Jueves, 3 de diciembre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
Cuando se vio totalmente aislado políticamente, con los principales partidos –incluidos los de la oposición– pidiendo su renuncia a la presidencia de la Cámara de Diputados y cuando se esbozaba claramente su condena en la Comisión de Etica de la Cámara –con los votos en contra también del oficialista PT–, Eduardo Cunha echó mano a su última arma: aceptó una de las demandas de impeachment de la presidenta Dilma Rousseff. Se parece más bien a la escena final de una película de Far West de tercera categoría, cuando el bandido, en situación desesperada, intenta lanzar su granada, para destruir todo lo que pueda.
Lo cual no implica que no cause daños. La simple aceptación de la tramitación de la solicitud de impeachment –aun sin ningún fundamento mínimamente razonable– invade la agenda política, atropella todos los otros temas pendientes y se presta para que la oposición y la midia se valgan para desgastar la imagen de Dilma Rousseff. En el momento mismo en que el gobierno tuvo victorias importantes en el Congreso, que le permiten salir de la agenda defensiva del ajuste y retomar temas de combate a la recesión.
Aun en condiciones moralmente miserables, Cunha puede ser útil a la derecha, pese a que ésta se distanció completamente de él. Este intento de Cunha le puede servir para recuperar apoyos de la derecha, en la medida en que le sea útil a ella. Pero la misma derecha ya se había pronunciado en el sentido de que la falta de idoneidad moral de Cunha, con el cúmulo de pruebas fehacientes de corrupción en su contra, derrumbaría una solicitud de impeachment. Era la derecha la que más se empeñaba ahora en sacarlo, después de haberlo utilizado en contra del gobierno.
¿Qué debe pasar ahora? La solicitud va a una comisión de la Cámara, donde hay posibilidades mínimas de que sea aprobada. El mismo líder del PMDB, el partido de Cunha, ya se ha pronunciado en contra del impechament. En caso de que sea rechazado, se termina la tramitación. Si no, iría al plenario de la Cámara, donde tendría que obtener la casi imposible cifra de dos tercios de los votos.
El tema está instalado y los medios y los partidos de derecha van a aprovecharlo. Pero se juegan, con un mal parlamentario, su carta más fuerte, el impeachment. Por ello querían sacar a Cunha. Ahora es todo o nada para la oposición. Y la posibilidad definitiva del gobierno de dar vuelta la página, aún antes de que se termine este interminable año de 2015, derrotando una mala propuesta –por el contenido y por la mano sucia de Cunha–, de una buena vez.
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