EL MUNDO › LAS RAZONES DETRAS DE LA SORPRENDENTE VICTORIA MILITAR DE HAMAS EN LA FRANJA

Fatah perdió su batalla antes de combatir

La poca convicción de sus líderes a la hora de defender los intereses de Israel permitió que la fuerza islamista de Hamas, aun en inferioridad numérica, repitiera por vía de las armas su contundente victoria electoral del año pasado. Pero ya nadie se puede sorprender con el progresivo deterioro del proyecto de Abbas.

 Por Sergio Rotbart

Desde Tel Aviv

El espanto, el asombro y la consternación aún no se han disipado a la hora de intentar entender el rápido desencadenamiento de hechos que dieron por resultado la conquista militar de Gaza por parte del movimiento Hamas. Y sin embargo, si fuera posible desentenderse del grado de violencia y bestialidad que desató la cruzada contra Al Fatah, un análisis más amplio y distanciado del suceso colocaría el asombro en un contexto que lo desarticularía rápidamente.

No es, por cierto, la primera derrota que sufre Fatah a manos de Hamas en los últimos años. La anterior, ocurrida en enero de 2006, no tuvo lugar en el terreno militar sino en el escenario político por excelencia: en las elecciones al Consejo Legislativo (Parlamento) los islamistas les ganaron a los representantes del nacionalismo laico por un amplio margen. En el acto electoral se cristalizaron las tendencias que venían perfilándose en la población palestina durante mucho tiempo: el rechazo a la corrupción y las prebendas que brinda el usufructo personal-sectorial del poder, que caracterizan a buena parte de la dirigencia de Fatah y a sus interminables divisiones internas y, fundamentalmente, la percepción generalizada de que su proyecto político, basado en los acuerdos de paz firmados con Israel, no conduce a la meta anhelada, un estado palestino independiente. Fatah se mostraba incapaz de revertir el encogimiento, desmembramiento y aislamiento progresivos –productos de la política israelí oficial– de la base territorial sobre la que se levantará tal Estado.

La victoria electoral de Hamas no expresó una conversión masiva de los palestinos a los fundamentos religiosos del Islam, sino que más bien canalizó la protesta ante una dirigencia desvinculada de las necesidades concretas de la gente e impotente para ponerle fin a la ocupación israelí y a lo que se percibe como su expansionismo territorial. La retirada unilateral de Gaza, por otra parte, llevada a cabo por el gobierno de Ariel Sharon a fines de 2005, fortaleció la campaña propagandística de Hamas, que veía a la evacuación del ejército y de los colonos israelíes como una victoria contundente de su “resistencia armada”. Ante el ascenso de Hamas por la vía democrática, el gobierno israelí logró crear el consenso internacional necesario para instrumentar el embargo económico y el boicot diplomático a la Autoridad Palestina (AP), argumentando que cualquier apoyo llegaría a manos del movimiento fundamentalista, que no reconoce al Estado israelí ni está dispuesto a renunciar al terrorismo. La muerte de dos soldados y el secuestro de un tercero, Ariel Shalit, perpetrados por una célula palestina vinculada a Hamas en la frontera sur entre Israel y la Franja de Gaza, el 25 de junio de 2006, desencadenó la dura represalia militar israelí. Cientos de civiles murieron en Gaza a causa de los ataques del ejército y, además, fue detenida la conducción política de Hamas en Cisjordania y en Jerusalén oriental, incluidos ministros y miembros del Parlamento. A modo de respuesta, unos meses después, los milicianos de Hamas intensificaron los ataques con cohetes Qassam contra la localidad de Sderot y otros poblados israelíes lindantes con la Franja de Gaza.

