Lunes, 26 de octubre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Gabriel Puricelli *
Una mirada fugaz indicaba que la elección en la Banda Oriental sólo debía develar la incógnita de si había o no segunda vuelta. Sin embargo, desde una perspectiva más histórica, el voto de la ciudadanía uruguaya dio varias respuestas más. La primera, que la elección de Tabaré Vázquez en 2004 no había sido el resultado simplemente ni de una oleada regional en América latina, ni del rechazo episódico de sus compatriotas a uno más de los gobiernos anodinos de los partidos tradicionales: la amplísima victoria de Pepe Mujica viene a indicar que el Frente Amplio ya no es definitivamente más el tercero en discordia de la política uruguaya, sino el partido predominante, una fuerza natural de gobierno que no puede ser derrotada sino por una coalición que una a toda la oposición.
La segunda, que después de un gobierno que puso en práctica buena parte de la plataforma con que fue electo y cuyo presidente es alabado por dos tercios de la opinión pública, no han aparecido las condiciones para la emergencia de un “antifrenteamplismo”. A pesar del uso y abuso del macartismo (anticomunista y antitupamaro) por parte de Luis Lacalle, los opositores al Frente Amplio no lo rechazan tan intensamente como para elegir cualquier alternativa. Por el contrario, la sorprendente elección del Partido Colorado condenó las chances del “Cuqui”, que logró la proeza de hacer que los blancos obtuvieran peores resultados que en su derrota anterior. Es decir, el electorado opositor optó por manifestar con el voto su pertenencia política, antes que votar para desembarazarse de un gobierno que no le resulta tan antipático ni inaceptable.
Una tercera, es que la unidad de las izquierdas es capaz de superar desgajamientos sin siquiera salir rasguñada. El Frente Amplio logró recuperar al Partido Demócrata Cristiano, que había perdido a principios de la dictadura, al finalizar ésta; logró consolidar su crecimiento en 1989, a pesar de la dramática ruptura encabezada por el senador Hugo Batalla; y ni siquiera se estremeció al perder el año pasado a los sectores que ayer votaron por Asamblea Popular junto a algo así como el cinco por mil de los empadronados.
Podríamos agregar también que la intensidad del apoyo del pueblo frenteamplista a sus candidatos no se vio afectada por la distancia que medió entre la vieja retórica revolucionaria y el metódico reformismo que es la marca distintiva del gobierno de Tabaré. Tal vez haya que atribuir esto a la elección de un candidato como Mujica, quien (sin caer en toda la campaña en excesos retóricos que lo llevaran a prometer de más) evoca esa mística de la transformación estructural de la sociedad, aunque se cuide de atizarla. Un indicador de la intensidad de esa adhesión (que se suma al hecho de que el Frente Amplio no parece haber perdido un solo voto) es la renovada movilización de los residentes en el exterior para ejercer su derecho. En este caso, sin contar con los apoyos logísticos que se les facilitaron en 2004 y a pesar de las vallas que se les pusieron (a los orientales, más que a cualquier contaminación ambiental) en el puente Puerto Unzué-Fray Bentos.
El Frente Amplio, ajeno como es a cualquier pretensión de dar lecciones y más allá de cualquier intento de copia, ha demostrado el potencial que encierra la unidad de las izquierdas cuando es capaz de darle marco institucional estable al procesamiento de sus diferencias y la viabilidad de impulsar una agenda consistente de reformas en un vector de avanzada, cuando esa agenda se decide, se discute y se comparte en la interacción de un gobierno democrático y su base de sustentación.
* Co-coordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas(http://www.politicainternacional.net)
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