EL PAíS › EL HOMENAJE A LOS 25 AÑOS DE ABUELAS EN EL COLON
La fiesta de estar juntos
Vestidas de gala, las Abuelas de Plaza de Mayo compartieron el placer de la recuperación de más de setenta nietos y, sobre todo, la inquebrantable voluntad de seguir luchando reconstruyendo vidas.
Por Marta Dillon
Las mujeres levantan la mano con el entusiasmo de alumnas de escuela que quieren dar la respuesta correcta. “Yo lo encontré”, dice Nelly. “Y yo, yo tengo una nieta hermosa. Está acá, en el teatro”, se ensancha Berta Schubaroff como un bello pájaro que esponja sus plumas. “Yo también –dice Cecilia Viñas, sumando su vestido celeste cielo al cuadro de trajes de gala–, lo encontré hace unos años. Es un muchacho grande, bien empleado, está haciendo su tesis.” Y Buscarita Roa, y Rosa Roizimblit, y tantas otras que se acomodan entre el dorado del palco balcón, echando besos a la platea como reinas de la primavera. Hace 25 años estas abuelas no se soñaban así, apenas podían sobrevivir un instante tras otro, consumidos en la búsqueda de sus hijos y nietos secuestrados, desaparecidos por los grupos de tareas que cumplían con el plan de exterminio de la última dictadura militar. Pero aquí están, firmes en la búsqueda, agradecidas por los encuentros. Orgullosas de esos jóvenes, sus nietos, esta noche de aniversario tan elegantes como ellas, que suben y bajan las escaleras como alguna vez andaron y desandaron sus historias en busca de su identidad.
Es una noche de galas, aun cuando lo que se homenajea sea el momento en que el dolor estaba tan expuesto que se lo podía ver y tocar. Es el momento en que se encontraron, dos o tres, en la misma ronda que las Madres de Plaza de Mayo, pero con una certeza débil: a los niños no se los podía asesinar, en algún lado debían estar. Se llamaron Abuelas Argentinas con nietitos desaparecidos, toda la historia en un nombre, todo el peso de la inocencia en las dos puntas del vínculo. Abuelas y nietitos ¿cómo no las iban a escuchar? “Nos fuimos dando cuenta con el tiempo de que había un plan sistemático para apropiarse de nuestros chicos, que sus padres, nuestros hijos, no iban a volver. Que íbamos a tener que recuperarlos por nuestros propios medios.” Cecilia Viñas está radiante esta noche, pero su nieto no está entre los jóvenes que se quejan porque les han dado a todos asientos separados. Él no quiere verla, no le perdona que haya seguido firmando los escritos que impulsan el juicio contra sus apropiadores. “Qué vamos a hacer, prefiere negar a quien lo puso frente al espejo”, dice y se deja acariciar por Buscarita, una abuela movediza con acento chileno que intenta ubicar a su nieta en la platea. “Claudia sabe quién es. Y está orgullosa.” Es cierto, Claudia Poblete es la primera joven restituida que declaró en un juicio penal contra sus apropiadores. Y así se presentó, con su verdadero nombre, a pesar de que sus documentos no habían sido enmendados.
Estela Carlotto es la que se encarga de las relaciones públicas. Es la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo y como tal es buscada por el jefe de Gobierno de la Ciudad, Aníbal Ibarra, por distintos diputados, por los periodistas, que le piden una declaración rápida en los cinco minutos del intervalo. El resto de las abuelas aprovecha para conversar un rato más, han llegado de todo el país, hacía tiempo que no estaban todas juntas. Casi todas desatan el nudo de la garganta echando un par de lágrimas, cuando el ballet de Maximiliano Guerra monta una coreografía sobre una canción de cuna para despertar. La mayoría no ha podido acunar a sus nietos como lo soñaban hace 25 años, eso que se perdió ya no volverá. Pero el tiempo, que ha corrido a su modo durante todos estos años, inflexible para las que esperan, como plastilina para las que han podido hacer sus relatos familiares para los chicos recuperados. “Todavía no he visto a mi nieto, él no quiere hacerse el análisis. Le escribí una carta, le dije que no quiero quitarle nada. Estoy segura de que pronto se va a aparecer por mi casa”, dice Nelly, una abuela de Mar del Plata que tiene que morderse la lengua para que su ansiedad no traicione el secreto prometido en un juzgado. El que le dio los datos de ese muchacho que busca desde su nacimiento en la ESMA.
Ni las alfombras rojas, ni el solemne recamado en oro de las cuatro hileras de palcos que llegan hasta el paraíso lograron imponer su fastuosidad sobre esta fiesta. El público es diverso, muchos no hanrespetado el riguroso saco que se exige en el teatro. Hay chicos en zapatillas, pañuelos blancos sobre los peinados coquetos, saludos que se cruzan a los gritos de palco a palco como una metáfora de esos encuentros que no se detienen entre abuelas y nietos. El espectáculo consigue un moderado silencio, se viva a Maximiliano Guerra y a sus bailarines, pero la fiesta, la verdadera fiesta, es estar ahí, todos juntos. Con la promesa de ser cada vez más.