Sábado, 25 de agosto de 2007 | Hoy
La candidata estuvo en la villa 15, en Ciudad Oculta, con Hebe de Bonafini. Conoció las viviendas que construyen las Madres de Plaza de Mayo y dio un breve discurso. “Ustedes no están construyendo casas, están construyendo símbolos”, les dijo.
Por Martín Piqué
La espera tenía su música, sonaba a todo volumen. Eran las estrofas pegadizas de la cumbia-hip hop del grupo FA Fuerte Apache. La melodía de aires tumberos se escuchaba una y otra vez en la puerta de entrada del ex Hospital de Tuberculosos. Perón nunca llegó a inaugurarlo por el golpe de Estado de 1955; hoy es una inmensa mole de cemento y los vecinos le dicen “el Elefante Blanco”. Es un edificio de 60 mil metros cuadrados que marca el ingreso a la villa 15, Ciudad Oculta. Ese era el entorno de los jóvenes que esperaban a Cristina Fernández de Kirchner. No eran los únicos. A la vuelta, con ropa de trabajo y cascos de la construcción, esperaba un grupo numeroso de hombres y mujeres. Eran los albañiles del proyecto de autoconstrucción de viviendas de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. La espera terminó cuando de una camioneta blanca se bajó Hebe de Bonafini. Detrás venía la candidata. “¿Vieron que cumplí?”, dijo Bonafini y se abrazó con dos mujeres albañiles. Cristina Kirchner las saludó. Luego entró en una de las casas terminadas, planta baja y dos pisos, pintada de color pastel. “¿Losa radiante?”, repitió algo incrédula la candidata. Le habían contado que los baños de las viviendas tendrán calefacción. “Esto se lo debemos a Hebe”, remarcó.
“¿Acá vas a bajar?”, había dicho el taxista. Se lo veía asustado, delante del parabrisas comenzaba la calle Hubac, que nace en la avenida Piedrabuena y desemboca en el frente del “Elefante Blanco”. El chofer no podía creer que alguien quisiera entrar en esa parte de Ciudad Oculta. Lo que él no sabía era que dentro del barrio había un movimiento propio de las jornadas atípicas: aunque fuera por unas pocas horas, lo oculto iba a dejar de estarlo. “Bienvenida Cristina”, decían los pasacalles. A un costado del hospital que nunca llegó a estrenarse se veía un complejo de casas de tres plantas, pintadas de color durazno. Para ser habitadas sólo les falta la conexión de gas. Eran 48 de las 72 viviendas que las Madres de Plaza de Mayo están construyendo en el barrio. La construcción responde a un moderno método italiano basado en la proyección de cemento sobre paneles de poliestireno (telgopor); el sistema abarata costos y deja paredes más sólidas que las de ladrillo.
Formados en grupos y mezclados con cuatro Madres de Plaza de Mayo, los albañiles recibieron a la visitante en el jardín de las nuevas viviendas. Había muchas mujeres, todas con cascos y ropa de trabajo. Entre ellas caminaba Fabiana Flores, de 26 años y tres hijos. Vecina de Los Piletones, Fabiana antes trabajaba en un restaurante. “Ganaba cien pesos por semana y trabajaba de 8 a 18 y de 19 a 22. Ahora soy medio oficial, gano 315 pesos por semana, estoy en blanco y tengo obra social”, contó a Página/12. Simpática y conversadora, María Corbalán, a quien todos llamaban “Marisa”, parecía haber asumido el papel de guía. “Soy oficial especializada y ahora tengo un grupo a mi cargo. Gano quinientos pesos por semana. Pensaban que las mujeres éramos sólo para cocinar, pero les demostramos que no. A veces hasta trabajamos más que los hombres”, dijo a Página/12. Afecta a las cuestiones de género, la candidata estaba en su salsa.
Siempre de la mano de Bonafini, Cristina Kirchner llegó acompañada por muy pocas personas. Apenas el vocero presidencial Miguel Núñez, sus custodios y la senadora María Laura Leguizamón. En el terreno la habían esperado el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, y el subsecretario de Medios, Gustavo Russo. En la recorrida le contaron que el proyecto preveía construir unas quinientas viviendas en Ciudad Oculta y Los Piletones, y luego otras 850 en Castañares y General Paz. La visita siguió por dentro del hospital abandonado, donde funcionan un jardín de infantes, guardería y salita médica. Cuando la recorrida estaba por termina, apareció el jefe de Gobierno, Jorge Telerman. “Es la vigésima vez que vengo acá”, dijo como al pasar. Pero la atención estaba puesta en Bonafini y su invitada especial. Por algo la habían esperado tanto.
“Gracias a la futura presidenta”, vaticinó Bonafini. En el balcón del primer piso se había improvisado un palco, sobre las ventanas colgaba una bandera argentina y un cartel de bienvenida. La candidata parecía emocionada por la historia del edificio. “Ustedes no están construyendo casas, están construyendo símbolos. Por sobre la destrucción y el odio de los que nunca entendieron que lo más grande que teníamos era el pueblo. Aquellos que podían tener derecho al odio y al resentimiento, apostaron al amor y al trabajo”, dijo. Abajo había cascos amarillos, mamelucos y un portarretrato con una foto de Evita.
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