Miércoles, 13 de diciembre de 2006 | Hoy
Mientras los dinosaurios lloraban la muerte del tirano, miles de jóvenes y sobrevivientes de la dictadura festejaron frente al Palacio de La Moneda y le rindieron homenaje al líder socialista. La fiesta transcurrió entre consignas, viejos hits de Víctor Jara y cánticos dedicados a Lucía Hiriart.
Por Christian Palma
Desde Santiago de Chile
El monumento de granito levantado en memoria del presidente Salvador Allende en uno de los costados de la Plaza Constitución que da justo a la entrada principal de La Moneda fue el escenario perfecto que encontró el Partido Comunista para citar a la gente que quisiera honrar la memoria del derrocado mandatario socialista chileno. Tras la autorización que dio a regañadientes la Intendencia Metropolitana, luego de que los desórdenes del domingo llegaran a las mismísimas barbas del solemne barrio cívico de Santiago, la reunión popular de ayer se encargó de que miles de personas, entre miembros de agrupaciones sociales, organizaciones de derechos humanos, víctimas de la represión, estudiantes, artistas, amigos y uno que otro extranjero vociferaran a todo pulmón: “Estamos aquí, compañero Presidente. Allende, jamás te olvidaremos”.
El destino de las consignas tenía un objetivo claro. Apuntaban a los miles de fachos que, por cierto también sudorosos, asistieron desde temprano a los funerales del dictador Augusto Pinochet.
Hace 33 años y algo más, el muerto militar ordenó bombardear el palacio presidencial chileno, ganándose el mote de asesino y erigiéndose como un icono mundial de la tiranía y la traición. Así, con la ahora blanca Moneda, como panorámica de fondo, los miles de participantes se fueron fundiendo con las pancartas, lienzos, flores y banderas –en su mayoría rojas y con una hoz y un martillo impresos– y las remeras con el rostro de Allende, junto a los insultos contra el dictador.
Al mediodía, ya con la presencia de familiares del ex gobernante socialista –su hermana Carmen Paz y su sobrina Ana María Bussi–, el ambiente recordaba las fiestas desatadas tras la recuperación de la democracia en 1990, donde el olor a libertad lo impregnó casi todo. “Si hasta las fotos de los que ya no están, tienen una sonrisa en la cara”, dijo un barbudo espectador, en alusión a los retratos que cuelgan los Familiares de los Detenidos Desaparecidos (AFDD).
Los primeros en hablar fueron el presidente del Partido Comunista chileno, Guillermo Teillier, y el abogado de derechos humanos Hugo Gutiérrez, enconados opositores al régimen militar. Ambos coincidieron en destacar el sentimiento popular contra la dictadura que impuso Pinochet y en repudiar la defensa de la política económica instaurada en ese período, a la cual han sacado lustre los grandes empresarios. Política que de paso significó aumentar la desocupación a un 30 por ciento, la extinción del mundo sindical y la muerte de decenas de dirigentes y obreros.
“Fue un cobarde durante toda su vida. La máxima expresión de ello fue la decisión de que su cuerpo fuera cremado para que nadie toque sus restos”, remató Gutiérrez.
El carnaval continuó cuando el ochentoso y contestatario grupo musical Sol y Lluvia subió al improvisado escenario instalado sobre un camión en medio de la plaza. Coros de canciones que ya son verdaderos himnos como “Adiós General” (modificada espontáneamente por “Adiós Criminal”), y la nostálgica “Para que nunca más en Chile”, pusieron la piel de gallina y más de alguna lágrima se escapó sin vergüenza. La última que interpretaron hizo saltar a todos. Incluso en el segundo piso de La Moneda, se podía observar a funcionarios del gobierno bailando al compás de las inolvidables melodías. Un chico que vendía cerveza muy fría alegró más a los enfiestados manifestantes.
Así como el calor, también los gritos contra el tirano fueron aumentando. Los “asesino”, “traidor”, “chacal” y “genocida” retumbaban por el lugar. Y no se salvó ni su mujer: “Lucía, te quedan pocos días” o Lucía, maraca (puta), devuélvenos la plata”, hicieron ver que la gente no olvida las millonarias cuentas que el genocida mantenía en bancos internacionales.
En medio del clamor popular, una de las caras visibles en los tiempos de la represión más dura, Viviana Díaz, habló con Página 12. “Será la historia la que demuestre a las nuevas generaciones que Pinochet fue un dictador, un hombre que aplicó el terrorismo de Estado en Chile. Que no hubo respeto ni siquiera para los niños, mujeres embarazadas ni para nadie. Nuestra presencia hoy es para decirle a él, también a los que ya no están, los detenidos-desaparecidos, los asesinados, los que todavía no pueden volver a vivir en su patria, que continuaremos con la tarea que nos impusimos cuando nuestros familiares eran secuestrados y llevados a cárceles ocultas, que se haga justicia en nuestro país.”
Las canciones de Víctor Jara, asesinado por militares a días del golpe militar, comienzan a sonar otra vez y Viviana Díaz se emociona. Antes de alejarse desliza una última frase: “Pinochet ni siquiera debió haber recibido honores militares. Los torturadores son miembros de las Fuerzas Armadas, de la marina, del ejército, y fueron ellos quienes torturaron hasta la muerte a mujeres embarazadas y niños. Por lo tanto deben ser sancionados por los tribunales de Justicia”.
Terminada la fiesta, la masa se trasladó cantando –vigilada de cerca por varios piquetes de pacos, robotizados y más verdes que nunca– hasta Plaza Italia, lugar que los santiaguinos utilizan para celebrar los logros deportivos. Los ánimos ya estaban caldeados y las fuerzas especiales de Carabineros decidieron dispersar al grupo que entorpecía el tránsito en una arteria clave de esta capital. Ya eran más de 15 mil.
A esa misma hora, estudiantes alzaban la voz frente a la Universidad de Santiago, levantando barricadas y lanzando piedras y bombas molotov. A esa misma hora, el cuerpo de Pinochet volaba a su última morada, el balneario de Con-Con. Cosas del destino otra vez, el helicóptero que lo trasladó fue un Puma, la misma máquina que utilizó el ejército de Chile para secuestrar, matar y lanzar al océano a miles de inocentes. Pero no se preocupe. Cuando lea esta crónica, el peor dictador que recuerde esta parte del mundo ya será polvo.
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