Martes, 14 de abril de 2009 | Hoy
EL PAíS › MIRADAS SOBRE EL ESPACIO CARTA ABIERTA Y SOBRE EL ESCENARIO PORTEñO
Por Jorge Aleman *
¿Qué es realmente la Carta Abierta?, pregunta mi amigo filósofo en España. Es una experiencia, si por ello entendemos aquello que nos transforma sin que podamos detentar las claves últimas de dicho cambio.
Es una novedad política, que sin embargo tardó mucho tiempo en prepararse, y que llega para cada uno, como una responsabilidad intransferible, una responsabilidad con respecto a las circunstancias históricas de nuestro proyecto emancipatorio y sus impasses, un compromiso en la resignificación de una historia fallida, pero por lo mismo, también el intento de inventar y construir un relato distinto.
Es lo común experimentado en un “nosotros” que no se deja atrapar por la lógica totalizante de las identificaciones grupales.
Es la operación retroactiva sobre la Carta Abierta de aquellos días gloriosos de la calle Independencia.
Es Madrid y los ex Carta Abierta de entonces, escribiendo un documento en sincronía. Es lo inaceptable para el ensayista “desmitificador” que con su astucia de pacotilla propone la arqueología de Carta Abierta al gusto del medio español en el que escribe: Carta Abierta producto de Laclau, Laclau producto de los “irracionales” Lacan, Derrida y por fin Heidegger, y todo esto contaminado por Carl Schmitt. Así el ensayista obediente descubre que finalmente todo está suspendido de un “decisionismo” antidemocrático.
Es el elemento inadmisible para la nueva “derecha progresista”: mantener siempre con claridad quién es el Enemigo.
Es en aquellas conversaciones preliminares, antes de llamarse Carta Abierta, donde ya estaba en ciernes y se podía vislumbrar que el legado de los ’70 exigía de modo urgente una nueva narración, que pudiera hablar del fracaso o la derrota de aquel tiempo, sin victimismo ni claudicación.
Es el lugar donde, sin ambivalencias, se apoya al proyecto iniciado por el ex presidente Kirchner y por la presidenta Cristina Fernández, sin las famosas coartadas del “Alma Bella”, que siempre quieren acaparar la crítica de la realidad, sin dilucidar hasta las últimas consecuencias el modo en que esa realidad está construida en su ensamblaje de Poder.
Es el lugar donde finaliza la “infatuación” de promover nominalmente un supuesto cambio que aún no dispone del sujeto que lo soporte, es el sitio donde ha resurgido la voluntad de trasformación ahora elevada a la dignidad de la apuesta sin garantías.
Es la pertenencia a la causa sin que se necesite el sacrificio mortífero que la vuelta irrebatible.
Es la universalidad situada en la Argentina, sin su condición eurocéntrica, en donde se apoya a un gobierno asediado, sin abdicar de la interpelación que la voz de los muertos siempre hará escuchar en la justicia por venir.
Es el lugar donde el acontecimiento político se preserva de la vocinglería mediática que intenta convertirlo en un “dato de la realidad”.
Es el homenaje al hombre del Confín, y el trabajo de duelo que consiste en pensar el límite: ni se trata de “bajar la línea”, ni de atravesar la línea, sino de meditar en qué línea habitamos y somos.
Es la experiencia de una escritura política que no cede frente a la complejidad inevitable de un discurso que intenta definir un nuevo antagonismo y localizar el surgimiento de una nueva subjetividad.
Es la negativa radical a la extorsión de “transparencia” que el artificio de la técnica le quiere imponer al espacio público.
Es el ámbito donde el vocabulario político se expone de manera brusca a las condiciones de su transmisión, nunca aseguradas de antemano.
Es una reescritura de la cartografía de la ciudad que traza un nuevo lugar de bibliotecas, parques históricos y provincias luminosas.
Es la contraexperiencia del “vargallosismo” argentino, réplica degradada del español, un ensayismo domesticado auspiciado por una derecha progresista, cuya sensibilidad moderna e ilustrada utiliza a la Etica como estrategia de represión de la política.
Es la confrontación con todos aquellos intelectuales que ven antidemocrático y populista cualquier intento serio de construir una hegemonía alternativa a las corporaciones del mercado.
Es la experiencia que por fin toma la medida sobre el estrago que significó la dictadura militar y el menemismo para la construcción cultural y política de la Argentina del siglo XXI.
Es la política de la amistad sin sus fundamentos familiares o metafísicos; la amistad como el único arte en tiempos de penuria y contingencia.
Es el militante envejecido por la edad pero firme en relación con un suplemento transversal que no puede ser alcanzado por la erosión biológica.
Es lo que aún no pudiendo ser definido como peronista, sin embargo es la primera y auténtica experiencia “no gorila” del mundo intelectual argentino.
Es la indeterminación de su contorno, que no desea definir ni su interior ni su exterior, oportunidad singular para que el argentino desparramado por el mundo en diáspora, exilio o inmigración pueda retornar a partir de una experiencia simbólica.
Es la interrogación a la Filosofía cuando ella debe volver su rostro terminal hacia la política cuando ésta se postula como invención de un lenguaje.
Es la pregunta del psicoanálisis, que aún insiste en su interrogante por la determinación del sujeto del inconsciente en las construcciones ideológicas.
Es la vergüenza noble del sobreviviente y el intento de saber hacer con el pudor algo más que una mascarada.
Es la asunción de una tensión irreductible, cuando se afirma a la vez un proyecto de gobierno junto a la deriva libertaria en el devenir común de nuestra Nación.
Es la pregunta por la política, por fuera del tiempo de la gestión, la venganza o la reivindicación, en suma es la pregunta por las condiciones de la política para introducir lo nuevo en las singladuras históricas.
