EL MUNDO › OPINION

La Europa de las Naziones

 Por Claudio Uriarte

El razonamiento de los teóricos y prácticos de la Tercera Vía en el sentido de que “no podemos dejar temas como la inmigración y el crimen en manos de la derecha” se presta muy fácilmente a la parodia: imaginemos, por ejemplo, a un socialista o comunista alemán de la década del 20 que argumentara que “no podemos dejar temas como la deportación y el exterminio de los judíos a los nazis”. De esta manera, la Tercera Vía estaría incurriendo en una especie de superstición nominalista: la de creer que una política reaccionaria se vuelve progresista si la ejecuta un partido autoetiquetado de izquierda. Efectivamente, hoy en Europa hay cruces programáticos muy fuertes e inquietantes entre “progresistas” como Tony Blair y “reaccionarios” como Jeorg Haider, entre antiglobalizadores de izquierda y antiglobalizadores de derecha. Pero precisamente estos cruces resaltan la imparcialidad ideológica del problema. Es decir, denuncian que el problema existe, y no va a desaparecer con invocaciones piadosas a la igualdad entre los seres humanos.
Una vez que se separa la paja del trigo, y se discrimina entre expresiones auténticamente neofascistas como Jean-Marie Le Pen y otras que son meramente conservadoras, hay que admitir que el multiculturalismo, que triunfó en una sociedad inclusiva e inmigratoria como la estadounidense, fracasó estruendosamente en las expulsivas y antiinmigratorias sociedades europeas. Pym Fortuyn, el asesinado político gay antiinmigración de Holanda, puso el dedo en la llaga al repudiar el tipo de inmigrante que no busca integrarse a la sociedad receptora ni aprender su idioma. Gracias a esta marginalización, se trata de individuos muy fácilmente susceptibles de caer en las mafias de la droga o del terrorismo. La mayor parte de la red internacional de Al-Qaida, por ejemplo, está desplegada en Europa Occidental; los terroristas del 11 de septiembre partieron desde redes en Hamburgo. Fortuyn no era un xenófobo: su segundo, Juan Valera, era un nativo de Cabo Verde, y muchos inmigrantes integrados a Holanda lloraron su muerte desesperadamente. Pero sí era marcadamente antimusulmán: “Para ellos –decía– como soy homosexual, soy menos que un cerdo”.
La inmigración, el tema clave de la cumbre europea de Sevilla el 20 de este mes, no agota el giro a la derecha que está consumándose en todo el continente, pero es un eje de convocatoria clave. Tal vez entonces Anthony Giddens tenga razón, y la izquierda deba incluir la inmigración en su agenda, aunque más no sea para que la Unión Europea no termine convertida en la Europa de las Naziones.

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