EL PAíS

Menem propone que las FF.AA. combatan el delito

El ex presidente convocó a un acto para responder al avance de Duhalde. Sólo asistieron sus fieles. Y propuso, contra la legislación actual, que los militares se ocuparan de la seguridad interior.

 Por Martín Piqué

Llegaba el momento del cierre, y Carlos Menem se disponía a terminar su discurso, con la intención de motivar a sus fieles. Quería clausurar el encuentro, bautizado como “primer plenario nacional de dirigentes justicialistas” y pensado como un hecho político para contrarrestar el consenso y la masividad que había logrado su enemigo eterno, Eduardo Duhalde, un día antes en la quinta de Olivos. Aprovechó para enumerar algunos ejes de lo que sería su gobierno si ganara las elecciones: “Hay que salir a combatir la delincuencia. Y para combatir la delincuencia no hay mejor defensa que un buen ataque. Con todas las fuerzas de seguridad, y, de ser posible, las fuerzas armadas. Porque está en juego la libertad y la seguridad de nuestro pueblo”, aseguró.
Hasta ese momento había hablado de los niños desnutridos y de que si volviera a ser presidente terminaría con el hambre y lanzaría un programa de vacunación gratuita. Hasta ahí su discurso se correspondía con la renovación y el aggiornamento a cierto tono “social” que le propusieron sus asesores y jefes de campaña. Pero llegó el turno de la seguridad –un tópico ineludible en todo acto menemista– y entonces Menem reveló lo que verdaderamente piensa. Se quejó de que “los turistas deben caminar con el Jesús en la boca” y dijo que para reprimir la delincuencia hay que recurrir al dicho “no hay mejor defensa que un buen ataque”.
Su propuesta para atacar a los delincuentes fue recibida con una ovación. La multitud –compuesta por simpatizantes del interior que habían llegado en micros, cuarentones de traje, corbata y celular y mujeres producidas para visitar el centro– aplaudió la propuesta con energía. La mayoría debía ignorar que la legislación vigente a partir de 1983 –votada como antítesis de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que fundamentó la represión interna de la dictadura– impide que el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea participen en la acción contra el delito. En concreto, la Ley de Seguridad Interior y la Ley de Defensa, votadas por el Parlamento, excluyen a las fuerzas armadas de la seguridad interna.
Con su iniciativa, Menem desconoció esas leyes. Luego justificó su opinión citando a Juan Perón, cuyas frases, a lo largo de la historia, se han usado para defender argumentos antagónicos: “Yo aprendí con Perón que, ‘dentro de la ley todo, y fuera de la ley nada’”, dijo. Unos minutos antes, su socio y candidato a vice, Juan Carlos Romero, había dicho que un tercer período de Menem garantizaría “la seguridad personal” de los argentinos. “Que los delincuentes le teman a la ley”, propuso como eje de acción. Romero tiene antecedentes en materia de seguridad: sin embargo, en este tema, su preocupación incluye la protesta social, y en especial a los piqueteros. Su manía quedó retratada a fines de mayo, cuando pidió al Gobierno que reprimiera con más energía los cortes de ruta que cruzaban el país.
Luego de pedir que las Fuerzas Armadas salieran a la calle, Menem arengó a sus incondicionales –a las mujeres les pidió que se “metan, peleen y luchen por los espacios”– y les demandó que estén atentos ante supuestas maniobras de fraude. “Nos están embarrando la cancha. Les pido que no se descuiden, hay que empezar a elegir a los fiscales”, alertó desde el palco, flanqueado a la izquierda por su esposa, Cecilia Bolocco, y a su derecha por Romero. Ese tema, precisamente, preocupa al comando de campaña del menemismo, que desconfía de la junta electoral designada por el congreso del PJ que sesionó en Obras Sanitarias.
Cuando estaba por concluir su discurso, Menem se permitió una ironía, que le sirvió para elogiar su gestión y cuestionar al gobierno de Duhalde. “Nos decían que mi gobierno era una fiesta, ¿de qué fiesta me están hablando? Sí, había crédito, se podían comprar heladeras, electrodomésticos, autos. Pero supongamos que era una fiesta, yo prefiero esa fiesta y no este velorio”, azuzó. La multitud festejó, como festejó todo lo que dijo. Lo vivaban, lo idolatraban y lo azuzaban cada vez que criticaba a los adversarios de la Alianza. Los cantitos resurgían cada vezque chicaneaba al “presidente transitorio”, una referencia irónica para Duhalde, su eterno rival dentro del peronismo.
Durante todo el encuentro se notó que la idea de desplegar una acción política para compensar la masividad del congreso de Obras Sanitarias. Y también para responder, de alguna forma, a la cumbre de Olivos, donde 20 gobernadores respondieron a la convocatoria de Duhalde. Por eso, cuando empezó a hablar, Menem resaltó la “representatividad” del encuentro: dijo que habían dirigentes de “cuatro mil pueblos y ciudades” y que en el salón se hallaban varios “congresales” del partido. Fue una expresión de voluntarismo. Porque pese al entusiasmo que mostraron, los simpatizantes de Menem eran sólo eso, simpatizantes. No tenían credenciales, ni representaban formalmente al partido.
Lo que parecía sobrar era confianza. Los dirigentes que se subieron al escenario –en una sucesión de discursos que comenzó cerca del mediodía y terminó pasadas las cinco de la tarde– repitieron el mismo latiguillo: llamaron a Menem “el futuro presidente”. El titular de la UOM Capital, Roberto Monteverde, o el ex senador Augusto Alasino hicieron gala de esa certidumbre. En el palco, donde se los veía a Adrián y Eduardo Menem, Mar-tha Alarcia, Alberto Pierri, Alberto Kohan, había sonrisas y rostros eufóricos. Romero, entusiasta, arengaba con palmas el insistente grito de la multitud: “Un minuto de silencio, para Duhalde que está muerto”. Sin embargo, la actualidad del menemismo quedó resumida en una frase del propio Menem: “No se queden de brazos cruzados, hay que caminar toda la Argentina”.

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Romero, Menem y Bolocco durante un acto con más entusiasmo que representatividad.
 
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