista de trabajo en el centro, “justamente al lado de Liverpool Street, donde pusieron una de las bombas”, dice. Antes de salir prendió la radio. “Hablaban de cosas raras, pero las escuché muy de costado.” Cuando el tren se detuvo a un kilómetro de Liverpool Street, se encontró con “la cara de estupor de la gente”. Nadie gritaba, no había exaltados, sólo un murmullo colectivo que repetía de boca en boca la palabra “atentado”. “Noté una diferencia muy grande con el 11/9, como si la gente estuviese preparada: como si se hubiese tratado de un ensayo, la gente ordenadamente se quedó en la calle, los comercios cerraron temprano, las empresas reservaban lugares para sus empleados en los hoteles del centro.”
Alejandro se volvió a su casa. Intentó cancelar la entrevista pendiente, pero su celular estaba muerto, como otras decenas de miles cortados presuntamente como medida de seguridad. Envió un e-mail desde una casilla personal. Le respondieron: “Aguarde recibir próximas instrucciones”. Tiene una consultoría informática llamada Tango Consult, dice. Anoche, estaba frente a la puerta de un pub donde sólo faltaba el 30 por ciento de los habitués en la noche de un jueves. Se preguntaba si aún debía esperar otra bomba. Y decía: “Ya estoy pensando en mañana; no hay tren, no hay colectivo. Voy a tener que tomar un taxi y vamos a ser 1,5 millones en la misma situación. Tengo que ver cuánto antes tengo que salir”.
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Diego Fria-Sjostrom nació hace 27 años en el barrio de Congreso. Después de cuatro años en Nueva York, se mudó hace cuatro meses al centro de Londres, de la que ya se siente un natural. Estudia diseño a cinco cuadras de su casa, que está a un kilómetro de donde explotó el colectivo. “A las 9 y 20 con mi esposa vimos el noticiero, pero todavía no decían nada. A las 9.50 escuchamos una explosión. Jamás pensamos que podía ser un atentado. Camino a la escuela, paso por la estación Bond Street, cercana a la atacada Edgware Road. La gente salía supertranquila del subte y decía que hubo un corte de luz. Nuestra profesora llegó a clase como a las 10.25, disculpándose por la tardanza. También dijo que hubo un corte de luz en el subte. Llamé a mi mujer para que se fijara por Internet si había pasado algo. En ese momento, los medios extranjeros daban más información sobre lo que pasaba a nuestro alrededor. Creo que fueron bien cautelosos para no generar pánico. La policía no dejaba que saliera nadie a la calle. A las 12 me permitieron salir porque vivía cerca. Mis compañeros no sabían cómo iban a volver, todo el mundo usa el subte en Londres. A esa hora afuera estaba lleno de ambulancias, gente llorando. A la tarde todos volvían a casa caminando, callados, shockeados. Había una serenidad de velorio.”
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Sergio Schuchinsky diseña el sitio de argentinos en Inglaterra (www.arenin.com.ar). A las nueve de la noche hora local aún estaba frente a su computadora. “Hubo 6500 hits (visitas), y todavía me quedan 32 mails por responder, estoy haciendo de puente, de nexo entre los argentinos que quieren tener noticias de los que viven acá.” La embajada argentina había dicho temprano que no tenían argentinos entre las víctimas, pero sus familiares necesitaban confirmarlo por otro lado, como le sucedió al propio Sergio con lo que iba pasando. Escuchó temprano en la tele “de dos explosiones” y de “problemas de electricidad”. Todo parecía confuso, pero no reaccionó hasta que oyó sobre la voladura de un colectivo: “Acá –se dijo– todo esto dejó de ser accidente”. Prendió la tele, la radio e Internet. Como la información era por cuentagotas, llamó a un amigo de la city que le relató cómo vio volar contra una pared pedazos de colectivo.
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“Nos dimos cuenta de lo que estaba pasando de forma paulatina”, dice Juan Pablo Bromberg, argentino, ingeniero nuclear y empleado de un banco en el corazón de la city londinense, uno de los tres blancos elegidos por las bombas. Ayer llegó a la city a las 9 de la mañana. “Me bajé del tren, enes mismo momento se paralizó la estación de subte, pero no se sabía qué pasaba.” Como sucedió con muchos, escuchó que había problemas con la red eléctrica y recién una hora más tarde se enteró del resto de las explosiones. En la empresa le recomendaron no salir del edificio hasta que se esclareciera la situación. Londres parecía preparada: “Si bien no sabían del atentado, lo que me llamó la atención –dice– fue que los servicios de emergencia reaccionaron en diez minutos con cercos, policías, ambulancias. Hoy se vio que no fue algo que cayó del cielo, totalmente inesperado: había preparación”. Notó “mucho nerviosismo” y se quedó con una pregunta latente. “Nunca se sabe, en realidad, si va a seguir otra bomba más.”
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Mariana demoró cuatro horas para recorrer a pie los once kilómetros de vuelta hacia su casa. Estaba lloviendo. Su novio seguía sin volver. Cuando vio que los buses normalizaban su servicio llamó a su teléfono para avisarle. Mariano Cóceres esperó su colectivo después de un día largo. Es documentalista y fotógrafo, y apenas pudo recorrió el día para atrás, como en una de sus películas. “Ahí me di cuenta dónde habían explotado las bombas, y que hoy por primera vez salí diez minutos más temprano de casa: por eso me salvé.” Un tren anterior al del estallido lo dejó en su oficina cuando Londres todavía no se parecía a Nueva York, sino –a lo sumo– a un ensayo. En unas horas se fue enterando de lo que había pasado, y a las 11.30 de la hipótesis del atentado. En el banco de Mariana les pedían a los empleados que no se acercaran a las ventanas. “Se sabía que en algún momento iba a pasar. La cagada ahora es que todos nos trasformamos en Irak.”
Producción y textos de Alejandra Dandan y Sebastián Ochoa.