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Los iraquíes comenzaron a enterrar a los cientos que murieron en la catastrófica estampida en Bagdad de anteayer, entre amargas recriminaciones acerca del fracaso del gobierno para prevenir la tragedia. Una marcha de protesta hacia el puente del Tigris, donde ocurrió la mayoría de las bajas, terminó en más pánico, con un muerto y varios heridos, cuando soldados comenzaron a disparar al aire.
Las últimas cifras eran de 965 ahogados o aplastados a muerte, con muchos de los 465 heridos sin expectativas de sobrevivir. También se espera que suba la tasa de muertes, ya que algunos de los muertos o heridos habían sido retirados del lugar por sus familias. Hubo inmediatas divisiones dentro del gobierno a causa de la tragedia. El ministro de Salud, Abdul Mutalib Mohammed Ali, instó a la defensa del gobierno y ministros del interior a renunciar, declarando que habían fallado en la protección de los devotos. A su vez, el ministro del Interior, Bayan Jabor, y el ministro de Defensa, Saadoun al-Dulaimi, negaron toda responsabilidad y luego desacordaron acerca de los responsables.
Muchos de entre los miles que se reunieron para los funerales de los caídos acusaron a las autoridades de proveer protección inadecuada para más de un millón de peregrinos que se habían reunido para uno de los eventos religiosos chiítas más importantes del año. Hubo más muertes en Bagdad cuando Irak ejecutó a tres prisioneros: es la primera vez que se dicta la pena de muerte tras la caída del régimen de Sa-ddam. Los tres habían sido condenados por una corte en la ciudad chiíta de Kut el mes pasado por matar a tres policías, como por casos de secuestro y violación.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Virginia Scardamaglia.