EL MUNDO › ELECCIONES LEGISLATIVAS EN FRANCIA
A la derecha, ciudadanos
Jacques Chirac parece al borde de lograr el sueño que lo eludió en los siete años de su primer mandato: gobernar con mayoría parlamentaria de derecha. La ultraderecha de Jean-Marie Le Pen tiene esperanzas, y la izquierda luce desmoralizada y sin norte en la primera vuelta de las legislativas de hoy.
Por Eduardo Febbro
Con 8446 candidatos y 577 escaños en juego, la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas de este domingo entreabre las puertas de un nuevo período aún más decisivo que la reelección del presidente conservador Jacques Chirac. Entre este domingo y el próximo se definirá la mayoría parlamentaria que, a su vez, determina la formación del gobierno. Controlada por la llamada “izquierda plural” desde 1997 –socialistas, comunistas y ecologistas–, la Asamblea Nacional puede cambiar de mayoría y permitirle así a la derecha llevar a cabo el programa político que no pudo aplicar durante el primer mandato de Chirac –1995-2002– a raíz de la fallida disolución anticipada de la Asamblea Nacional que, en 1997, dio lugar a que los socialistas reconquistaran el poder. La derecha francesa cree en la victoria como en una profecía. Desmoralizada y sin convicción, la izquierda mira las urnas como si fuera un improbable cuento de hadas. Una de las últimas primeras planas del vespertino Le Monde muestra con claridad el estado de ánimo de los socialistas y sus aliados ecologistas y comunistas: “La izquierda se prepara para una derrota anunciada”, titula Le Monde en su edición de ayer.
Odette Grzegrzulka, candidata socialista en las afueras de París, describe la campana electoral igual que una misa: “La gente parece hipnotizada, insondable, anestesiada. ¿Qué nos reserva todo esto?”, se pregunta la candidata. Otro miembro del PS, Eric Besson, cuenta que los debates con los electores siempre comienzan con el mismo planteo: “El fracaso del ex primer ministro socialista Lionel Jospin desde la primera vuelta de la consulta presidencial y su repentino retiro de la vida política. Esto ha perjudicado la campaña”. Frente a una derecha convencida de su victoria, legitimada por los sondeos y por la victoria de Jacques Chirac en las presidenciales, la izquierda aparece sin rumbo. La ausencia de un líder nacional reconocido y respetado por los militantes y los electores juega en contra de los socialistas, tanto como el paso que dieron millones de electores de la izquierda que el pasado 5 de mayo votaron por Jacques Chirac a fin de frenar el avance del candidato de la extrema derecha Jean-Marie Le Pen. “Con ese voto cayó un tabú”, reconoce un dirigente socialista para quien “el pueblo de izquierda perdió a su líder y, al votar a favor de Chirac, un poco su alma.”
La izquierda está hoy más desmotivada que nunca y hasta suele coincidir con la derecha cuando ésta pide una mayoría clara para evitar un nuevo período de cohabitación. Las consecuencias ideológicas de los cinco años que Lionel Jospin pasó en el gobierno se miden ahora en la boca de quienes siempre votaron por la izquierda. “El problema –arguye Martine, una profesora de historia– está en que es preciso poner las cosas claras y terminar con la cohabitación, que es una interminable fuente de confusiones. Hay que terminar con esa confusión que consiste en tener dos poderes de convicciones políticas distintas que se culpan mutuamente por lo que no ha sido hecho y justifican así su incapacidad de asumir sus posiciones. A lo largo de estos cinco años de cohabitación, Chirac se volcó hacia la izquierda y Jospin se fue hacia el centro. Si la izquierda hubiese estado en la oposición habría tenido que definirse de otra manera, al tiempo que la derecha se habría visto obligada a ser fiel a su ideología.”
