EL MUNDO › TESTIMONIO DESDE LA VECINDAD DE UN ATENTADO
“Su piel se me deshizo encima”
Por P. T. *
Desde Estambul
Mi departamento, a corta distancia de una de las dos sinagogas atacadas ayer, está en un edificio de seis pisos construido por un comerciante judío a fines del siglo XIX. Cuando un coche bomba estalló en la vecindad ayer, su sólida estructura neoclásica de piedra le sirvió para ser el único edificio que escapó a los daños.
Yo había pasado la noche en otra parte, y volví por la mañana para encontrar los edificios en mi cuadra dañados, con las ventanas voladas, astillas de vidrio en todas partes y paramédicos por doquier. Tal fue la fuerza de la explosión que mis vecinos la compararon con un terremoto masivo. De hecho, nos han aconsejado no volver a nuestras casas hasta que se haya visto en qué estado se encuentran los cimientos.
Tihan, el propietario del comercio que está en la esquina de mi casa, acababa de abrir cuando escuchó un estruendo terrible y el suelo empezó a temblar. “Corrí a buscar ayuda, pero había pedazos de brazos y piernas por todo el lugar. Puse mis brazos debajo de alguien para levantarlo, pero su piel se deshizo en mis manos”, dijo.
La policía se apresuró a establecer cordones en torno a la zona, mientras los residentes se gritaban las noticias sobre los heridos. Galata es aún una comunidad muy unida donde la gente se cuida mutuamente. Se estableció una improvisada cadena telefónica para enviar noticias sobre las bajas y pedir sangre para los heridos. Lla mayoría de los muertos resultaron ser transeúntes ocasionales.
Galata siempre ha sido un santuario para las muchas minorías étnicas de la ciudad. Inicialmente una colonia comercial de Geona, ha albergado comunidades italianas, alemanas, francesas, británicas, armenias, griegas, judías, húngaras, polacas y rusas. Fue aquí donde encontraron sus hogares los judíos que escapaban de la Inquisición española en 1492. Aún hoy, sus callejuelas albergan templos de sectas diferentes, mezquitas y sinagogas unas junto a las otras, aunque los devotos son escasos.
Pero Estambul ya no es la capital mundial cosmopolita que fue una vez. En 1900 había 300.000 judíos en la ciudad; desde entonces la comunidad se ha reducido a unos 27.000. El diario judío local Shalom tiene unos 4000 suscriptores y se publica en turco y en ladino. Los judíos de Estambul mantienen un perfil bajo y son una comunidad cerrada. El único signo del antiguamente floreciente barrio judío es la boda o el bar mitzvah ocasionales, cuando mujeres y hombres elegantemente vestidos van a la sinagoga Neve Shalom, el blanco de la explosión de ayer.
Se podría haber pasado al lado de la sinagoga sin siquiera notarla. Entre los comercios y los restaurantes, su fachada era una pared de hierro chamuscado, y el único signo de vida eran los dos guardias que estaban en su exterior. Unos pocos metros más allá había un pequeño puesto policial donde dos agentes rotaban su guardia. Ayer, Alí, un comerciante, describía cómo vio a un guardia transportado a una ambulancia con la mitad de su cuerpo volada.
Cuando volví a Estambul desde Nueva York hace varios años, Galata era el único barrio en que quería vivir. Después de las torres de vidrio y el ritmo frenético de la vida en Nueva York, las calles angostas, los departamentos del siglo XIX con pisos de madera y frescos opacados de Galata alimentaban mi romanticismo. Aquí me sentía en casa, para disgusto de mi padre.
Desde entonces, los precios de las propiedades han subido en forma permanente, a medida que el barrio se volvía más de clase media. Mi edificio es tal vez el mejor ejemplo de esto: en el piso de abajo de mi departamento vive un periodista turco, debajo de él una familia de 10 miembros que emigró a este lugar desde el sudeste de Turquía en los años ‘60. En el primer piso, un maestro hippie inglés vive enfrente de una pareja de jubilados de Anatolia. Eso es Galata, una verdadera mezcla de gente.
En los años que he vivido aquí, nunca me he sentido en peligro, incluso siendo una mujer. Me desplazo libremente a toda hora del día. Pero la explosión de ayer cuestionó esa sensación de seguridad, que es posible que nunca vuelva.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.