Lunes, 9 de julio de 2007 | Hoy
El matemático Ricardo Miró investigó cómo circulan los expedientes por los tribunales, midió espacios y cronometró trámites. Dice que, aplicando la estadística judicial, los procesos podrían acelerarse.
Por Irina Hauser
A Ricardo Miró le fascina observar “cómo las matemáticas aparecen en los lugares más inverosímiles”. El escenario que eligió para la entrevista dice mucho sobre esa obsesión por la precisión: un club donde practica tiro con arco y flecha con el rigor de los deportes olímpicos. Pero Miró no es únicamente un deportista. Es ante todo un matemático que, en la búsqueda de teoremas y cálculos en las situaciones más mundanas, decidió investigar cómo circulan los expedientes judiciales. Algo así como poner la burocracia kafkiana en cifras. Más todavía, desarrolló un modelo probabilístico que sirve par pronosticar cuánto puede durar una causa y cuáles son los “nudos de saturación” donde corre riesgo de trabarse.
Hasta ahora sólo un puñado de cinco juzgados aceptó ser estudiado por este experto con el propósito de detectar problemas y corregirlos. Su trabajo comenzó ahora a despertar interés en la Corte Suprema, que está por inaugurar una oficina especial que pretende saldar esa conocida deuda histórica, nunca seriamente asumida, de mejorar el servicio que los tribunales le brindan a la sociedad. Con el modelo que propone, dice Miró, “en cuatro años podríamos tener otra Justicia, por lo menos un 30 por ciento más rápida”.
A los 59 años, Miró lleva doce trabajando en el Poder Judicial. Estuvo en el área de Estadística y fue asesor en el Consejo de la Magistratura, donde desarrolló la mayor parte de su trabajo sobre “flujo de expedientes”, junto al ex consejero Humberto Quiroga Lavié. Pero con el achicamiento y el cambio de integrantes en el organismo, lo mudaron al cuerpo de Peritos Contadores. La Corte, sin embargo, podría recuperarlo para que desarrolle su mayor especialidad, conocida como estadística judicial, casi inexistente en la Argentina.
En 2002 Miró se metió, literalmente, por varias horas diarias, adentro de un juzgado civil, el de Cecilia Federico. Tomó medidas de todo tipo, con metro y con cronómetro. Luego repitió la experiencia en cuatro juzgados más. Según sus cálculos, en las horas pico llega un abogado cada cuarenta segundos a la mesa de entradas, una cola con suerte dura veinte minutos, una audiencia puede insumir más de media hora, y el visado de expedientes (lectura veloz y firma) demanda entre cinco segundos y dos minutos.
El matemático hizo planos de los juzgados, analizó la cadena y disposición de escritorios y las dimensiones de los despachos. En sus croquis se puede ver, por ejemplo, qué hay arriba del escritorio de un secretario y qué actividades realiza. Está convencido de que todos estos datos son sustanciales. “El flujo administrativo podría ser mucho más ágil. ¿Por qué no ocurre? Porque el sistema está diseñado a ojo. Con voluntad se podría descomprimir al Poder Judicial haciéndolo más ágil en su faz logística. Y no hace falta pedir presupuestos millonarios al Banco Mundial, ni al Banco Interamericano de Desarrollo ni al Fondo Monetario”, vaticina.
–¿Cuál diría que es el primer gran obstáculo en el recorrido de un expediente judicial? –le preguntó Página/12.
–Es el momento en que se produce el famoso sorteo del expediente: a qué juez le toca. A nadie se le ocurrió preguntar si el sorteo está bien hecho. ¿La Justicia es ciega o tiene la venda corrida para asignar un expediente a un juez determinado? El sorteo, se supone, se hace por lo general con un sistema electrónico que nadie revisó. Existe un teorema, el de Shannon-Khinchin, que da las condiciones precisas para garantizar que un sorteo tenga la máxima incertidumbre o entropía posible. La pregunta es: ¿los sorteos satisfacen el principio de la máxima entropía? Nadie lo sabe, habría que creer que sí por dogma religioso, pero no hay expertos neutrales que revisen los sorteos. Quisimos hacerlo desde el Consejo de la Magistratura, pero no nos lo permitieron.
Así comienza el trayecto de una causa, refleja Miró, y después “nadie sabe bien por qué hay juzgados de un mismo fuero con distinta carga de expedientes, que a veces desbordan las oficinas”. La mesa de entradas, ilustra, es “el primer nudo de saturación”. “En este punto –señala– influyen cuestiones prácticas como cuáles son las dimensiones del mostrador” para atender al público. “Sería de muy bajo costo diseñarlos de acuerdo con la tasa de ingreso de abogados y de expedientes. Hace falta calibrar una mesa de entradas para que todo el mundo esté feliz, contento y respirando”, ironiza.
La duración de todo un juicio, explica el matemático, también está atada a múltiples factores. “Por supuesto –apunta– tiene que ver con el tipo de proceso. Un juicio de divorcio puede durar un año y medio, mientras uno de desalojo hasta tres.” Otro tanto, dice, “está asociado a las maniobras dilatorias de los abogados, responsables de hasta un ochenta por ciento de la demora en ciertos casos”. “Pero aun dejando ese tema de lado, con sólo analizar el plano del escritorio de un secretario, sus tareas y la toma de decisiones, podemos obtener un índice de presión laboral que permite anticipar qué pasará en la próxima hora. Juntando la historia de ingreso de expedientes de dos o tres años se puede pronosticar un año en adelante y tomar las medidas correctivas necesarias para agilizar el proceso, ya sea de recursos humanos, edilicias, lo que sea, pero nadie lo ha hecho”, se lamenta Miró.
Este tipo de procedimiento, cuenta el profesor de la UBA, se remonta a los matemáticos franceses posnapoleónicos que, en busca de una solución al desborde de los tribunales parisienses, estudiaron el fenómeno de “las colas” y elaboraron una ley matemática que desentraña su dinámica.
Miró cree que casi por regla general la Justicia no interactúa lo suficiente con los científicos de distintas especialidades. Sin embargo, destaca, esa cooperación es la que muchas veces permite resolver importantes casos. “Por métodos científicos y de acústica matemática se logró determinar de dónde venían los disparos que mataron a Teresa Rodríguez y a Kosteki y Santillán”, refresca. “Los químicos convocados por la Corte en la causa del Riachuelo hicieron un informe demoledor, importantísimo, con técnicas baratas”, insiste.
Modelos probabilísticos como el que Miró propone se usan en los tribunales de países europeos. En Holanda, puntualiza, está muy desarrollado. En Estados Unidos se aplican modelos con el mismo espíritu pero mayor grado de informatización.
–¿Qué pasa aquí que cuesta instalarlo?
–La estadística genera una radiografía de la realidad y la gente le tiene miedo. Y, si no, ¿por qué modifican los índices del Indec? Es temor a la realidad.
En su último trabajo, Miró demuestra que la matemática puede servir para analizar cuestiones tan sensibles como el grado de independencia de los poderes del Estado. “Con la teoría del juego se demuestra que si los poderes públicos son independientes se obtiene un ‘óptimo’, que se llama óptimo de Pareto, que refleja una situación en la que todos se benefician. Pero hay corporaciones que logran que los poderes no sean tan independientes y se arreglen espuriamente situaciones conflictivas. Si no hay independencia, se llega a un equilibrio de Nash, que es como bailar arriba de una montura de caballo: se arreglan las cosas espuriamente y al final estallan conflictos sociales.”
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