Alternando con la “resistencia” contra Israel, entre cese de fuego y reanudación de la lucha se intensificó la disputa violenta entre Hamas y Fatah por el reparto y control de los aparatos de seguridad de la AP. Resabios de la tradición que dejó como herencia Yasser Arafat, que sabía maniobrar como nadie entre facciones rivales que competían por su grado de lealtad a la voluntad del “Reis”, los organismos encargados de mantener el orden no responden a una autoridad central, sino que cada cual cuenta con su comandancia propia. En Gaza, la mayoría de ellos respondían a Mohammed Dahlan, el líder local del Fatah. Los intentos de Hamas por obtener la cuota que le correspondía en el dominio de las fuerzas de seguridad oficiales no prosperaron, lo cual condujo a una radicalización de los enfrentamientos armados entre las fuerzas rivales. Paralelamente, el embargo económico y aislamiento del gobierno encabezado por Ismael Haniyeh llevaron al líder de Hamas a estrechar los vínculos con Irán, cuyo gobierno no dudó en prestarle a su pequeño aliado ayuda económica (se estima que la militar es contrabandeada a Gaza a través del límite con Egipto). Este es el contexto en el que tuvo lugar la cumbre de La Meca, auspiciada por la monarquía saudita para contrarrestar la influencia iraní en los territorios palestinos, en la que el máximo dirigente del Fatah y titular de la AP, Mahmud Abbas (Abu Mazen), acordó con los principales líderes de Hamas, Ismail Haniyeh y Khaled Mashal, cabeza de la conducción del movimiento islamista radicada en Siria, la formación de un gobierno de “unidad nacional”. El interés común a ambas facciones de la dirigencia palestina, lógicamente, era obtener el levantamiento del embargo internacional a la AP. Pero la iniciativa no dio el resultado anhelado, dado que, salvo los países árabes que la auspiciaron, el resto de la “coalición antiterrorista” no cambió su posición: Estados Unidos y los estados de la Unión Europea mantuvieron la política de sanciones propiciada por Israel (que retuvo, tras la formación del gobierno de Hamas, los ingresos que le corresponden a la AP en concepto de impuestos).

El acuerdo de cogobierno entre Fatah y Hamas tampoco logró frenar la escalada de violencia en Gaza en torno del dominio de los aparatos de seguridad, cuya dinámica alcanzaba en cada etapa un pico de gravedad más alarmante que el anterior. Cuando, por otro lado, las partes combatientes calculaban que los efectos contraproducentes de la lucha intestina eran excesivos, pretendían encubrirlos recurriendo a una nueva ola de ataques con cohetes artesanales disparados contra los poblados israelíes. En medio del fuego cruzado de las bandas armadas de una u otra organización palestina, y de la represalia militar israelí, la inmensa mayoría de la población de la Franja de Gaza, alrededor de 1,4 millón de habitantes, es rehén permanente de una violencia infernal a la que hay que sumarle la pobreza extrema, la altísima desocupación y la grave restricción a la libertad de movimiento impuesta por el cerco israelí.

La última y decisiva ronda de combates entre milicianos de Hamas y miembros de Fatah pertenecientes a los aparatos de seguridad de la AP puso en evidencia la escasa disposición de los últimos a luchar contra el asedio de los primeros y a defender los bastiones de su movimiento en Gaza, que cayeron uno tras otro en cuestión de escasos días, a pesar de la superioridad numérica de la que gozaba el movimiento supeditado a Mahmud Abbas. La rendición, explican varios comentaristas, se debió a que los hombres de Fatah y sus comandantes en los organismos de seguridad no creían que estaban librando una guerra que era su guerra, sino la de Hamas contra Mohammed Dahlan, ausente del campo de batalla al igual que muchos de sus lugartenientes, sobre los que pende una oscura sombra de corrupción y despotismo. Con sinceridad profunda y dolida ilustró esa última derrota Mahmud Darwish, el poeta nacional palestino, en un poema publicado recientemente en el diario Al-Hayat. En una parte reza lo siguiente: “Un hombre me preguntó: ¿Acaso puede un hambriento defender una casa cuyos dueños la abandonaron para ir de viaje a la riviera francesa o italiana, no importa cuál de ellas, en las vacaciones de verano? Respondí: no la defenderá. Me preguntó: ¿Acaso yo y otro yo somos dos? Respondí: tú y tú son menos que uno”.

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Militantes de Al Fatah expresan su apoyo a Abbas en Jenin, Cisjordania, tras la derrota que le propinó Hamas en Gaza.
Imagen: AFP
 
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