EL MUNDO › OPINION
Guerra de los mundos
Por Claudio Uriarte
Es posible que Al Qaida haya cometido un error estratégico de envergadura ayer. Porque, al montar una serie de atentados de diseño parecido a los del 11-M en Madrid, los arquitectos de la operación del 7-7 parecen ignorar las diferencias políticas, culturales y hasta psicológicas entre ambos pueblos y no haber advertido que, si el 11-M le costó la cabeza al entonces primer ministro conservador José María Aznar y gatilló la salida de las tropas españolas de Irak, Gran Bretaña no tiene ninguna izquierda viable a la que girar desde Tony Blair y el público británico de hoy no es demasiado distinto al que Winston Churchill se dirigió hace más de medio siglo prometiéndole “sólo sangre, sudor y lágrimas”: la “última nación heroica de Occidente”, en palabras del estratega norteamericano Edward Luttwak, y un país que suele reaccionar muy mal a las intimidaciones o provocaciones (las Malvinas son testigos).
Pero, además de solidificar la alianza angloamericana y (verosímilmente) profundizar la involución del respeto a las garantías individuales a ambos lados del Atlántico, el terrorismo islamista ha cometido esta vez la audacia temeraria de golpear contra la ciudad europea que constituye la fuente principal de su reclutamiento. Las madrasas, o escuelas religiosas musulmanas, de Londres y sus alrededores son virtuales pantallas de escrutinio de posibles candidatos a terroristas que, luego de ser meticulosamente seleccionados, son enviados a campos de entrenamiento en Irak, en Afganistán o en Somalía para luego ser “regresados” a su lugar de origen o “reexportados” a los países que la red ha elegido como blanco. Golpear en la propia casa es una invitación abierta al nacimiento de hostilidades contra la considerable comunidad musulmana de Londres y una ruptura del tácito pacto de tolerancia mutua que existía entre la prédica del islamismo más radical y la Policía Metropolitana.
En la extraña lógica de Al Qaida, que enfrenta a su enemigo con un afán destructivo parecido al de los alienígenas de la película Guerra de los mundos, el cuádruple atentado de ayer es un rotundo triunfo para la derecha en todos los rincones del planeta (aunque, bien visto, tal vez haya en ello justicia poética, ya que Al Qaida es ideológicamente una organización de ultraderecha). La pelea franco-británica por el presupuesto de la Unión Europea, o por los subsidios agrícolas, o por el llamado “cheque británico”, parece eclipsarse ahora en una distancia temporal enorme. Ya que, como dijo ayer Bertrand Delanoe, el alcalde socialista y gay de París, “hoy todos somos londinenses”.