Miércoles, 11 de diciembre de 2013 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Marta Riskin sostiene que frente a los operativos de desinformación y manipulación de la opinión pública, hoy más que nunca urge el compromiso con la construcción de confianza en las palabras propias y ajenas.
Por Marta Riskin *
“La verdad adelgaza y no quiebra y
siempre anda sobre la mentira como el
aceite sobre el agua.”
Don Quijote de la Mancha Miguel
de Cervantes (1547-1616)
La verdad humana es un óleo demasiado dúctil y combustible. Al decir de Foucault, “La verdad misma tiene una historia” y se puede observar “determinado número de formas de verdad”. Así, a la verdad absoluta pregonada por omnipotentes e inquisidores, las ciencias sociales –desde la psicología a la sociología, desde la filosofía a la antropología– contraponen análisis y descripciones de condicionamientos culturales, el reconocimiento de la subjetividad y la fuerza del deseo, la carga emocional y los vínculos entre elecciones personales y colectivas.
Las ricas discusiones epistemológicas del siglo pasado tanto permitieron a los científicos construir “verdades” cada vez más ajustadas, cuanto a los mejores comunicadores emitir mensajes reconociendo sus propósitos (al menos conscientes) y representaciones de objetos, personajes y acontecimientos, del modo más fiel y leal posible.
También, la historia exhibe las herramientas usadas por los amigos de las “verdades únicas”, para administrar las líquidas corrientes de la opinión pública, condicionando conductas sociales y promoviendo escenarios favorables, en general, a poderosos intereses económicos.
Tal como probó la dilatada lucha argentina para lograr la plena vigencia de la Ley 26.522, aun en pleno siglo XXI, no todos consideran el acceso a la información y la libre expresión como derechos universales.
Numerosos personajes hablan de “comunicación democrática”, mientras continúan pensando en la propiedad privada y exclusiva de grupos concentrados o en aristocracias de especialistas sobre las cuales delegar la conducción y control de las conciencias.
Se trata de un punto de vista que no ha variado desde las revoluciones democráticas del siglo XVII, salvo que entonces se expresaba sin tapujos y en la actualidad resulta inaceptable para amplias mayorías. Sin embargo, la democracia ha obligado a los retrógrados a ocultar sus intenciones y a generar aplicaciones más sutiles aunque, forzosamente, el juego especular exija adjudicar al enemigo sus propias culpas.
Las investigaciones más breves sobre los actuales operativos de desinformación y manipulación de la opinión pública señalan semejanzas con paradigma, estructura y organización de noticias usados por los aparatos de terror de Hitler y Stalin. De igual forma, aquellas operaciones mediáticas perversas entretejieron conexiones entre actos, discursos e imágenes aparentemente aislados, provenientes de diferentes organizaciones y redes, pero capaces de coordinar objetivos afines y provocar respuestas compulsivas e irracionales.
A manera de ejemplo, la insistencia y subyacente repetición, bajo diferentes apariencias de una única consigna, incitaban prejuicios específicos y construían o reforzaban en el imaginario popular mensajes simples de supuesta “objetividad” para estigmatizar a grupos sociales o ciertas personas, como “esencialmente” corruptos, deshonestos, avaros, etc.
No eran, ni son, acciones ingenuas, sino estrategias de dominio sobre las percepciones de una cultura. Ya nadie puede declararse sorprendido por los elogios que dedican a los criminales quienes ejercen prácticas y valores coherentes con la propaganda goebbeliana. Al menos, sin poner en evidencia que la ignorancia y la irresponsabilidad siempre han sido cómplices necesarios de la hipocresía de los criminales.
Podemos dudar sobre la existencia de vínculos entre los atentados sufridos en noviembre por sectores religiosos defensores de los derechos humanos, como los ocurridos a la Iglesia Metodista Argentina y en la Catedral durante la conmemoración de “La noche de los cristales rotos”, las declaraciones filonazis del asesor Duran Barba y las ofensas de la senadora Carrió a la comunidad judía; pero no caben titubeos acerca de la significativa coincidencia temporal y el común resultado de devolvernos a pasados de intolerancia, violencia y terror.
Cualquiera de estos hechos y las imágenes mentales que convocan poseen fuerte valor simbólico y proponen una realidad subjetiva adversa a la diversidad y a la democracia.
A las luces de Cervantes y Canetti, se juzgaría a la verdad humana como una delicada categoría que se sostiene sobre la calidad del trabajo en la conciencia personal y en relación a las comunitarias.
Hoy, más que nunca, urge el compromiso con la construcción de confianza en las palabras. Las propias y las ajenas.
* Antropóloga Univ. Nacional de Rosario.
** Los subtítulos pertenecen a Elías Canetti El corazón secreto del reloj (1973-1985).
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