Miedo a la cohabitación, balance negativo de los cinco años de gobierno jospinista, decepción frente a una política juzgada como carente de “elementos sociales”, perplejidad ante la sorpresiva derrota de Jospin, incomprensión de su gesto de “borrarse” del escenario político, juicio crítico del conjunto de la denominada “izquierda unida” (socialistas,comunistas y ecologistas), persistente sensación de orfandad, las fuerzas de la izquierda son un valle de lágrimas. El PS paga el tributo de una derrota que nadie previó y que lo obligó a realizar maquillajes de último momento. Una semana después de la victoria de Jacques Chirac, los socialistas modificaron su plataforma electoral efectuando un giro a la izquierda que pasó totalmente desapercibido. El PS lleva un mes centrando su campana en torno a dos temas: el social, oriundo de la plataforma modificada, y el de la amenaza –real– de un Estado controlado enteramente por un solo partido, es decir, el gaullista RPR fundado por el actual mandatario francés. Este argumento ya utilizado con éxito en 1988 por el difunto presidente socialista François Mitterrand tuvo poco efecto en el electorado, tanto más cuanto que la derecha esgrime con constancia el contraargumento del espectro de una nueva cohabitación. A ello se le suma el evidente vacío de liderazgo que golpea al Partido Socialista. Jospin dejó un barco encallado y sin capitán y ninguno de los “líderes” que lo reemplazaron en la campaña de las elecciones legislativas cuenta con la credibilidad suficiente como para encarnar a la vez un proyecto socialista y una alternativa de gobierno.
Los militantes de la izquierda ironizan sin piedad sobre el estado actual del PS. François Hollande, primer secretario del PS y animador de la campaña, no suscita la confianza necesaria. Alain, un especialista en informática de 29 años, asegura que “Hollande no tiene ni la envergadura ni la fuerza política suficientes como para ser primer ministro. El destino de las elecciones está jugado. La derecha pasará. Los socialistas parecen los últimos en darse cuenta de que, tal vez por primera vez en muchos años, la izquierda duda de sí misma, de su legitimidad, de su identidad, de la utilidad de su voto. La cohabitación es negativa esencialmente porque a través de ella parece como si la izquierda y la derecha fueran la misma cosa, lo que, desde luego, no es cierto”.
Los testimonios recogidos entre los votantes tradicionales de la izquierda suenan con acentos trágicos. Christophe, un ingeniero de 40 años, “socialista de alma”, afirma que “lo que más temo es que si se repite otro período de cohabitación la extrema derecha termine sacando provecho. Por eso voy a votar por la derecha, con todo el dolor de mi alma”. A sus 32 años recién cumplidos, Marlène sostiene “no hay dudas de que votaré por la izquierda... Sin embargo, en el fondo de mí, sé que no estoy segura de estar de acuerdo conmigo misma votando socialista”.
La sombra proyectada por los candidatos de la izquierda radical no es tampoco ajena a la gran disolución que se constata hoy entre el “pueblo de izquierda”. La alternativa trotskista demostró que aún existe una legitimidad de la izquierda que el PS no supo encarnar. “Harán falta varios años para ver si los socialistas se resignan a permanecer en el centro o se animan a tomar el camino por el que transitaron hasta hace unos años, es decir, la izquierda”, acota Julien, un vendedor de libros del Boulevard Saint Germain. Al menos con su discurso y algunas de sus acciones, la extrema izquierda sirvió de contrapunto al discurso oficial de los socialistas y probó que, contrariamente a lo que afirmaba Lionel Jospin, el horizonte del capitalismo no era un muro infranqueable. El otro problema que enfrenta el socialismo francés es la arquitectura de la mayoría con que gobernó hasta el 5 de mayo. Muchos militantes sienten que la mezcla entre socialistas, ecologistas y comunistas resultó “un concierto disonante y sin identidad”, según la expresión de Bruno, un camionero del correo francés. El PS, que había soñado con que la presidencia estaba a su alcance, que llevó a cabo una indiscutida labor gubernamental, que, con concesiones y todo, nunca dejó de lado su histórica sensibilidad social, se enfrenta a una sólida corriente de desencantados capaces de hacerle pagar los sueños nunca realizados.