Lunes, 9 de julio de 2007 | Hoy
El ex premier francés está sospechado de haber orquestado una conspiración para perjudicar a Sarkozy, su enemigo político. Este trata de neutralizar la izquierda tentando a sus figuras.
Por Eduardo Febbro
desde París
El suplicio tiene dos rostros. Uno, el que vive la oposición socialista abrumada por la política de apertura puesta en práctica por Nicolas Sarkozy, que ya se tradujo en la incorporación de 10 personalidades de la izquierda al aparato presidencial. Un miembro histórico del PS al puesto de canciller, otra media docena encargados de misiones especiales y, desde el sábado, el ex ministro de Economía y precandidato del PS a las elecciones presidenciales, Dominique Strauss-Kahn, promovido por el mismo presidente francés para remplazar al renunciante Rodrigo Rato como director gerente del Fondo Monetario Internacional, el FMI. Un suplicio para sus adversarios políticos que ven cómo Sarkozy neutraliza a la oposición ofreciéndole ramilletes de poder. El segundo rostro del dolor alcanza a su propia familia política y a uno de sus miembros más eminentes, el ex primer ministro Dominique de Villepin. El ex premier está en el centro de una posible conspiración orquestada desde el corazón del Estado y orientada a perjudicar a Sarkozy.
Se trata del famoso caso Clearstream, que se remonta al año 2004. En la época de los hechos, De Villepin era ministro de Relaciones Exteriores y Sarkozy ministro de Economía. Dominique de Villepin aparece bajo sospecha de haber sido el operador que distribuyó falsos listados de la empresa Clearstream en los que figuraba el nombre de Nicolas Sarkozy como uno de los destinatarios de los sobornos pagados por la venta de fragatas a Taiwán. Interrogado en calidad de testigo en diciembre de 2006, De Villepin recibió el viernes la visita de los dos jueces que efectuaron un allanamiento en sus oficinas y se llevaron documentos protegidos bajo el estatuto “secreto de defensa”. El jueves, los magistrados Jean-Marie d’Huy y Henri Pons habían efectuado un allanamiento en el domicilio de Villepin en París que duró más de seis horas. La conspiración contra Sarkozy salpica tanto a Dominique de Villepin como a su aliado más cercano, el ex presidente Jacques Chirac. La caja de Pandora se abrió hace unos meses cuando los investigadores accedieron a la computadora de un jefe de los servicios de inteligencia, el general Philippe Rondot. La Justicia encontró allí notas que involucran directamente al ex jefe de gobierno. Los investigadores acumularon evidencias de que fue presuntamente Dominique de Villepin quien estuvo detrás de la iniciativa de hacer llegar a la Justicia y de manera anónima las listas de personalidades que cobraron sobornos en la transacción de la venta de fragatas francesas a Taiwan en 1991. El nombre de Nicolas Sarkozy estaba en esas listas, que, desde luego, eran todas falsas. Lo que no se ha determinado aún es si Villepin sabía que las listas habían sido falsificadas. El escándalo también alcanzó a Chirac. El pasado 22 de junio, amparándose en la inmunidad que le confiere su anterior cargo, el ex jefe del Estado decidió que no presentará testimonio ante la Justicia “sobre hechos realizados o conocidos durante su mandato”.
El general Rondot admitió que en sus notas había incluido declaraciones de Jean-Louis Gergorin, ex vicepresidente de la firma aeronáutica europea EADS, y de Imad Lahoud, otro ejecutivo de la empresa. Ambos están también acusados de haber fomentado la conspiración contra Sarkozy. Quedan pocas dudas sobre el rumbo que podrían tomar las investigaciones. El hecho mismo de que la Justicia haya realizado una perquisición en la oficina y el domicilio de Villepin es un hecho sin precedentes en la historia política de Francia. La vida del antaño jefe de gobierno pende de una confirmación: si Jean-Louis Gergorin e Imad Lahoud corroboran ante la Justicia la veracidad de las notas extraídas de la computadora del general Rondot, entonces De Villepin vería su estatuto cambiar: pasaría de testigo a inculpado.
La trama del caso Clearstream es una de esas historias cuyos protagonistas se juegan el futuro y el reino del poder mediante conspiraciones, documentos falsos, servicios secretos, rumores y cartas anónimas. El escándalo, digno de una novela policial, estalló en mayo de 2004 cuando el diario Le Monde reveló la existencia de listados informáticos con los nombres de personalidades de peso. Esos documentos falsificados acusaban a Nicolas Sarkozy de tener cuentas bancarias en el extranjero abiertas a través de la empresa Clearstream, cuya sede está en Luxemburgo. Los listados fueron remitidos anónimamente a la Justicia. El general Rondot había sido encargado por De Villepin de verificar la veracidad de los listados. Pero nada es simple en el universo del poder. Jean-Louis Gergorin, el ex dirigente de la firma aeronáutica europea EADS, admitió que había sido él quien, con el previo acuerdo del juez Van Ruymbeke, envió las listas por correo. Imad Lahoud está señalado como el personaje que alteró las listas para incluir, entre otros, el nombre de Nicolas Sarkozy. La pregunta que queda en suspenso consiste en saber si acaso no fue Dominique de Villepin quien, bajo la mesa, montó la manipulación para perjudicar a su rival político. Las notas sacadas de la computadora del agente secreto son de una claridad meridiana. Una de ellas dice textualmente: “en el curso de una entrevista con Jean-Louis Gergorin me enteré de que, según él, luego de haber recibido instrucciones de Dominique de Villepin, había decidido hablar con el juez Van Ruymbeke”. Diez días después el magistrado recibía las listas por correo. Otra nota del general Rondot es más explícita: Jean-Louis Gergorin recibió instrucciones de De Villepin “formuladas antes por Jacques Chirac” para decapitar a Sarkozy.
En resumen, Nicolas Sarkozy reina entre su familia y en la ajena, la oposición. El mandatario dio su apoyo oficial a la candidatura del socialista Strauss-Kahn al puesto de director gerente del FMI. Cincuenta días después de haber accedido a la presidencia, Sarkozy ve a su peor enemigo político entre las redes de la Justicia y a sus opositores desaparecer bajo el encanto de sus propuestas. El socialista Bernard Kouchner ocupa el puesto de canciller, el ex encargado de las cuestiones económicas del PS, Eric Besson, trabaja en el entorno presidencial, el ex canciller socialista Hubert Vedrine asumió una misión sobre la globalización, el ex consejero del presidente socialista François Mitterrand, Jacques Attalí, heredó otra misión sobre la reforma de la ayuda al desarrollo... La lista se alarga cada día.
El apoyo a Dominique Strauss-Kahn es tanto más trascendente cuanto que este líder socialista figuraba como el hombre de más peso para asumir la renovación postergada del PS. Desde que llegó al poder, Sarkozy se fijó una regla: asfixiar a la izquierda. “Quiero ocupar todo el espacio, ésa es la regla”, confió poco después de su elección. Objetivo alcanzado.
Hoy, Sarkozy se da el lujo de modelar a su antojo a la oposición. Si los socialistas se siguen cambiando de barco, dentro de poco, cuando alguien busque a un líder socialista para entrevistarlo, antes tendrá que hablar con el secretario de Sarkozy.
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