Miércoles, 14 de octubre de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Wainfeld
El oficialismo confía en votar pronto el Presupuesto y alguna ley conexa en Diputados y salir airoso, sin que le sobre nada. Y sudar la gota gorda para revalidar en el Senado, todo antes del 10 de diciembre. Si se pregunta a sus principales legisladores por qué los gobernadores (esencialmente) acompañan su trazado de política económica, apelan a dos tipos de motivos. Valga la redundancia, son políticos y económicos.
El kirchnerismo –explican y son creíbles– ha logrado mantener la disciplina parlamentaria tras el serio revés del 28 de junio. Los principales ganadores de las elecciones, casi todos radicados en el llano, tienen poco que ofrecerles: rezongos, sudor y lágrimas. Los peronistas, en especial, no ofrecen un liderazgo sustituto, ni siquiera una orgánica fuerte y convocante. Contra lo que dice la Vulgata mediática, ni a los gobernadores ni a sus provincias les ha ido mal con el kirchnerismo. No son vasallos humillados a diario, ni ganado arreado. Han crecido, muchos fueron revalidados en las urnas, las economías regionales (aun con el deterioro de 2008 y 2009) son más viables que en 2003. La gobernabilidad es para los mandatarios (también para los intendentes) imprescindible para mantenerse en el candelero, aunque fuera para enfrentar al oficialismo en 2011. El 2010 –permítase otra verdad sencilla– es previo a ese escenario y lo condiciona.
Así las cosas, un gobierno nacional estable y dotado de liquidez les conviene a todos. Las hipótesis alternativas pueden excitar a los agoreros sin compromisos de gestión, pero podrían serle letales a los “gobernas”.
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Es la economía, por tres: En materia económica hay tres alicientes (con un contexto implícito que se mencionará más adelante) para que las provincias avalen el rumbo oficial. El primero, contante y sonante, es el incremento real de sus ingresos desde que se instauró la coparticipación parcial de las retenciones a la soja, que se prorrogaría. Con una mejor cosecha en ciernes y un goteo diario de plata, los nervios se templan bastante. Entre eso y la coparticipación del impuesto al cheque, afilan el lápiz los operadores parlamentarios del Frente para la Victoria, las provincias capturan 6500 millones de pesos adicionales al año. Los lápices de los gobernadores dibujan cifras más recatadas, pero igual reconocen que algo hay.
El segundo elemento es el Programa de Ayuda Financiera, que facultará al poder central a acordar auxilios con las provincias. El esquema es kirchnerismo puro, radialidad estricta, trato de a uno. Como fuera, priman los gobernadores dispuestos a recorrer ese camino de Damasco, o de Olivos.
El tercer aspecto es la suspensión, por dos ejercicios (2009 y 2010) de la Ley de Responsabilidad Fiscal. La norma fue implantada cuando el fisco nacional socorrió a las economías provinciales, sobreendeudadas y empapeladas de bonos. La contrapartida fue poner en caja las finanzas provinciales. Levantar la restricción facultaría a los gobernadores a procurar financiamiento externo o afectar recursos de capital a gastos corrientes. La apertura financiera es un denominador común para todas las provincias, que solicitan la medida. Autorizarlas puede inducir al desorden, pero también les abre el juego.
Desde luego, la ayuda nacional o la búsqueda de créditos tiene un implícito, que es la reapertura del financiamiento externo, que el kirchnerismo retaceó durante años y que ahora parece dispuesto a revisar, aunque eso signifique apurar un mal trago.
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Un mal trago: La crisis mundial parece haber tocado fondo y rebotado. El optimismo agita a los “mercados”, prestos a invertir en países emergentes y –quién le dice– a generar nuevas burbujas en el mediano plazo. En el corto, más acuciante y más patente, China y Brasil están entre los países que más crecerán. Son sendas buenas noticias para la Argentina, bastante atada a su carro triunfal.
En el plano doméstico, varias agorerías expertas fueron refutadas por la tozudez de los hechos. No hubo default ni devaluación machaza, ni desmadre general. El riesgo país bajó aunque sin llegar a niveles “normales”, los bonos fueron una formidable inversión. Permítase acá un paréntesis lúdico y digresivo para luego regresar al núcleo. Paréntesis: (¿Qué habrán aconsejado a sus clientes los gurúes que homologaban, seis meses atrás, a los bonos argentinos con el papel higiénico? ¿Les aconsejaron comprar, contradiciendo sus mensajes públicos? ¿O les hicieron desperdiciar una inversión formidable? En el primer caso serían unos chantas irresponsables, en el segundo unos gilipollas. Se invita a los lectores a comunicarse con este diario y exponer sus pareceres. Se aceptan respuestas abiertas. Cierra paréntesis).
