Miércoles, 16 de febrero de 2011 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
La voz del viejo es mordaz, su mente como una navaja, la de un luchador, escritor, sabio, e historiador, quizás el testigo viviente más importante del Egipto moderno, repasando los pecados del régimen que quiso callarlo para siempre. “Mubarak traicionó al espíritu republicano y luego quiso continuar a través de su hijo Gamal”, dice, con el índice señalando al cielo. “Era un proyecto, no una idea; era un plan. Los últimos diez años de la vida de este país se dilapidaron por este asunto, por la herencia como si Egipto fuera Siria, o Papa Doc y Baby Doc en Haití.”
A los 87 años, Mohamed Heikal es el decano, el icono –por una vez el cliché es correcto– del periodismo egipcio, amigo y consejero y ministro de Nasser y de Sadat, el único hombre que predijo durante 30 años la revolución que él, asombrosamente, vivió para ver.
No le creíamos. Durante tres décadas vine a ver a Heikal y él predecía la implosión de Egipto con absoluta convicción, señalando en detalle la corrupción y la violencia del régimen de Mubarak y su inevitable colapso. Y a veces escribió cínicamente sobre él, a veces con humor, ocasionalmente –me temo– condescendientemente, muy pocas veces tan seriamente como merecía. Ayer me ofreció un cigarro y me invitó a decir si yo creía que todavía tenía razón. No, le dije, estaba equivocado. El tenía razón.
Heikal, a su edad, es un hombre de tal elocuencia, tal energía, con tanta memoria, que los hombres y mujeres que son más jóvenes –una cualidad que él admira mucho, y que ganó la revolución de Egipto la semana pasada– deben mantenerse en silencio en su presencia. “Perdí lo más importante de mi vida”, dice con ingenuidad. “Perdí mi juventud. Me hubiera encantado estar ahí afuera con la gente joven en la plaza.”
Pero Heikal estaba aquí para la revolución de Nasser en 1952 y recuerda la locura de poder desplegada por los dictadores de Egipto. “Estaba totalmente seguro de que iba a haber una explosión”, dije. “Lo que me asombró fue el movimiento de millones. No estaba seguro de vivir para ver este día. No estaba seguro de ver el levantamiento del pueblo.”
“Mi viejo amigo el doctor Mohamed Fawzi vino a verme hace unos días y me dijo: ‘El globo de mentiras crece todos los días. Explotará con el pinchazo de un alfiler, y que Dios nos salve cuando explote’. Luego llegó el pueblo y llenó el vacío.”
“Estaba preocupado de que hubiera un caos. Pero una nueva generación apareció en Egipto, un millón de veces más sabia, y se comportó de forma moderada, inteligente. No hubo un vacío. No hubo explosión. Lo que a mí me preocupaba era que todo venía como una sorpresa, y que nadie estaba preparado para lo que sucedería después. En estas circunstancias, no se pueden tomar las decisiones correctas. Esta gente tiene enormes aspiraciones. Los estadounidenses e Israel y el mundo árabe están todos empujando. Hasta el consejo militar no estaba preparado para esto. Yo les dije: tómense un tiempo para dormir finalmente.”
“Mubarak nos mantuvo a todos en suspenso”, prosigue. “Era como Alfred Hitchcock, un maestro del suspenso. Pero ésta era una situación sin una trama. El hombre estaba improvisando cada día como un viejo zorro. Los millones se movían. Mis oídos no lo podían creer.”
“En esta grave situación, el régimen se puso en contacto con algunas personas en la plaza y les preguntó si sería aceptable que Mubarak delegara algunos poderes al vicepresidente y la gente dijo: ‘Sí, quizá’. De manera que Mubarak pensó que podía hacer su discurso del jueves a la noche porque estaba seguro de haber recibido un visto bueno de la plaza. Mis oídos no lo podían creer.”