¿Quiénes conforman Carta Abierta? ¿Quiénes la sostienen? ¿Cuánto durará? ¿Qué huellas dejará? ¿Cómo atravesará el tiempo sin una organización mínima? ¿En qué consiste su dirección, su brújula, su ficción orientadora? Carta Abierta es la felicidad de esa inmanencia, que no necesita de ningún sentido trascendental para afirmarse.
Es la puntuación nueva que hace que cultura y política ya no necesiten un futuro victorioso, ahora se trata simplemente de una insistencia, la de mantenernos en la serie que nos hace serios.
Es el arquitecto que distingue con nitidez los lugares y el imposible que los articula, pero que confía en la donación de los espacios nuevos, es el ensayista áulico que ha recorrido todas las “performances” constitutivas de nuestra dramaturgia nacional, es el filósofo elegante que ha subordinado la teoría crítica a la incertidumbre de una praxis argentina, es el editor que contra viento y marea protegió la dignidad de sus libros argentinos, es el militante que vuelve con su timbre grave de asamblea, es el cineasta que vislumbra la puerta abierta de una ciudad que no se puede reducir a un parque temático, es el coordinador benevolente que le da a la palabra su paciencia, para que florezca en la atmósfera un sentido incalculable.
Es lo que esta desordenada enumeración no puede definir ni capturar, es lo incontorneable de una novedad cultural y política, que de un momento a otro va a desenmascarar a los canallas en su dimisión disfrazada de moral republicana.
Es esta definición imposible lo que hace que estas líneas no sean un análisis ni una presentación del sentido de Carta Abierta, al amigo que me interroga, pero sí una respuesta singular, cargada de un agradecimiento infinito, un agradecimiento del que vuelve por fin, “en lo que habremos sido para lo que estamos llegando a ser”.
* Consejero cultural de la embajada argentina en España; profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires.
Por Andrés Larroque *
Se acercan las elecciones y en la ciudad de Buenos Aires se repiten las mismas melodías que, tras varios comicios, nos han llevado a la situación actual: la derecha en el gobierno, atendida por sus propios dueños.
Vuelven a invocarse las palabras “progresista”, “amplitud”, “centroizquierda”, etcétera. Ahora bien, ¿qué será ser progresista? Se pueden dar muchas definiciones, pero hay un elemento que no debe pasarse por alto. Se trata de un argumento incontrastable: se es progresista –o no se es– siempre frente a un contexto determinado, en función de las acciones que en ese contexto desarrollan tal fuerza política o tal dirigente.
Tristemente, la realidad política de la ciudad no termina de reconocer esta cuestión. Aquí el mote de progresista es algo que viene dado, se es progresista en abstracto. Se es progresista si se tiene un tono de voz mesurado, si las convicciones se defienden hasta el punto de no ofender ningún interés, si –por supuesto– se mantiene la mayor distancia posible de esa “enfermedad” argentina que se llama peronismo. En definitiva, se es progresista si no se hace nada; ni bueno, ni malo.
Los porteños hemos visto claramente el resultado de esta política. Esta concepción fue gobierno en la ciudad durante seis años. Por acción o inacción, por falta de audacia o desinterés hacia los sectores populares, esa concepción terminó causando un notorio desencanto del electorado porteño con la forma de gobierno del progresismo. Los errores de esos seis años fueron los que dejaron el campo abierto para que la derecha ganara en la ciudad. Una derecha que no tiene nada de tímida, ni de mesurada; por el contrario, gobierna de acuerdo con sus intereses y su base social.
En suma, ignorar la responsabilidad del pseudo progresismo en la llegada definitiva del gobierno que hoy padece la ciudad es tapar el sol con un dedo y seguir jugando a las escondidas en un distrito clave por su influencia nacional. Como señalaran la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, y el ex presidente Néstor Kirchner, el sentido de las próximas elecciones trasciende la realidad local. Se trata de plebiscitar un modelo en los albores de una crisis internacional de dimensiones aún desconocidas. Este es el contexto en el que se define quién es progresista y quién, en todo caso, es reaccionario, retardatario y antipopular. Este es el contexto en el que los argentinos tenemos que definir si ratificamos el rumbo de un proyecto que comenzó a caminar en 2003 y que, por las profundas transformaciones realizadas en la Argentina, ya nos permite hablar de un modelo.
Haber reconstruido la Argentina; la institucionalidad, la economía, los valores democráticos, la Justicia, la dignidad nacional, la producción y el trabajo como pilares del desarrollo, entre tantos logros, no ha sido gratis. Una derecha new age organizada y construida desde los medios de comunicación, con las mismas concepciones de 1880, se ha puesto como objetivo innegociable terminar lo antes posible con este proyecto, con este modelo. Mientras tanto, los amigos “progresistas” miran el techo y deshojan la margarita de la mezquindad para ocupar media banca más. Quieren recuperar el espacio político que perdieron con los dos últimos gobiernos de la Argentina. ¿Por qué Cristina y Néstor ganaron el espacio que habían perdido los autoproclamados progresistas? Simplemente por el hecho de hacer lo que aquéllos proclamaron en infinidad de ocasiones y nunca realizaron.
Se es progresista si se defiende este modelo. Esta es la discusión que hay que dar con sinceridad, sin mezquindades, ni especulaciones. El juego de la escondida, en la ciudad, ya sabemos cómo termina. Ahora tenemos la oportunidad de comenzar un camino distinto que signifique defender el proyecto político que ha transformado la realidad del país y que abre una opción de futuro. Todo lo otro, lamentablemente, ya lo conocimos.
* Secretario general de La Cámpora.
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