Ellen fue una mujer lúcida y comprometida con la vida. La última vez que la vi, con sus ochenta y seis años y una salud que por momentos la fatigaba, desde su sillón continuaba dando fuerzas a otros y otras que, como ella, pasaban sus últimos años en un hogar de ancianos. Cuando notaba deprimido a alguno de sus compañeros de morada, se acercaba a ellos para invitarlos a una lectura o deleitarse con la música. Ellen integró grupos de jóvenes que lucharon contra el nazismo; como tantos y tantas, vio cómo diezmaron familias y amistades; para salvar su vida escapó de Alemania y se radicó en este país, en el que tuvo dos hijos y dos hijas; una de ellas, Leonor Gertrudis Marx, fue desaparecida por los hombres del I Cuerpo de Ejército. Como tantas madres, golpeó cientos de puertas para averiguar por su hija y fue clave en la organización del grupo de familiares de origen alemán, cuya lucha hizo posible la Coalición contra la Impunidad en la Argentina. Los juicios abiertos en Alemania y los pedidos de extradición de Videla, Massera y otros fueron el fruto de esa labor. Ellen fue la de la palabra precisa, honda y emotiva; la de la petición franca, sincera e irreductible; la que irradiaba conocimientos con vocación de compañera y docente; la que, ante la adversidad o la algarabía, plasmaba sentencias de acero con delicada claridad. La que, pese a todo y como consecuencia de todo, hablaba con humor elegante. Así como decía que setenta años íbamos a padecer los estragos de la dictadura, alentaba constantemente a persistir en la lucha. Recordaré toda mi vida sus relatos, como aquel que contó cuando se enteró de que mi hijo se llamaría Elías. “El profeta que venció a Massera”, dijo y contó la historia bíblica de la viña de Nabot. Se llamaba Ellen Renata Pinkus de Marx. Falleció hace pocos días. Una mujer amada e imprescindible.

* Abogado de familiares de desaparecidos de origen alemán.