El gobierno israelí aprobó la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU sobre un alto el fuego en el Líbano. La decisión fue apoyada por todos los ministros, excepto Shaul Mofaz (ex ministro de Defensa), quien se abstuvo en la votación. El premier, Ehud Olmert, declaró que la resolución aprobada crea condiciones concretas para la implementación de determinaciones previas referidas al Líbano, como la Resolución 1559, que incluye el desarme del Hezbolá. Y aseguró que la organización chiíta dejará de ser “un Estado dentro del Estado” y que el gobierno libanés pasa a ser el interlocutor de Israel. Puertas adentro, Olmert fue blanco del fuego cruzado de la oposición de derecha, que lo acusa de derrotismo, como de la izquierda, que lo critica por la sobreestimación de la vía militar y su fatal prolongación.

Desde el punto de vista israelí, el cese del fuego acordado por la ONU puede considerarse un logro importante dado que decreta el emplazamiento del ejército del Líbano en el sur de ese país, con el refuerzo de fuerzas internacionales. Además, el Consejo de Seguridad le adjudicó al Hezbolá la responsabilidad por la irrupción de la guerra, y no criticó a Israel por el daño causado al país vecino. La satisfacción en torno de esos aspectos pudo escucharse de parte del viceprimer ministro, Shimon Peres, quien señaló: “La decisión la da pleno respaldo a Israel, y el Hezbolá, que comenzó el combate con toda su potencia, lo concluye cuando todo el mundo está en contra de él”.

Otros puntos ventajosos para Jerusalén son el embargo al abastecimiento de armamentos al Hezbolá, incluido el control de los pasos fronterizos con Siria, y la ausencia –por el momento– de la demanda de evacuar las Granjas de Shaba. Por otro lado, en el plato vacío de la balanza sobresalen la falta de un tratamiento serio del desarme de la milicia pro iraní y de la devolución de los dos soldados israelíes secuestrados en el norte de Israel. Con respecto a la primera desventaja, si bien Hezbolá se verá obligado a alejarse del límite con Israel y le será difícil actuar desde el territorio controlado por el ejército del Líbano y las fuerzas de la ONU, existen serias dudas acerca de la capacidad real de esos efectivos para neutralizar a los combatientes de Nasralá. A lo sumo, estiman los analistas, Israel conseguirá la tranquilidad en su frontera norte por algunos años, si es que no se produce un cambio profundo en las relaciones con el Líbano y con Siria.

En cuanto al irresuelto destino de los soldados secuestrados por el Hezbolá, el tema fue motivo de posiciones encontradas entre Amir Peretz, el ministro de Defensa, quien vio en la falta de un acuerdo que contemplara la devolución una renuncia grave, y el premier Ehud Olmert, que estimó que la insistencia en la liberación habría causado la innecesaria prolongación de los combates y más pérdidas de vidas humanas. Olmert deberá convencer ahora al público israelí. De hecho, el combate por su supervivencia política ya ha comenzado.

El diputado Yuval Steinitz (del derechista Likud) dijo que la resolución de la ONU es “una victoria diplomática del terrorismo”. Su par Israel Katz, de la misma bancada, aseguró que “si el gobierno aprueba la decisión de cese del fuego, eso significa que un millón y medio de ciudadanos permanecieron en los refugios en vano”. Por su parte, Yosi Beilin (Meretz, de centroizquierda) apoyó la adopción de la instancia diplomática pero llamó al gobierno a interrumpir el accionar militar inmediatamente. “Israel no puede ser el matón del barrio”, dijo el diputado. Añadió: “El interés superior de Israel es garantizar que el Líbano lleve a cabo la resolución”. Por su parte, el diputado laborista Dany Yatom afirmó que “la ampliación del operativo militar y la puesta en peligro de soldados, cuando se ha decretado el cese de fuego, son dos términos de una contradicción incomprensible”.