EL MUNDO
Apogeo y ocaso del nieto de un militante de Franco
Hace una semana, los sondeos eran contundentes: el Partido Popular de José María Aznar iba a ganar las elecciones con una ventaja del 4,5 por ciento de los votos con respecto al PSOE. Pero con los atentados de Madrid del pasado jueves el próximamente ex presidente español vio tambalear la victoria de su delfín, Mariano Rajoy. Y cuando los paramédicos ni siquiera habían podido llegar al lugar del desastre, se apuró en señalar a la ETA como el culpable. Fue un manotazo de ahogado: si los atentados eran efectivamente obra del fundamentalismo islámico, quedaría claro que era una venganza contra España por el apoyo incondicional de Aznar a la invasión a Irak. Sin embargo, no bien Al-Qaida confirmó su participación en los ataques, empezó el principio del fin de la carrera política de Aznar, que entró prometiendo que acabaría con el terrorismo y se va con más de 200 muertos.
El nieto de Manuel Aznar Zubigaray, un político que antes de pasarse a las filas del dictador Francisco Franco militaba en el nacionalismo vasco, nació en Madrid en 1953. Estudió Derecho en la Universidad Complutense y, antes de entrar en la política, trabajó como inspector impositivo. En 1982 ganó una banca de diputado por la provincia de La Rioja con la Alianza Popular (AP). Muy pronto se ganó la confianza del líder de este partido conservador, Manuel Fraga Iribarne, un ex ministro de Franco, que lo eligió vicepresidente nacional de esa fuerza. Al poco tiempo, Aznar conducía la refundación de la AP como el Partido Popular, que buscaba atraer el voto del centro y abrazaba el más puro liberalismo económico. En 1995, cuando era diputado nacional por Madrid, la ETA intentó asesinarlo con una bomba. Sobrevivió porque el auto en que viajaba estaba blindado, pero una mujer murió en la explosión.
Con una campaña enfocada en los escándalos de corrupción del por entonces presidente de gobierno, el socialista Felipe González, Aznar ganó las elecciones generales de 1996. El traspaso de mando fue un momento histórico: era sólo la segunda vez en 60 años que un partido español entregaba la banda presidencial a otro. Por entonces, Aznar, un joven político apenas conocido fuera de su país, prometía un nuevo modelo de conservadurismo. Sus metas eran recortar la burocracia del Estado español, equilibrar el presupuesto y eliminar el terrorismo vasco. Durante los si-guientes cuatro años, su gobierno estaría dominado por la agenda económica. Tuvo la suerte de heredar los logros de su predecesor socialista, que posibilitaron un fuerte crecimiento, la caída del desempleo a casi la mitad y el control de la inflación. También le tocó la entrada a la Unión Europea que había gestionado Felipillo. Era un tipo con suerte. Con una victoria aplastante, en el 2000 Aznar ganó un segundo mandato y declaró que no iba a postularse para un tercero. A diferencia del período anterior, en esta gestión su partido no tuvo que pactar con otras fuerzas para gobernar. España seguía en pleno boom económico y Aznar se jactaba de sus avances en la lucha contra el terrorismo de ETA. El año pasado, sólo tres personas murieron en atentados del grupo separatista, pero la oposición lo criticaba por “utilizar el terrorismo en su beneficio” y alimentar el resentimiento del País Vasco, que empeoró cuando en el 2002 Aznar prohibió a Herri Batasuna, el movimiento político de ETA. Por entonces, Bruno Zubizarreta, vocero del partido vasco moderado Euskal Alkatrasuna, dijo que Aznar estaba “marginando a una parte significativa de la población y legitimando a los extremistas. El gobierno y la ETA se mueven con el mismo extremismo: ellos encarnan todo lo que está mal en el País Vasco”.
Después de los atentados del 11 de septiembre, George W. Bush pasó a integrar la lista de amigos personales de Aznar, que incluye al primer ministro italiano Silvio Berlusconi y al de Gran Bretaña, Tony Blair. En 2003, a pesar de que el 90 por ciento de los españoles se oponían, Aznar apoyó la invasión a Irak con tropas y bases aéreas. Las manifestaciones en su contra fueron abrumadoras, pero Aznar no dio el brazo a torcer. En marzo de ese año, tuvo el índice de popularidad más bajo desde 1996. Pero tampoco daría su brazo a torcer tiempo después, cuando, más recientemente, rehusó considerar siquiera que las armas de destrucción masiva alegadas como justificación para la guerra no existían. “Hice lo que hice porque estaba en los intereses de España”, se empecinó. Hasta que le torcieron el brazo.
Ridiculizado por su bigotito, durante mucho tiempo fue menospreciado por sus rivales, que se burlaban de su falta de carisma y sus bolufrases. De hecho, al igual que Bush, en Internet circulan varios compilados de frases poco felices del premier español. “Me encanta inspirarme en el silencio, como Leonardo Da Vinci. Leonardo amaba el silencio y los resultados de su silencio fueron maravillosos”, dijo hace unos años ante un pasmado auditorio.
Texto: Milagros Belgrano.