Martes, 30 de marzo de 2010 | Hoy
EL PAíS › RELATO DE SECUESTRO,TORTURA Y VIOLACIóN
Por Sonia Tessa
Silvia Suppo fue secuestrada el 24 de mayo de 1977 en Rafaela, su ciudad natal, junto a su hermano y uno de sus compañeros, Jorge Destéfanis, que al salir en libertad –tras cinco años preso en Coronda– se convirtió en su pareja. La noche de su caída la trasladaron a un centro clandestino de detención de la ciudad de Santa Fe. Allí fue torturada y violada. Quedó embarazada producto de esa violencia, y sus captores se ocuparon de “subsanar el error” llevándola a hacer un aborto. Estuvo un año y medio prisionera. Su compañero, Reinaldo Hattemer, había sido secuestrado el 25 de enero de 1977 y continúa desaparecido. Silvia volvió a su ciudad en 1978, cuando salió con libertad vigilada. El 5 de octubre del año pasado declaró en el juicio oral y público contra el ex juez federal Víctor Brusa y otros cinco represores. Fue una testigo clave. Al día siguiente, relató en una conversación telefónica lo que significó para ella dar su testimonio: “Estoy contenta por la tarea cumplida. Yo les decía a las chicas (otras testigos, que fueron sus compañeras de cautiverio) que estaba nerviosa, pero en el fondo para mí significaba muchísimo, y también para mi esposo, que murió hace tres meses y estuvo cinco años preso en Coronda”. Silvia empezaba a disfrutar de su nieta, tenía 51 años.
Silvia terminó la escuela secundaria en 1976, y menos de un año después, cuando tenía 18, fue secuestrada. Estudiaba enfermería en la capital provincial, donde vivía con su pareja, que fue secuestrado en la iglesia de Rafaela a la que había ido para presenciar el casamiento de su hermano. Los dos eran militantes montoneros. Rafaela es una ciudad conocida como la perla del Oeste, de economía pujante y mentalidad conservadora. Después del secuestro de Reinaldo, todo fue una pesadilla. “De ahí en más cambió mi vida rotundamente, ya no pude ir a Santa Fe, empecé a buscar trabajo, y el 24 de mayo de ese año me detuvo personal de Rafaela, que reconocí porque eran los mismos que estaban en la iglesia”, relató el 6 de octubre pasado a Página/12. Su primer lugar de cautiverio fue la Jefatura de su ciudad, pero esa misma noche la trasladaron, junto a otros compañeros, a Santa Fe. “Nos metieron en un Falcon y nos trasladaron a mí y a mi hermano en el asiento de atrás, y al que después fue mi esposo, Jorge, en el baúl de ese auto”, relató. Llegó a la comisaría 4ª, un centro clandestino de detención en el que escuchó cómo torturaban a su hermano. “De tanta picana, se descompuso. Yo escuchaba que había un estudiante de medicina, que les decía ‘despacio porque este chico se queda’. Así lo llevaron al hospital Cullen, desde donde se escapó y consiguió, a través de unos familiares, llegar a Rafaela. Allí se comunicó con mis padres”, relató Silvia.
En tanto, a ella la torturaron la misma noche que se descompuso su hermano. Le decían que a su novio lo habían tirado en un avión, y que estaba en el río Paraná. “Dos veces fui sometida a torturas”, relató.
Los padres de Silvia tenían contactos con Jorge Casaretto, entonces obispo de la zona. “Llegó a la 4ª como al mes y medio. Hasta ese momento mis padres no sabían dónde estaba yo”, contó Silvia, que a partir de allí fue trasladada a la Guardia de Infantería Reforzada, dirigida por Juan Calixto Perissotti, que no era un centro clandestino de detención, porque las prisioneras recibían visitas, pero donde estaban a expensas de la patota, que iba a buscarlas para torturarlas y violarlas, como parte de la estrategia de aniquilamiento. “A partir de entonces nos iban a ver con nuestros familiares. Estuve un año y medio hasta diciembre de 1978, cuando me liberaron con la vigilada. Tenía que presentarme en Avenida Freyre, no podía salir de la ciudad de Rafaela sin pedir permiso, fue un año y medio más. Por supuesto que nadie nos daba laburo”, siguió contando en octubre del año pasado.
Frente a los jueces del Tribunal Oral que juzgó a Brusa y otros cinco represores, Silvia fue contundente. No era la primera vez que denunciaba lo ocurrido. “Hicimos la denuncia frente a la Conadep, también habíamos contado lo que nos había pasado a una agrupación de la Cruz Roja que vino en 1978. Lo hicimos frente a abogados, frente a la fiscal Griselda Tessio, pero jamás habíamos podido hacerlo frente a un tribunal”, indicó.
Aseguró que no le había costado hablar sobre lo ocurrido, aunque durante años mantuvo silencio sobre la violencia sexual que sufrió. “No me costó hablar de lo ocurrido. Lo que yo mantuve unos años en silencio, aunque mis amigos y compañeros lo sabían, era la cuestión de la violación y el aborto. Estuve esperando que mis hijos crecieran, es lo único que a mí me condicionaba, para que entendieran, para explicarles mejor. Después de todo, tenés que hacer un proceso para poder contarlo”, relató el año pasado, luego de su impactante testimonio ante el tribunal.
Ante la pregunta sobre el aborto que le practicaron, Silvia no dudó. “Peor hubiera sido el embarazo, te digo. A mí me encantan los chicos, tuve dos hijos. Pero fueron embarazos deseados, actos de amor.” De hecho, sus hijos –una mujer y un varón– tienen 21 y 24 años. “Cada vez que escucho en otros casos, es una atrocidad dejar avanzar un embarazo producto de una violación, yo no hubiera podido. Por favor, qué hubiera sido de mí”, se preguntó el año pasado.
Para ella, fue terrible escuchar al responsable de su lugar de detención, Perizotti, decirle que iban a subsanar el error que significaba su embarazo. “Como que hubiera sido el error, me quedé helada. No fue ningún error, tres personas no te violan por error. Como si hubiera sido producto de algún estúpido que lo hizo, como si no lo hubieran utilizado como método”, enfatizó.
El testimonio en el juicio a Brusa fue demoledor. Y también un alivio para Silvia. “Fue terrible, estar presa, mi hermano preso, todos los compañeros de Rafaela presos. Allá éramos pocos, pero hubo también gente comprometida”, afirmó. Cuando salió en libertad, cuando empezó la relación sentimental con Destéfanis, si bien nunca retomó la militancia política, sí trabajó en los organismos de derechos humanos. “Nos costó un montón, siempre hicimos actos para el 24 de marzo, siempre asumimos quiénes éramos. Esto, en una ciudad tan reaccionaria, tiene un costo bastante grande. Pero las nuevas generaciones van cambiando. No está todo perdido. Nos costó marcar nuestra identidad, porque acá hay más cosas que perder, es una ciudad chica. Nosotros vivimos de nuestro comercio, entonces siempre te cuestionás. Pero hubo algo que supera todo, fue como un sacerdocio”, relató sobre el camino que llevaron en su ciudad.
Y después de muchos años de espera, pudo declarar frente a un tribunal. “Desde la última vez que declaramos, en la etapa de instrucción, no veía la hora de que fuera el juicio. Te remueve todo el pasado, tenés un poco de nerviosismo por el lugar en el que estás, muy expuesta, pero sentís que le das un poquito de cierre a la historia”, afirmó.
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