Sábado, 25 de agosto de 2007 | Hoy
EL MUNDO › SIN HACER MUCHO, EL PRESIDENTE FRANCES TIENE ALTOS INDICES DE POPULARIDAD
Acapara los medios de comunicación opinando de todos los temas de interés nacional y con esa sobreexposición entierra sus contradicciones. Consiguió que el Congreso le sancionara cuatro leyes, pero no su reforma impositiva.Pero con la oposición dividida, nadie capitaliza sus errores y excesos.
Por Eduardo Febbro
desde París
Cien días de espectáculo. El presidente francés Nicolas Sarkozy cumple cien días en el sillón presidencial con altísimos niveles de popularidad que consagran más que una acción política concreta una teatralización de sus actuaciones. El presidente francés es el hombre de todas las situaciones. Está en distintas partes a la vez e interviene en cuanto tema tiene eco en los medios de comunicación. Si esta forma de gobernar es común a muchas culturas políticas de América latina, en donde los presidentes, como los intelectuales, opinan acerca del mal tiempo o una catástrofe natural, es mucho menos frecuente en Europa. Nicolas Sarkozy vive en estado de ofensiva permanente, según la fórmula empleada por el historiador y filósofo Marcel Gauchet.
En las columnas de la última edición del semanario L’Express, el intelectual francés hace un retrato acertado del estilo con que gobierna Nicolas Sarkozy y de la apuesta que parece ser su buena estrella: “Sarkozy sumerge sus contradictores mediante la ocupación constante del escenario de los medios de comunicación, y lo hace tan bien que su palabra se impone a las otras. (...). En esta lógica, el tema que un día no pasa del todo bien se ve compensado por el que vendrá el día siguiente”. Y Nicolas Sarkozy siempre gana, incluso cuando ha perdido. Una anécdota revelada por la escritora Yasmina Reza muestra sin rodeos la convicción con que actúa el presidente. Los cien días de Sarkozy en la presidencia coinciden con la publicación de un libro de Reza, autora de origen húngaro mundialmente conocida por sus piezas de teatro. Reza decidió seguir de cerca toda la campaña electoral que condujo a Sarkozy a la presidencia y acaba de publicar un libro con el resultado de esa experiencia, El alba, la tarde o la noche. Reza, que es una mujer considerada de izquierda, cuenta que cuando evocó la escritura del libro con Sarkozy, éste le dijo: “Incluso si me demuele, no hará más que engrandecerme”. Por lo demás, el libro de la señora Reza es una obra al agua de rosas, irrecuperablemente lejos de las nociones mínimas de verdad. Algunas frases –de Nicolas Sarkozy– merecen la cita. La noche en que ganó la presidencia dijo: “No puede decir que soy infeliz. Pero al fin me saqué de encima ese peso”.
La principal promesa del presidente francés consistió en asegurar que cumpliría con sus promesas. La forma en que lo hizo está reflejada en un comentario de uno de sus jefes de gabinete, Laurent Solly: “La realidad no tiene ninguna importancia. Sólo la percepción cuenta”. Y la percepción que Nicolas Sarkozy se esfuerza en esbozar es la de un hombre que actúa rápidamente sobre lo real. Hiperactivo, megapresente, siempre en primera línea, al acecho de una acción. Desde que asumió sus funciones, el pasado 16 de mayo, Nicolas Sarkozy puso todo su empeño en hacer lo que prometió que haría. A lo largo de sus cien primeros días en la presidencia, Sarkozy hizo votar cuatro leyes: una sobre el trabajo, el empleo y poder adquisitivo, otra sobre la autonomía de las universidades, una más toca el servicio mínimo en caso de huelgas y la última, que atañe a la instauración de penas de cárcel mínimas para los delincuentes reincidentes. Sin embargo, su promesa más emblemática y más popular no pasó la valla del Consejo Constitucional. El Consejo censuró la ley que iba a permitir que las personas que habían contraído créditos inmobiliarios con anterioridad a la elección de Sarkozy pudieran deducir los intereses de sus impuestos. Pero lejos de renunciar, el Ejecutivo prepara una fórmula que será presentada la semana próxima a fín de que la promesa quede cumplida.
Nicolas Sarkozy se mueve en un territorio sin enemigos. Divididos en círculos inconciliables, los socialistas no aciertan a elaborar una estrategia para detener la marcha veloz de Sarkozy. Por más que denuncian su estrategia del “anuncio” y de la “incantación” (François Hollande, primer secretario del PS), por más que señalen con el dedo las vacaciones de lujo que Nicolas Sarkozy pasó en los Estados Unidos y la política y las “puestas en escena” del presidente, sus divisiones internas son tan abismales que nadie los escucha. Sarkozy gobierna en un país sin oposición y frente a una sociedad que espera que se haga realidad la ilusión que él hizo nacer: un cambio profundo, una disminución del peso del Estado, esa Francia “de propietarios” donde se “trabaja más para ganar más”, según las reiteradas promesas del entonces candidato Sarkozy.
Todo está aún por verse. El libro no ha comenzado todavía. Pero en política los problemas siempre llaman a la puerta y Nicolas Sarkozy tiene ahora uno. Se trata de las controvertidas condiciones en que, con su mediación, se obtuvo la liberación de cinco enfermeras búlgaras y un médico palestino detenidos desde hacía 8 años en Libia y condenados luego a muerte. El hijo del coronel libio Muamar Kadafi, Saïf al Islam, reveló parte de los pactos secretos que desembocaron en la liberación de los acusados: acuerdos de cooperación nuclear y, desde luego, entre otras cosas, venta de material militar a Libia. La transacción con Trípoli es uno de los grandes secretos de los cien primeros días de presidencia de un hombre siempre apurado.
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