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Ciberculturas

A propósito de la utilización masiva de netbooks en la educación impulsada por el gobierno nacional, Luciano Saguinetti propone algunos temas de reflexión acerca de los jóvenes, el uso de la tecnología y los cambios que produce la cibercultura en los modos de decir, hacer y pensar.

 Por Luciano Sanguinetti *

A propósito de la entrevista publicada por Página/12 a la especialista en tecnologías y educación Nora Sabelli, asesora del programa Conectarigualdad, se me ocurrió pensar en el impacto de la cibercultura en los jóvenes que a partir de marzo comenzarán a recibir masivamente las netbooks, 450.000 el año pasado y más de 1.000.000 este año. El texto que sigue es parte de esas reflexiones.

La palabra cibercultura deriva del concepto de ciberespacio que fue popularizado por el escritor William Gibson en su novela Neuromante. A finales de la década del ochenta, cuando el proceso de expansión de las TIC (tecnologías de información y comunicación) comenzó a acelerarse, la palabra cibercultura definió las experiencias y producciones que se desarrollaban en esta nueva dimensión de la cultura contemporánea que hacía de las mediaciones tecnológicas su centro de gravedad. Entre sus rasgos primordiales encontramos la interactividad con las máquinas, la hipertextualidad y la conectividad que facilita formas de comunicación e información mediada por los ordenadores.

Claro, aquello que comenzó como una expresión para identificar a ciertos grupos marginales de científicos, tecnólogos, artistas, fue paulatinamente extendiéndose a medida que avanzaba la informatización de la sociedad. Hoy, la denominada cibercultura abarca la cultura mundial y se profundiza en determinados grupos sociales y etarios, en particular los jóvenes, dando origen a las ciberculturas juveniles. Para el sociólogo argentino Marcelo Urresti, los jóvenes han desarrollado a partir de los usos de las TIC una verdadera revolución cultural, en la que se transforma la relación que tienen con nuestro entorno.

Jóvenes y tecnologías

Igualmente, la relación de los jóvenes con las tecnologías no es nueva, y ni siquiera les corresponde exclusivamente a los jóvenes de hoy; ya sus padres incorporaron el sistema de televisión por cable o las primeras computadoras personales, del mismo modo que los padres de sus padres lo hicieron con la televisión, la radio o el cine. En síntesis, observar particularmente sorprendidos cómo los jóvenes interactúan con celulares o Internet es desconocer que son producto y viven una sociedad moderna que comenzó a inaugurar periódicamente nuevas formas de comunicación desde la invención de la imprenta y que estos modos diferentes de comunicación no son más que un jalón de este proceso de transformación sociocultural que llamamos modernidad. Esto nos obliga a preguntarnos qué es lo verdaderamente nuevo.

La respuesta no es tan sencilla como la pregunta, pero ya podemos arriesgar que la novedad radica en que los antiguos medios de comunicación e información todavía estaban inmersos en una lógica mediocéntrica, la de un gran productor de contenidos unilaterales y una masa indistinta de consumidores. Esos mensajes eran producidos industrialmente por grandes compañías que elaboraban esos contenidos sobre el modelo fordista de producción serializada: un contenido accesible, simple, con pretensiones de ser masivamente consumido. Lo que hoy vivimos con las nuevas tecnologías es que los usuarios se han vuelto los productores, que se ha quebrado la lógica emisor-receptor diferenciada y que somos tanto emisores como receptores, lectores como escritores, consumidores como productores de mensajes y contenidos.

Dentro de este cambio revolucionario, desde el punto de vista del acceso al conocimiento y del estatus que ha adquirido ese conocimiento, los jóvenes son los que más rápidamente se han apropiado de las nuevas herramientas. Se habla de empoderamiento. Sin embargo, alimentado desde el principio de la historia, la relación entre el hombre y las máquinas siempre está envuelta en ese halo de misterio, como vemos reflejado desde Frankenstein en adelante, pasando por Metrópolis o Terminator, siempre está envuelta en un halo de misterio.