Las promesas del Gobierno sobre aceptar una revisión técnica del Fondo Monetario Internacional (FMI) y reabrir las negociaciones con los holdouts obraron el supuesto milagro, también los precios de las commodities. Tata Dios agregó lo suyo, la lluvia sucedió a la sequía. Con los primeros gestos de Amado Boudou hubo una oferta de dinero fresco, mil millones de dólares a tasa exorbitante. No es para batir palmas, pero es una señal de que podrían obtenerse más dólares a menos interés, si se arrima el bochín.
Claro que arrimar el bochín, sea como fuere que se lo vista, es revisionismo ortodoxo para la cartilla del kirchnerismo. El desendeudamiento con el FMI fue un acierto, que dio previsibilidad al esquema de pagos de la deuda. La relación entre los vencimientos futuros y el PBI es la más liviana que se conoció en décadas. No hay economista serio (no debe leerse “no hay economista”) que crea en un horizonte de default durante el mandato de Cristina Fernández de Kirchner. Pero hacerse cargo de los vencimientos en ciernes, ayudando a las provincias (donde viven ciudadanos que votan en las elecciones presidenciales, a padrón único) fuerza a reforzar la caja fiscal. Es difícil imaginar kirchnerismo sin caja bien provista, máxime si hay que repechar la cuesta del rechazo ciudadano. Todo indica que en la Rosada y Olivos se entiende que “vivir con lo nuestro” y sostener a carta cabal antiguas promesas contradicen ese objetivo.
De ahí que el ministro de Economía haya sido comedido a explorar caminos desechados años ha. En una administración kirchnerista es inimaginable el despliegue de Boudou en Estambul sin directivas expresas. Claro que, en Palacio, es imaginable que el desempeño de Boudou sea mirado con lupa, con suspicacia, con eventual descontento.
La retórica oficialista, la de “nunca más al FMI”, es incompatible con el nuevo giro. Claro que puede aducirse que el Fondo cambió, comentar entre iniciados que su titular Dominique Strauss-Kahn es dialoguista porque aspira a ser presidente de Francia (¡“de izquierdas”!), que no habrá empréstitos ni por ende condicionalidades. También es real que se ha muñequeado que la posible misión no se reúna con referentes opositores, desandando su liturgia de décadas. Pero por mucho esfuerzo que se haga, el principio de identidad sigue rigiendo: el Fondo es, al fin, el Fondo.
El punto es que reanudar relaciones con el FMI y reabrir el canje de deuda externa son prerrequisitos para acceder al financiamiento externo y aun al local. Y también un recaudo para incentivar a inversores privados. En Olivos se internaliza ese criterio, se trata de minimizar los reveses. Los habrá simbólicos y políticos, evidentes. Se supone que se compensarán con más plata y una economía a tambor batiente.
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Corridas paralelas: La reapertura de los canjes de deuda es parte del pliego de la aceptabilidad. El año pasado hubo sondeos con el Club de París, abruptamente interferidos por el tsunami capitalista mundial, ahora se analiza retomarlos. La hipótesis es combinar una quita muy alta, una financiación larga, eventuales fondos frescos. Hay un escollo normativo, la llamada “ley cerrojo”. Algunos voluntaristas de Palacio afirman que no es necesario reformarla o retocarla. Los argumentos no se detallan, lo que impide rebatirlos de momento. A cuenta, da la impresión de que ese designio es imposible: el espíritu de la norma es imponer una intervención parlamentaria, una ley, para abrir el cerrojo.
Para esa ley o para el presupuesto el oficialismo requerirá coaliciones diferentes a la que aprobaron el régimen de Servicios de Comunicación Audiovisual (LdSCA). El apoyo del centroderecha en el primer caso, el de los gobernadores en el segundo.
Una revisión de su discurso sobre el FMI y los acreedores disconformes le hará llover críticas de todas partes. El factor común será confrontarlo con sus propios dichos. Es la consecuencia de la retórica inflamada, producto a veces de suponer que las coyunturas son eternas. O de “casarse” con herramientas que el tiempo o las mudanzas históricas tornan inadecuadas.
La reacción del centroizquierda con representación será, ya está siendo, crítica por las retractaciones pero sobre todo por el contenido de las acciones. Es una prueba adicional sobre cuán arduo es el intento kirchnerista de liderar ese sector, manteniendo el esquema de gobernabilidad asentado en los territorios, el PJ y la CGT.
El Presupuesto y la falta de previsión de fondos para un “blindaje social” será uno de los ejes de debate entre el oficialismo y sus recientes compañeros de ruta con la LdSCA. Bien mirado, ése es otro caso en que la política oficial encontró un cuello de botella insuperable, que sus instrumentos usuales no pueden superar. Enamorarse de los instrumentos es un problema, sobre todo si, en un escenario de cambio, se desean priorizar los objetivos.
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