Sábado, 26 de agosto de 2006 | Hoy
EL MUNDO › DAMASCO CORTO LA LUZ EN ESTE ENCLAVE DE NARCOS Y CONTRABANDISTAS
Los habitantes del valle de Bekaa viven como una maldición su proximidad con Siria, pero también sufren la devastación causada por el ejército israelí. Ante el posible despliegue de tropas internacionales, Damasco cerró parcialmente la frontera.
Por Eduardo Febbro
Desde Baalbek
Lejos del frente y en el centro de la guerra. Baalbek está desierta, vaciada por el éxodo de los habitantes de esta columna vertebral del Hezbolá bombardeada indiscriminadamente por la aviación y los helicópteros israelíes. Baalbek y su región, la planicie de la Bekaa, es lo que los libaneses llaman la segunda maldición del Líbano. La primera está en el sur, a lo largo de la frontera con Israel, hasta la meseta del Golán. La segunda está aquí, en la frontera con Siria. Baalbek es un punto de fractura mundial. Israel ejerce su presión sobre en el sur, Siria lo hace desde esta región de 125 mil habitantes situada al nordeste de Beirut.
Los servicios de inteligencia occidentales aseguran que la planicie de la Bekaa es el lugar por donde Siria suministra las armas del Hezbolá. Los habitantes conocen el rumor, y hasta la realidad del tráfico. Pero los labios están cosidos por el miedo. Haj Ahmed Raya, uno de los responsables del Hezbolá en Baalbek, sostiene que esas acusaciones son puras mentiras. “Es una versión elaborada por el Mossad y la CIA”, dice el hombre. Pero cuando se le pregunta cuál es su versión, Ahmed Raya no responde y cambia de tema, habla de la Argentina, de la calidad humana de Buenos Aires que fue uno de los primeros países en enviar ayuda humanitaria al Líbano. Baalbek es la fundación mítica del Hezbolá. De esta región es oriundo el sheik Tufayli, el líder del movimiento chiíta a quien el ex presidente Carlos Menem acusó de haber planeado y cometido el atentado contra la sede de la AMIA.
Un vistazo a la geografía montañosa de la región basta para medir en silencio la polifonía problemática del conflicto. Fronteras, fundamentalismo, invasiones, armas, cultivos de opio, todo converge en la planicie de la Bekaa. La principal atracción turística de Baalbek son sus templos, un conjunto arquitectónico único construido por los romanos seis siglos antes de Jesucristo y que está ubicado al lado de la principal mezquita chiíta de la ciudad. En el centro del valle, la cúpula y las dos torres azules de la mezquita se superponen a las contracciones romanas. Por eso Baalbek está lejos de la frontera armada pero en el ojo del ciclón del conflicto de Medio Oriente. Israel invadió el Líbano por el sur, Siria lo hizo por el noroeste. La capital de la invasión siria no fue Beirut sino Baalbek.
La ciudad ofrece una imagen de éxodo porque la gente huyó durante los 34 días de bombardeos israelíes y aún no se anima a regresar. En este lugar donde reina una serenidad inspirada, el doctor Abu Kadara no logra olvidar lo que pasó, los bombardeos intensos, las víctimas civiles, las piedras de los templos romanos cayendo bajo la presión de las explosiones. “La guerra es una cosa sucia. La gente se fue y ahora el terror no la deja regresar. Como usted puede verlo, la mayoría de los negocios permanecen cerrados y hay barrios enteros que están vacíos.” Abu Kadara es lúcido y hace un retrato del Líbano sin concesiones. “El Líbano tiene dos problemas y una salvación. Tenemos la frontera sur con Israel, la del nordeste con Siria y el mar Mediterráneo. En el sur tenemos problemas con Israel, y acá con Siria. Lo único que nos queda es el mar para partir.”
Hoy, los problemas son presentes. Siria, que se opone al despliegue de la fuerza internacional, dejó al Líbano sin luz. Invocando un problema técnico, Damasco cortó el suministro de electricidad. Enemigo acérrimo de la presencia de tropas extranjeras a lo largo de las fronteras, el poder sirio amenazó incluso con cerrar totalmente su frontera con el Líbano. El cierre ya es parcial. Los camiones libaneses se quedaron sin atravesar la frontera y Damasco advirtió incluso a los choferes libaneses que recorrenel eje Beirut-Damasco que si salían de su país era probable que no pudieran entrar.
Khalil Dbab escucha las noticias provenientes de Siria con ojos preocupados. Este ingeniero de Baalbek, sin trabajo desde hace casi dos meses por falta de luz debido a la guerra, se acuerda de los años de la ocupación siria con cierto horror. “Era como una dictadura. Nada se podía decir en voz alta porque enseguida había represalias. Si a uno se le ocurría hablar mal de Hafez al Assad (ex presidente sirio, padre del actual), enseguida lo ponían preso. Sin los sirios vivimos mejor. Hay más libertad. Esta es una ciudad atravesada por todas las corrientes, políticas y religiosas. Hay cristianos maronitas, sunnitas, chiítas. Antes nunca tuvimos problemas. No se puede negar que éste es un bastión del Hezbolá, pero eso no significa nada propiamente malo. Yo soy sunnita pero mis dos hermanas se casaron con chiítas. La guerra con Israel ha sido una maldición que atrajo otras maldiciones, entre ellas Siria.”
En los tiempos de la dominación siria, de las mafias que controlaban los cultivos de opio y de los primeros rugidos del Hezbolá, Baalbek era distinta. Un valle agitado por otras sombras. Hoy parece más serena, más estratégica. La frontera próxima suscita las pesadillas de antaño. Pero el Hezbolá escruta los valles, los caminos secretos por donde, quizá, transiten sus armas y el dinero.
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