¿Las tecnologías nos deshumanizan? ¿El hecho de que hace miles de años hayamos inventado el garrote nos ha hecho menos pensantes? ¿Acaso el afán de dejar la subordinación a la naturaleza nos ha subordinado a otra cosa? En el pensamiento occidental la tradición romántica ha sido la que más ha llamado la atención sobre este peligro: un mundo de máquinas insensibles se vuelven contra sus creadores, una sociedad de aparatos va tejiendo en torno de los sujetos una red de la cual emergemos paradójicamente menos libres, como en aquella famosa jaula de hierro de la que hablaba Weber. Incluso peor, porque los finos tentáculos de esa red se han vuelto invisibles, de fibra óptica, y en el proceso, cuando creemos que dominamos a las tecnologías somos dominados por ella, cuando creemos que hablamos con las tecnologías somos hablados por ellas.

La encrucijada: ¿deshumanización?

Dijimos al comienzo que la interactividad, la hipertextualidad y la conectividad eran algunos de los rasgos sustanciales de la cibercultura y que en ella los jóvenes eran los más expertos habitantes, los nativos. Precisemos. Interactividad supone esencialmente que las máquinas actuales tienden en gran medida a que los usuarios realicen más operaciones definiendo con mayor precisión lo que quieren y necesitan. Pueden definir contenidos, pueden ofrecer sus propias producciones, pueden buscar con quién comunicarse o compartir lo que producen, pero también pueden restringir su uso, en determinados niveles y alternativas. Las tecnologías de comunicación e información contemporáneas avanzan hacia el perfil de un usuario más que en un receptor. Marcelo Urresti llamó a esto prosumidor, es decir, un consumidor y productor que en funciones a veces simultáneas se relaciona con el mundo tecnológico. Interactividad implica que ha desaparecido aquella programación generalizada, sumado al hecho de que las tecnologías de hoy desubican también a los medios tradicionales. Cuando vemos una película en casa, ¿eso es cine? Cuando miramos una serie televisiva en la PC, ¿eso es televisión? Cuando escuchamos música en el celular, ¿eso es radio? Lo que se observa claramente es que lo que determina a las tecnologías de hoy es la convergencia. Como sugirió Henry Jenkins, una convergencia que es mucho más profunda que la síntesis entre audio, video y ordenadores; vamos hacia una cultura general de la convergencia en la que las producciones circularán en múltiples soportes. O quizá mejor dicho, los soportes ya no serán el contenido de los mensajes. ¿Es acaso una respuesta al famoso aforismo de Mac Luhan? ¿No es el medio ya el mensaje?

La hipertextualidad nos habla de la proliferación de multimediales lenguajes. La escritura en soporte digital ha revolucionado las comunicaciones, pero también lo hace el desarrollo de una segunda oralidad reproducida por la imagen en movimiento, el celular, el cine digital o las webcams. Lo sonoro reconfigurando nuestro espacio como sucede con las computadoras en los autos. Pero también una hipertextualidad que remite a las posibilidades de construir un discurso en el cual los enlaces se multiplican, a través de infinitas fuentes de información. El hipertexto lo que disuelve, como bien señaló Sabelli, es el discurso único del manual, el trabajo de la memoria como repetición.

La conectividad

Por último, la conectividad. ¿Qué significa estar conectados? La respuesta no es sencilla tampoco, pero intuyo que para los jóvenes estar conectados es de algún modo estar en el mundo, y eso no es saber aquello que se supone deben saber, sino saber lo que ocurre a través de ese intersticio entre la cultura oficial y la cultura popular en el que siempre confrontan dos estilos de vida, dos verdades, dos formas de ver el mundo. Los jóvenes quizá por estar en ese lugar de transición son los más perceptivos a esas contradicciones. Unas sociedades donde el discurso del trabajo entra en cortocircuito con las dificultades para encontrar trabajo, donde la democracia se ve desmentida por los grupos de poder y las mafias, donde la seguridad es vulnerada por la violencia de los que dicen ser responsables de la seguridad, donde la vida sana que promueven los medios oculta la pobreza y la marginación. La lógica de la conectividad es mucho más que la definición en la cual nos referimos a la capacidad de conexión entre ordenadores, nos referimos a la capacitad de interactuar con los múltiples soportes tecnológicos en los que se hace y se deshace la vida contemporánea.

Los jóvenes que atraviesan hoy los universos escolares intuyen entonces que en la brecha digital hay también una brecha cultural y política que habla de su futuro. Un futuro que como observó con agudeza el Indio Solari llegó hace rato.

* Docente e investigador. Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP.

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