Miércoles, 11 de diciembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Paola Bianco *
Durante estos días asistimos a los funerales de Estado de uno de los líderes más importantes del siglo XX, y con su despedida revivimos hechos fundamentales de un siglo en el que sin duda el hombre luchó en contra del yugo de otros hombres. Uno de ellos fue Nelson Mandela, a quien podemos calificar como un luchador inquebrantable por la liberación.
Si algo conmueve de este gran político africano no es su incapacidad de odiar a aquellos que lo habían violentado por su condición de negro, sino su integridad humana, que lo dotó a la vez de una enorme fortaleza para soportar 27 años consecutivos de cárcel sin renunciar al objetivo de libertad e igualdad de la mayoría negra sudafricana.
Sus convicciones se complementaron con su gran condición de político, y ambas cualidades le permitieron adaptar las estrategias a cada época. Por eso su historia política abarcó desde lucha armada y sabotaje –por lo cual se lo condenó a su etapa más prolongada de privación de la libertad– hasta desobediencia pacífica y, con su llegada al gobierno, ya en la posguerra fría, la reconciliación nacional. Es de hecho esta faceta de su liderazgo la que resaltaron por estos días los mandatarios de las potencias occidentales, que al enviar sus condolencias destacaron la práctica de reconciliación del ex presidente sudafricano. La canciller alemana, Angela Merkel, señaló por ejemplo que “Mandela fue un ejemplo para el mundo entero”, y subrayó que “de su mensaje por la reconciliación surgió una Sudáfrica nueva y mejor”. Pero, ¿a qué se debe este énfasis de los líderes mundiales sobre este aspecto?
Para responder a esto es necesario comprender que el sistema contra el que luchó Mandela, el apartheid, fue una de las expresiones más aberrantes de la dominación occidental, un sistema de esclavitud moderno en el cual la renta nacional se distribuía casi en su totalidad entre la minoría blanca, que constituía sólo un 21 por ciento de la población total de Sudáfrica en sus inicios. Este sistema legal mantuvo los privilegios de los blancos y estableció para ello todas las formas de segregación racial en un país en que los negros eran mayoría. Pero esta política fue una manifestación más –de las más aberrantes por cierto– de la dominación de Occidente sobre los –otros– pueblos. ¿O acaso los negros fueron siempre libres e iguales a los blancos en Estados Unidos? Y la colonización europea sobre América, ¿no aniquiló a los pueblos originarios para dominar el “Nuevo Mundo”? ¿Qué decir de la colonización sobre Africa y Asia, de la cual fue parte Sudáfrica? Y en Palestina, ¿no se aplica hoy una política abiertamente segregacionista? ¿Qué intereses se jugaron entonces por debajo de la política segregacionista de Sudáfrica?
El proceso de descolonización en Africa, que se inició en los años ’60 en el marco de la Guerra Fría, inclinó la balanza del continente dominado por Occidente hacia el bloque soviético, ya que los países que recién se independizaban, si bien pretendían ser neutrales, se sentían más cerca del comunismo que de sus “antiguos” dominadores. Ante la posible caída en dominó de los nuevos países bajo la órbita soviética, el régimen anticomunista de Sudáfrica representaba una garantía del statu quo anterior para el bloque occidental, un enclave estratégico para frenar los avances del comunismo en la región. De ahí el financiamiento y la transferencia de armamento de Estados Unidos al régimen de Pretoria, cuya violación de los derechos humanos fue conocida desde los años ’60. El régimen segregacionista se sostuvo entonces en base al apoyo abierto primero y luego, cuando era imposible admitir la relación, del apoyo indirecto de Estados Unidos y de otros Estados del bloque capitalista, además del apoyo que recibió de Israel, que le transfirió tecnología y armamento, para que el régimen de Pretoria pudiera desarrollar una industria armamentista –incluso nuclear– y combatir a las fuerzas insurgentes en los países de influencia soviética.
Al luchar contra el apartheid, Mandela luchaba entonces contra el sistema de dominación occidental. Pero, ¿cómo se terminó con esta política? Y, ¿por qué Mandela planteó la necesidad de la reconciliación nacional? El fin del sistema de segregación racial fue producto de la victoria de Angola y de la Guerra de Liberación de Namibia –en ambas guerras se involucraron indirectamente Estados Unidos y la URSS y, directamente, Sudáfrica y Cuba, país cuyo apoyo fue clave para la liberación de Angola y Namibia–, que modificaron la relación de fuerzas de los dos bloques en el continente y disminuyeron el poder relativo de Sudáfrica en la región. A la par, la caída del Muro de Berlín y la consecuente disolución del bloque soviético tornó innecesario el sostenimiento del régimen anticomunista de Pretoria. El triunfo del mercado y el nuevo “consenso liberal” necesitaban entonces de una democracia plural y del respeto a los derechos humanos. En este contexto de hegemonía liberal, en el cual parecía no haber posibilidad de escapar al nuevo orden establecido, ¿podría Mandela haber pensado en juzgar a aquellos que habían cometido el genocidio y que, si bien habían perdido la batalla en Sudáfrica, habían triunfado a nivel mundial? ¿Podía el líder sudafricano hablar de otro tema que no fuera reconciliación nacional? Más allá de esta política coherente con el nuevo orden mundial, Mandela lideró con éxito una enorme batalla por la liberación, que se convirtió por sus dimensiones en triunfo de la humanidad.
* Analista internacional (Flacso).
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