Miércoles, 4 de agosto de 2010 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
¿Puede un árbol comenzar una guerra en el Medio Oriente? Casi lo logró ayer. Que una pregunta así pueda ser formulada es símbolo del estado incendiario de la región, de la desconfianza mutua entre árabes e israelíes y de la peligrosa frontera del sur del Líbano, que –como es habitual– se empapó ayer de sangre. La localidad llamada Addaiseh se tiñó con la sangre de tres soldados libaneses, un teniente coronel israelí y un periodista libanés.
Después de los bombardeos de los tanques, de los ataques con misiles del helicóptero israelí, de las granadas, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) llamó a ambas partes a “ejercitar la moderación”. Así la batalla se apagó ante los fríos ojos de un batallón español y de unos pocos soldados de Malasia.
Pero esto sucedió después de una cumbre árabe tripartita, de misteriosos ataques de misiles en las fronteras de Jordania, Israel y Egipto ocurridos dos días atrás, de que el Hezbolá denunciara que la investigación de la ONU sobre el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri era un “proyecto israelí” y de que el lunes descubrieran a otro presunto espía israelí en las telecomunicaciones libanesas.
Pero, de vuelta al árbol. Era una cosa miserable, mínima, probablemente un abeto. Después de una ola de calor de 46 grados en el Líbano, sus hojas bloquearon las cámaras de seguridad israelíes en la frontera con el Líbano, cerca de Addaiseh. Los israelíes decidieron usar una grúa para arrancarlo. Pero hubo un problema: nadie sabe exactamente dónde queda la frontera entre Israel y el Líbano.
En 2000, la ONU dibujó una “Línea Azul” entre lo que por esos días era el límite entre el mandato francés del Líbano y el mandato británico de Palestina. Atrás de la divisoria, desde el punto de vista libanés, se levanta la “valla técnica” israelí, una masa de las alambres de púa, cables electrificados y calles arenosas (para detectar huellas). Entonces, cuando los libaneses vieron ayer a la mañana cómo los israelíes maniobraban con una grúa por sobre el cerco empezaron a gritarles que se retiraran.
En el momento en que el brazo de la grúa cruzó el “cerco técnico” –y aquí uno debe explicar que la “Línea Azul” no necesariamente coincide con el “cerco”–, los soldados libaneses abrieron fuego y dispararon al aire. Los israelíes, de acuerdo con los libaneses, no dispararon al aire. Dispararon hacia los soldados libaneses.
Para el ejército libanés vérselas con los israelíes, y sus 264 misiles nucleares, era una orden arriesgada. Pero para los israelíes arreglárselas con las tropas de uno de los países más pequeños del mundo era seguramente absurdo. No lo hacía más absurdo que dos días antes, en el Día del Ejército, el presidente del Líbano, Michel Suleiman, hubiese ordenado en Beirut a sus soldados que defendieran la frontera.
Para ese momento, el corresponsal del diario local Al-Akhbar, Assaf Abu Rahal, llegó a Addaiseh para cubrir la historia. Un poco más tarde, un helicóptero hebreo –aparentemente disparando desde el lado israelí de la frontera (pero eso todavía debe ser confirmado)– lanzó un cohete a un vehículo blindado, matando a tres soldados y a un periodista.
Las tropas libanesas, obedeciendo órdenes de Beirut, respondieron al fuego y mataron a un teniente coronel israelí. Hezbolá, la milicia chiíta subvencionada por Irán y que no participó en la batalla, anunció la muerte del militar cinco horas antes de que Israel la confirmara. La información de los milicianos, aparentemente, provino de un soldado israelí que usó un teléfono móvil. Era la principal noticia en Al-Manar, la estación televisiva del Hezbolá.
Durante toda la tarde, los israelíes y los libaneses se acusaron unos a otros de ser los agresores. Israel afirmó que todo el asunto fue un malentendido. Saad Hariri, el primer ministro libanés y el hijo de Rafiq, llamó por teléfono al presidente egipcio. Estaba justo denunciando ante Hosni Mubarak “las violaciones israelíes a la soberanía libanesa” cuando Israel anunció que llevaría la cuestión al Consejo de Seguridad de la ONU. “Israel ve al gobierno libanés como responsable de este serio incidente y advierte que estos hechos pueden continuar”, dijo un vocero. ¿Todo por un árbol? Claro, los israelíes quieren tener un archivo de “incidentes” antes de la próxima guerra con Hezbolá, en la que han prometido derribar la infraestructura libanesa por sexta vez en 32 años, sobre la base de que el Hezbolá está ahora representado (sí, lo está) en el gabinete libanés.
Y todo esto mientras el presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad –uno de los promotores del Hezbolá– pide conversaciones cara a cara con el presidente Barack Obama por el programa nuclear iraní. Todo esto ocurre justo cuando el Grupo de Crisis Internacional ha salido con un nuevo informe que advierte que la próxima guerra entre Israel y el Líbano será más violenta que nunca.
Los israelíes usaron tanques y helicópteros ayer; los libaneses emplearon obuses de morteros en la dirección opuesta. Por un rato, el sistema de telefonía móvil libanés estuvo por colapsar. No lo hizo por Milad Ein, el supuesto espía que trabajaba en Ogero, la compañía que administra las comunicaciones en Beirut. Sí colapsaron las líneas porque todos querían saber si estaba por comenzar otra guerra. Todo por un árbol.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12
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