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Economía política de una derrota

 Por Juan Gabriel Tokatlian *

Un mundial de fútbol es, más que cualquier otro campeonato nacional o certamen internacional de más aliento, un ejemplo de competencia corta. Un conjunto de circunstancias autogeneradas y de ocurrencias fortuitas culminan en la obtención del título de campeón. Si se aspira a llegar a la final hay que superar seis partidos en un mes. Y si se quiere ganar la copa todo tiene que ir bien: contundencia y contingencia deben ir de la mano.

Un torneo de esa naturaleza implica llevar a los mejores jugadores que, por su aptitud, estado físico, funcionalidad y actitud, estén en condiciones de formar parte de un equipo competitivo. Los jugadores que escogió Maradona tuvieron probablemente el acuerdo de un 85 por ciento de los simpatizantes y especialistas. Algunos, sin embargo, no entendieron por qué no reforzó el mediocampo –siempre es posible que haya lesiones inesperadas, tarjetas amarillas o rojas indeseadas o dificultades de acople de último momento–, ni por qué no incluyó defensores más versátiles ni por qué no contempló opciones de enganche adicionales y más naturales. Pero de todas formas el técnico llevó a Sudáfrica un muy buen plantel. De allí en más había que ver cómo se armaba el equipo y, sobre todo, había que definir para hacer qué tipo de fútbol los había escogido.

El país tuvo en suerte una de las dos zonas menos complicadas del Mundial de 2010. Ello quizás condujo a pensar que se podía ser más audaz que durante la etapa clasificatoria de Sudamérica, en la que muy pocos entendieron a qué jugaba la Argentina y en la que Maradona tuvo licencia para probar jugadores y variantes. La opción ofensiva escogida por el técnico fue bienvenida por un público futbolero que, a diferencia de Italia, por ejemplo, aborrece planteamientos persistentemente defensivos. La “nuestra” –si es que existe tal– es buscar el arco rival siempre que se pueda, combinando esfuerzo y parsimonia y con un juego vistoso.

Pero los buenos resultados iniciales en vez de ser útiles para examinar y avanzar se convirtieron en una camisa de fuerza impuesta. Un mundial es tremendamente exigente: exige primero resultados y, además, una particular mezcla de consistencia, inteligencia y flexibilidad. Un mundial es, simultáneamente, estrategia más táctica: ni la claridad estratégica per se ni el “tacticismo” a cualquier precio llevan a buen puerto. Ya en los octavos de final el equipo argentino mostró ante México (país número 14 en el ranking histórico de la FIFA) evidentes desequilibrios dispositivos y despliegues errados que el resultado final a favor opacó. El festejo merecido pero complaciente de pasar a la siguiente fase influyó, posiblemente, para que nadie en el entorno de Maradona sugiriera un análisis minucioso y un balance realista.

De allí en más, y antes del partido con Alemania, la limitación del sistema usado se vio con más claridad. Ya en los días previos al partido se mostraron señales de irreflexión y necedad como si la continuidad a cualquier precio fuese un mérito. ¿Por qué reiterar una fórmula que sirvió ante selecciones muy débiles pero que se mostraba aventurada ante un equipo como Alemania (país número 2 en el ranking histórico de la FIFA) que lleva un sinnúmero de mundiales con suficiente experiencia y logros? ¿Por qué no contemplar que Alemania ganó dos veces en este campeonato convirtiendo cuatro goles y que, de algún modo, tenía buenas y claras ideas de cómo llevar adelante un partido trascendental? ¿Por qué no evaluar y explorar alternativas en razón de las virtudes propias y las dificultades del oponente?

Argentina perdió 4 a 0 contra Alemania, no 4 a 2. El esquema ofensivo no funcionó en términos de generación de opciones netas y de goles concretos. Se puede ganar o perder en cuartos de final, pero el resultado de Argentina fue lapidario y amerita una evaluación seria que sea enseñanza para el futuro –sin tragedia pero con rigor, sin acusación pero con ponderación–. Aprender en el fútbol –como en otros ámbitos de la vida– no es sinónimo de debilidad sino de madurez. A su vez, ello es conveniente para futuras generaciones, tanto de deportistas como de aficionados.

El fútbol es, como decía Dante Panzeri, “dinámica de lo impensado”. Y Maradona paró muy mal el equipo frente a Alemania. Nada original, salvo un milagro, podía ocurrir con un planteamiento más tozudo que virtuoso. El lo sabe, a pesar de que buena parte de los periodistas deportivos y algunos ex jugadores y entrenadores insistan en el valor de “morir con la nuestra”. ¿Cuál es el sentido futbolístico de “morir con la nuestra” en un mundial en el que, con inteligencia y eficacia, se podía llegar más lejos?

Si le queremos dar una épica gloriosa a tal derrota bien: pero más temprano que tarde eso sólo agiganta un mito individual (el de Maradona), pero no una enseñanza deportiva y colectiva para todos. Lo que ocurrió entristecerá aún más de lo necesario porque muy pocos aceptan que terminar entre los ocho mejores equipos del Mundial es bueno en sí mismo y porque ya habrá revancha en otra ocasión. Pero como se trataba de ser campeón –como lo sugerían el técnico, los asistentes y jugadores y buena parte del periodismo deportivo después de la primera fase cuando se les ganó a Nigeria, Corea del Sur y Grecia (países números 37, 27 y 61 en el ranking histórico de la FIFA)– la medida para evaluar el resultado terminó siendo ésa. Y en tal sentido la Argentina vivió una nueva caída heroica si se juzga por las reacciones de algunos simpatizantes y periodistas: Maradona sobrevive (una vez más), Grondona sonríe calladamente (como siempre) y el fútbol argentino (otra vez) no progresa. Fin del Mundial.

Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella.

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