Heikal estaba contento de que Mubarak hubiera demorado la crisis al permanecer en silencio mientras la multitud crecía en la plaza Tahrir. “En esos 18 días, algo muy importante pasó. Comenzamos con 50 o 60 mil personas. Pero a medida que Mubarak se demoraba como el viejo zorro que es, le dio la oportunidad a que la gente saliera. Esto cambió por completo la ecuación. A seis días de comenzar la crisis, Mubarak no comprendía lo que había sucedido.” Heikal se lamentó por el tiempo perdido y las muertes en las últimas tres semanas: “Nuestra revolución fue una gran tragedia histórica”, dice –y no ve todavía la naturaleza de un Egipto post revolucionario”. “Estoy contento con la presencia del ejército, pero quiero la presencia del pueblo también. La gente se asombró de lo que consiguió.”
El sábado a la noche, Heikal fue invitado, por primera vez en casi tres décadas, a aparecer en la televisión estatal. De manera que cuando le pidieron que apareciera este fin de semana, Heikal contestó: “Yo no podía, por orden del gobierno, aparecer durante 30 años y ahora me dicen que las puertas están abiertas. No podía aparecer por orden del gobierno y ahora se supone que voy por invitación”.
Hace unos meses, después de que Heikal visitara el Líbano y se reuniera con Sayyid Hassan Nasrallah, el líder de Hezbolá, un furioso ministro egipcio de Exterior apareció en la chacra de Heikal en el Delta del Nilo. “¿Usted cree que representa al pueblo egipcio?”, le gritó el ministro. Heikal le replicó al ministro: “¿Y usted cree que representa al pueblo egipcio?”.
Las arrugas se ven bien en el rostro de Heikal, un sabio viejo pájaro y astuto. Pero está un poco sordo y siente que tiene que disculparse por sus 87 años, un hombre joven atrapado en el cuerpo de un hombre viejo.
“La diferencia entre Mubarak y yo es que nunca traté de ocultar mi edad”, dice. “El sí. Se teñía el pelo. De manera que cuando se miraba al espejo, veía a Mubarak como un hombre joven. Pero todos los hombres viejos tienen vanidad. Cuando era joven y estaba en televisión, les solía preguntar a mis amigos: ‘¿Dije lo correcto?’ Ahora les pregunto: ‘¿Qué tal aparezco?’” Cree que Mubarak estaba aterrorizado de que los archivos del gobierno fueran dados a conocer si él renunciaba, que los secretos del régimen se conocieran. “Lo que yo temo es que la deshonestidad de algunos de los políticos en Egipto ensucie este acontecimiento valioso”, dice Heikal. “Usarán el tema de la responsabilidad para arreglar las cuentas. Le temo al oportunismo de los políticos. Deberían abrirse todos los archivos del régimen. Se le debe dar al pueblo una explicación de estos 30 años, pero no debería ser una cuestión de venganza.”
Históricamente, Heikal considera los hechos de las últimas tres semanas como abrumadores, imparables y sin precedentes. “En las revoluciones no hay un patrón. La gente quiere un cambio desde el presente al futuro. Cada revolución está condicionada por dónde comienza y hacia dónde va. Pero este hecho mostró que una enorme masa de gente puede desafiar al terror del Estado. Creo que esto revolucionará al mundo árabe.”
Encerrado por Anwar Sadat poco antes de su asesinato, Heikal fue puesto en libertad por Mubarak, y recordé cuando nos reunimos a las pocas horas de su liberación, cuando él –Heikal– le estaba agradecido a Mubarak y le cantaba loas. “Sí, pero como un hombre de transición”, contestó. “Creí que iba a ser presidente por un tiempo corto. Venía del ejército egipcio, una institución amada. Vi cómo su propia gente mataba a Sadat –estaba presente cuando esto sucedió– y pensé que debía haber aprendido una lección trágica sobre el pueblo egipcio cuando se le acaba la paciencia. Pensé que podía ser un buen puente para el futuro.”
“En el último documento que Nasser escribió el 30 de marzo de 1968, prometió que después de la guerra de 1967, su rol debía terminar. ‘El pueblo resultó ser más poderoso que el régimen’, escribió. ‘El pueblo ha crecido más que el régimen’. Pero todos nos olvidamos. Una vez que uno disfruta del poder y ve el mar de tranquilidad que viene con él, uno se olvida. Y día tras día, se descubren los privilegios.”
Heikal me acompañó hasta el ascensor, me dio la mano cortésmente. Sí, repetí, tenía razón.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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